El servicio del apóstol Pablo, un modelo para nosotros

Hechos 20:17-35

El Señor desea utilizar a cada uno de sus redimidos en su servicio. No importa que sea joven o anciano, hermano o hermana, el Señor tiene una misión para nosotros. Lo que es fundamental para cualquier servicio son las directivas de la Palabra de Dios. Ella nos las da de distintas maneras, y en particular por el ejemplo de hombres y mujeres que sirvieron fielmente al Señor.

Aparte del ejemplo único que nos ha dejado nuestro Señor, el Siervo perfecto en la tierra, el servicio del apóstol Pablo se nos muestra particularmente para nuestra instrucción. Claro, ninguno de nosotros puede situarse a un nivel comparable al suyo. Ninguno de nosotros tiene sus dones extraordinarios ni su ministerio especial. Sin embargo, hallamos en su servicio muchas indicaciones muy útiles para nosotros. Escribe a los corintios: “Sed imitadores de mí, así como yo de Cristo” (1 Corintios 11:1), y esto es verdadero en particular para el servicio.

En Hechos 20 hallamos una exposición inspirada respecto de este tema. En su discurso a los ancianos de Éfeso, Pablo presenta una retrospectiva de su servicio en esta ciudad. No nos detendremos en la sustancia de su ministerio en este lugar, por muy importante que sea, sino en la manera en que realizó su servicio.

Las motivaciones del servicio

Pablo seguía las pisadas del Señor Jesús. La gran motivación de su servicio era el amor a su Señor, el amor por los creyentes y el amor por los perdidos. En el versículo 19 dice que se ha comportado entre ellos “sirviendo al Señor”, y termina su discurso con las palabras del Señor Jesús mismo: “Más bienaventurado es dar que recibir” (v. 35). Estas dos actividades —servir y dar— son características del amor.

Sin el amor no se puede servir ni dar de corazón. Ciertamente, se puede hacer un don, pero ello está muy lejos de un verdadero servicio. Aquel que sirve al Señor —como Pablo lo hacía— debe hacerlo con amor. Y aquel que da —como el Señor dio— debe igualmente hacerlo con amor. “Servíos por amor los unos a los otros” (Gálatas 5:13). Así es cómo lo hizo el Señor. El siervo hebreo, figura del Siervo perfecto, dijo: “Yo amo a mi señor, a mi mujer y a mis hijos”; y esto lo llevó a ser siervo de su señor para siempre (Éxodo 21:5-6). Nuestro Señor es Aquel que “nos amó, y se entregó a sí mismo por nosotros” (Efesios 5:2).

¿Cuáles son nuestras motivaciones en el servicio? ¡Cuán fácilmente sucede que el centro de nuestro servicio somos nosotros mismos! ¿Servimos verdaderamente al Señor? ¿Trabajamos por amor a él, por amor a nuestros hermanos y hermanas, por amor a los que nos rodean? ¡Que el Señor nos ayude a trabajar siempre más para él, animados por el amor!

El espíritu en el que se realiza el servicio

El espíritu que animaba al apóstol resalta en los versículos 19 y 24. Su servicio estaba marcado por la humildad y la dedicación. Pablo servía al Señor “con toda humildad”, y podía decir verdaderamente: “De ninguna cosa hago caso, ni estimo preciosa mi vida para mí mismo”. He aquí lo que caracteriza el verdadero servicio. Estos rasgos los hallamos en perfección en nuestro Señor y Salvador. Se despojó a sí mismo, tomando forma de siervo; se ofreció a sí mismo enteramente a Dios.

El don de sí mismo, el sacrificio de sí mismo, los hallamos también en el apóstol Pablo. Y sirvió “con toda humildad”, lo que va muy lejos. La humildad no consiste tanto en tener poca estima de sí mismo como en perderse de vista a sí mismo. El don de sí mismo está ligado a esto: el «yo» no es el centro, sino Aquel a quien uno se da. Es difícil, ya que nuestro «yo» siempre busca hacerse valer —¡Ay!— también en el servicio para el Señor.

Pablo servía con toda humildad, sin descanso. Y estaba realmente preparado para dar su vida por los creyentes. Esto lo expresa en otro lugar, cuando dice que se regocija aunque sea derramado en libación sobre el sacrificio y servicio de la fe de los creyentes (Filipenses 2:17).

Preguntémonos: ¿estamos preparados para servir de sacrificio? ¿Estamos dispuestos a olvidarnos de nosotros mismos y, como lo dice otro pasaje, a ser “gastados del todo” por amor de nuestros hermanos? (véase 2 Corintios 12:15). A este estado del corazón solo puede llegarse si el Señor vive prácticamente en nosotros.

Facultad de adaptación en el servicio

En su servicio, Pablo era extremadamente flexible, capaz de adaptarse a situaciones muy diferentes, lo que no quiere decir que se dejaba llevar por todos los vientos. Evidenciamos cinco puntos respecto de esto.

  • El ministerio de Pablo era rico y diversificado en cuanto a su contenido o a sus temas. Varias expresiones de Hechos 20 evocan esta diversidad. El apóstol había “testificado… acerca del arrepentimiento para con Dios, y de la fe en nuestro Señor Jesucristo” (v. 21). Había dado testimonio “del evangelio de la gracia de Dios” (v. 24). Había predicado “el reino de Dios” (v. 25) y no había rehuido anunciar “todo el consejo de Dios” (v. 27). Así su servicio se dirigía tanto a los incrédulos como a los creyentes. Con semejante variedad, Pablo se presenta evidentemente ante nosotros como un caso único. Ninguno de nosotros —repitámoslo— tiene hoy en día un servicio tan múltiple. Pero lo que hemos de recordar es que, en el servicio para el Señor, no tenemos que encerrarnos en un sector estrecho. Debemos cultivar cierta facultad de adaptación a las situaciones que encontramos. El evangelista no debería descuidar la doctrina y el maestro no debería olvidar jamás que el mensaje cristiano también debe alcanzar a los incrédulos. Seamos abiertos, al mismo tiempo que nos mantenemos conscientes de nuestros límites. Y claro que nos hemos de regocijar cuando vemos que nuestros hermanos tienen dones y servicios distintos de los que hemos recibido nosotros.
  • Pablo sabía ejercer su ministerio para con personas muy distintas. En el versículo 21, recuerda que había hablado tanto a los judíos como a los gentiles. Pues no era exclusivo en cuanto a las personas a quienes tenía que dirigirse. Les dice a los Corintios: “Me he hecho siervo de todos para ganar a mayor número” (véase 1 Corintios 9:19-23). También respecto de esto es un ejemplo para nosotros. Cuando hablamos a niños, tenemos que expresarnos de manera distinta a como lo hacemos con los adultos. Cuando tenemos una plática con recién convertidos, hablaremos de temas diferentes a los que solemos tratar cuando tenemos frente a nosotros a personas que conocen al Señor Jesús desde hace mucho tiempo. No se trata de alterar o debilitar la verdad en lo más mínimo; se trata de adaptarse al público que está frente a nosotros. ¡Dios nos ayude a tener esta movilidad! El ejemplo perfecto es el del Señor Jesús mismo. Habló de manera distinta al teólogo Nicodemo que a la mujer que encontró en el pozo de Sicar. Sus palabras siempre estaban llenas de sabiduría, pero distintas en cada ocasión.
  • El apóstol Pablo ejercía su servicio en varios lugares. Había anunciado y enseñado “públicamente y por las casas” (v. 20). Hallamos también esta diversidad en el servicio del Señor Jesús. Lo vemos en la orilla del mar, en lugares desérticos, en las sinagogas, en las casas de personas particulares, tanto en público como en un ámbito privado. No es distinto hoy en día. El servicio en el pueblo de Dios y en la evangelización se realiza tanto en público como en privado; implica el cuidado de las almas dondequiera que se hallen. Tenemos que estar ejercitados para saber donde el Señor quiere vernos prestar un servicio para él.
  • Y ¿cuál es el momento para el servicio? En el versículo 31, Pablo recuerda que “por tres años, de noche y de día”, no ha “cesado de amonestar con lágrimas a cada uno”. Había aprovechado todas las ocasiones que le fueron brindadas para servir al Señor, tanto durante la noche como en el día. Siempre estaba disponible. Pensemos una vez más en nuestro Señor. Su plática con Nicodemo tuvo lugar de noche; habló con la mujer samaritana durante el día, y aún tenía tiempo para los niños al final de un día cansado. Hoy en día, cada uno busca cómo administrar bien su tiempo, un tiempo a menudo repleto. Sin embargo, ¡que no nos impida estar siempre listos para asumir una misión que el Señor pone repentinamente frente a nosotros! Para esto necesitamos suficiente flexibilidad. Es particularmente indispensable en el servicio individual para con las almas. Es preciso saber aprovechar las oportunidades.
  • Igualmente, Pablo no estaba limitado en cuanto al tipo de servicio. En nuestro capítulo, utiliza cinco expresiones que describen un aspecto del servicio, cada una con su propio matiz. Por una parte, ha “testificado”, o sea que ha presentado los hechos y los ha puesto frente a sus auditores como un fiel testigo. Luego ha “enseñado”, o sea que ha explicado y hecho comprender las relaciones entre las diferentes partes de la verdad. Después ha “anunciado”, proclamado el mensaje de Dios como un heraldo. Finalmente ha “predicado” y “amonestado”, o sea que ha puesto las enseñanzas en el corazón de los creyentes. En esto también podemos desear imitar en cierta medida el servicio del Señor Jesús, de quien Pablo siguió el ejemplo. El Señor puede ayudarnos a dar una palabra de manera adecuada, según la necesidad. Dejémonos conducir por el Espíritu en cuanto a como hemos de hablar. Guardémonos de toda rutina, así como de técnicas de expresión aprendidas de memoria. El ejemplo de Pablo nos enseña que, tanto para la evangelización como para el servicio a los creyentes, tenemos que estar dispuestos y ser capaces de adaptarnos a las diversas situaciones que se presentan ante nosotros.

La constancia en el servicio

La flexibilidad en el servicio no significa inestabilidad y versatilidad. ¡Al contrario! Pablo era capaz de adaptarse a las circunstancias, pero era extremadamente constante en su servicio. En él vemos un equilibrio que también es un ejemplo para nosotros. Habla a los ancianos de Éfeso de su comportamiento entre ellos “todo el tiempo, desde el primer día” (v. 18). Durante tres años, no había dejado de amonestar con lágrimas a cada uno. Había cumplido la misión que el Señor le había encargado y no se había detenido antes de que hubiese llegado a su término.

En relación con el Señor Jesús hay esta palabra profética: “Extendí mis manos todo el día a pueblo rebelde” (Isaías 65:2). Su servicio para Dios estaba caracterizado por la constancia. Nadie lo cumplió y acabó como él. No se dejó paralizar por nada ni por nadie. Todos hemos de tomar para nosotros la exhortación dirigida a Arquipo: “Mira que cumplas el ministerio que recibiste en el Señor” (Colosenses 4:17). Es relativamente fácil emprender una misión en el calor del entusiasmo; es mucho más difícil realizarla con fidelidad, en particular cuando hallamos oposición. El Señor Jesús no se dejó detener por las dificultades y los obstáculos. Lo mismo ocurrió con Pablo, en su medida. ¿Y nosotros?

Corazones consagrados al servicio

¿Cuáles son los sentimientos que nos animan cuando cumplimos un servicio para el Señor? Si nuestros corazones no están verdaderamente consagrados, falta algo esencial. En los evangelios, vemos que el Señor “tuvo compasión” de los que encontraba. El servicio cristiano es algo totalmente diferente a cumplir un deber profesional. Cuando Pablo actuaba, su corazón estaba comprometido. El discurso que hace a los ancianos de Éfeso está, por decirlo así, acompañado de lágrimas: en el versículo 19 menciona “muchas lágrimas, y pruebas”, y en el versículo 31 relata: “de noche y de día, no he cesado de amonestar con lágrimas” a los creyentes.

Las lágrimas del versículo 19 están en relación con los enemigos del Evangelio que perseguían a Pablo y que buscaban su vida. Habla de esto de una manera sobrecogedora en 2 Corintios 1. La carga que esto producía en él y en sus colaboradores era tan extrema que ya no veían ninguna salida. Semejantes sufrimientos inevitablemente llevan a las lágrimas. Nuestro Señor también las vertió. Al acercarse a Jerusalén, la ciudad muy amada, lloró, pensando en el juicio que ella atraía sobre sí a causa de su rechazo. Aquel que es un testigo fiel para el Señor Jesús encontrará siempre oposición, aunque sea en una medida mucho menor que el Señor o los apóstoles. Es normal que estemos tristes cuando vemos cómo los hombres rechazan el mensaje del Evangelio. ¿Nos dejaría indiferentes? Nuestros sentimientos deberían estar al unísono con lo que hay en el corazón de Dios. Para alentarnos, consideremos “a aquel que sufrió tal contradicción de pecadores contra sí mismo” (Hebreos 12:3).

Las lágrimas del versículo 31 son de otra clase. Pablo había amonestado a los creyentes de Éfeso “de noche y de día…con lágrimas”. ¿Habría previsto el día en el cual “todos los que están en Asia” lo abandonarían (2 Timoteo 1:15)? Sea como sea, el bien de los creyentes le tocaba tan de cerca el corazón que les amonestaba con lágrimas. La palabra que se usa aquí para “amonestar” significa hablar al alma con insistencia. No era con el martillo y el cincel que Pablo quería alcanzar el corazón de los efesios, sino con lágrimas. Esto nos recuerda una palabra del profeta Jeremías: “Si no oyereis esto, en secreto llorará mi alma a causa de vuestra soberbia; y llorando amargamente se desharán mis ojos en lágrimas” (Jeremías 13:17). Y sobre todo, pensemos en el Señor Jesús. ¡Cuán afectado fue su corazón cuando sus discípulos no discernían quien era, no le comprendían, o no entendían lo que les anunciaba respecto de sus sufrimientos en la cruz!

Estemos listos para cumplir nuestro servicio con estos sentimientos, ya sea en la familia, en el seno del pueblo de Dios o hacia los de afuera. Puede haber lágrimas en nuestros ojos, pero, como dice el salmista, Dios las pondrá en su redoma (Salmo 56:8). Las lágrimas vertidas en el servicio para el Señor no están perdidas. Y en el Salmo 126 leemos: “Los que sembraron con lágrimas, con regocijo segarán” (v. 5). Es cierto respecto al Señor Jesús, al apóstol Pablo y también a nosotros. El Señor, por decirlo así, nos hace participar de sus lágrimas. El salmista agrega: “Irá andando y llorando el que lleva la preciosa semilla; mas volverá a venir con regocijo, trayendo sus gavillas” (v. 6). El fruto le pertenece a nuestro Señor. Él traerá sus gavillas. He aquí nuestro privilegio: por medio de un servicio perseverante, contribuir un poco a que un día, Él traiga sus gavillas. Vale la pena.