La meta hacia la que se dirigen todos los creyentes es una casa celestial, la casa del Padre. El Señor Jesús mismo velará para que lleguemos allí. Es una gran bendición cuando nuestros corazones se dan cuenta plenamente de que estaremos pronto cerca de Cristo en Su gloria.
Su divina voluntad es que estemos para siempre cerca de él, quien preparó ya todo en vista de ello. En lo que nos concierne, nos dio la vida divina por su obra redentora, y por ella nos hizo capaces de habitar junto a él en la gloria. El cielo está también preparado para nuestra llegada; allí hay muchas moradas y el Señor mismo nos preparó allí un lugar (Juan 14:2).
¿Cómo fue posible todo esto? Todo descansa sobre la obra cumplida por nuestro Señor: nuestra preparación para el cielo está fundada en su muerte en la cruz, mientras que la preparación de las moradas celestiales lo está en su resurrección y elevación a la gloria.
No obstante, el cielo no es solo la meta de nuestro camino terrestre, también es la esfera donde podemos estar ya por la fe. Quizás pensamos más en el cielo como la meta que está delante de nosotros, y menos en el hecho de que estamos ya hoy trasladados al reino del amado Hijo del Padre (Colosenses 1:13), y enviados por nuestro Señor para ser sus siervos en el mundo. Ahora bien, Jesús declaró precisamente esto a sus discípulos cuando estaban reunidos el primer día de la semana, después de su resurrección: “Como me envió el Padre, así también yo os envío” (Juan 20:21). De la misma manera que nuestro Señor fue enviado por su Padre desde la gloria del cielo a este mundo, nosotros somos enviados por nuestro Señor como mensajeros del cielo (compárese también con Juan 17:18).
Podemos decir con gozo que nuestro peregrinaje está orientado hacia el cielo, pero ¿está viva en nuestro corazón la verdad de que ya somos por nuestra naturaleza seres celestiales?
Somos seres celestiales porque el Señor mismo está en el cielo: “Cual el celestial, tales también los celestiales” (1 Corintios 15:48). Es la naturaleza del creyente. Es muy importante retener firmemente esta verdad en nuestros corazones y comprobar toda su incidencia práctica.