“Estando en agonía, oraba más intensamente;
y era su sudor como grandes gotas de sangre que caían hasta la tierra.
Cuando se levantó de la oración, y vino a sus discípulos,
los halló durmiendo a causa de la tristeza; y les dijo: ¿Por qué dormís?”
(Lucas 22:44-46)
El sueño espiritual nos priva de gozar de las inescrutables riquezas de Cristo. “No ames el sueño, para que no te empobrezcas; abre tus ojos, y te saciarás de pan” (Proverbios 20:13; véase 24:33). Tal vez nos apresuramos a poner como excusa que es a causa de la tristeza. Pero, como les sucedió a los discípulos en aquel momento, podemos perder oportunidades que no se volverán a presentar.
Esta vez en Getsemaní, el Señor elige tres discípulos para ser testigos de sus sufrimientos: Pedro, Jacobo y Juan (Marcos 14:33). Va con ellos al monte de los Olivos, “como solía” (Lucas 22:39) y por última vez. La escena habitual cambia totalmente de carácter; ahora toma un aspecto insólito para sus discípulos.
Jesús “comenzó a entristecerse y a angustiarse en gran manera” (Mateo 26:37). Lo hace saber a los tres discípulos que lo acompañan: “Mi alma está muy triste”. Luego les pide: “Quedaos aquí, y velad conmigo” (v. 38), y los pone en guardia contra los peligros que los amenazan: “Orad que no entréis en tentación” (Lucas 22:40).
Entonces “él se apartó de ellos a distancia como de un tiro de piedra; y puesto de rodilla oró, dicien-do: Padre, si quieres, pasa de mí esta copa” (Lucas 22:41-42). Enteramente sumiso, dice: “pero no sea como yo quiero, sino como tú” (Mateo 26:39). “Y decía: Abba, Padre, todas las cosas son posibles para ti” (Marcos 14:36). Aceptando la voluntad divina, en su abnegación hasta la muerte, pronuncia estas palabras: “Padre mío, si no puede pasar de mí esta copa sin que yo la beba, hágase tu voluntad” (Mateo 26:42).
Durante ese terrible combate “era su sudor como grandes gotas de sangre que caían hasta la tierra” (Lucas 22:44). Escuchemos sus clamores de angustia, expresados por la voz profética: “Sálvame, oh Dios, porque las aguas han entrado hasta el alma” (Salmo 69:1). Son aguas profundas; un abismo llama a otro a la voz de las cascadas divinas (Salmo 42:7). El Señor anticipa, en su alma santa, los dolores de la cruz, las horas de tinieblas y de abandono. Habiendo aceptado la copa de la mano del Padre, la vaciará. Hecho pecado por nosotros, llevará la eternidad de nuestro castigo.
Había dicho a todos sus discípulos: “Sentaos aquí, entre tanto que voy allí y oro” (Mateo 26:36). Pero añadió a los que habían sido admitidos para acompañarlo y para asistir desde más cerca a ese combate: “Mi alma está muy triste, hasta la muerte; quedaos aquí, y velad conmigo” (v. 38).
Pedro, Jacobo y Juan deben saber cuál es la intención de Jesús al haberlos elegido otra vez. Porque no es la primera vez que tienen este privilegio (Lucas 8:51; 9:28). En el monte donde se transfiguró, ya estaban rendidos de sueño (9:32). Ahora son admitidos para ser testigos de sus sufrimientos en Getsemaní. Allí ofrece “ruegos y súplicas con gran clamor y lágrimas al que le podía librar de la muerte” (Hebreos 5:7).
Jesús no pide a sus discípulos que oren con Él, y menos aún que oren por Él, como si fuese uno de entre ellos. Satanás, el jefe de este mundo, el dominador de las tinieblas, estaba al acecho. Jesús, conociendo de antemano el peligro que corrían sus discípulos, les recomienda velar.
El Señor se retiró un poco más lejos y, con su rostro a tierra, en una tristeza indecible, ruega a su Padre. Entonces, ¿cuáles son los pensamientos que inquietan a los discípulos? Ciertamente que los acontecimientos sucedidos en las últimas horas los interpelan. ¿Pensaban que estaban en vísperas de una crisis decisiva? Probablemente se acuerdan de algunas palabras de su Maestro en el aposento alto. ¿No había dicho, entre otras cosas: “¡Cuánto he deseado comer con vosotros esta pascua antes que padezca!”? (Lucas 22:15). Había hablado a sus conciencias: “De cierto, de cierto os digo, que uno de vosotros me va a entregar” (Juan 13:21). Había una pregunta inevitable: ¿Dónde estaba Judas en este momento?
El Señor les había hecho un delicado reproche: “Si me amarais, os habríais regocijado, porque he dicho que voy al Padre” (Juan 14:28). Les había advertido: “Todavía un poco, y no me veréis” (16:16); “viene el príncipe de este mundo, y él nada tiene en mí” (14:30). Había dicho a uno de entre ellos esta solemne palabra: “Simón, Simón, he aquí Satanás os ha pedido para zarandearos como a trigo” (Lucas 22:31). Hasta había precisado: “Todos vosotros os escandalizaréis de mí esta noche” (Mateo 26:31). En su amor había preparado a los suyos para la gran prueba que atravesarían.
Pero los tres discípulos no están atentos a lo que el Señor les pide. Estos fuertes pescadores, acostumbrados al trabajo nocturno en el mar, se duermen justo unas horas antes de la crucifixión. El presentimiento de que el Señor va a dejarlos llena sus corazones de tristeza (Juan 16:6, 22). Sombríos pensamientos los agitan. ¿Cómo entrever el futuro sin su Maestro, sabiendo que ellos también conocerán la persecución como Él (15:20)? Es una carga demasiado pesada para ellos. Seguramente que tienen la intensión de velar, pero no tienen la fuerza. Experimentarán lo que Jesús les dijo: “El espíritu a la verdad está dispuesto, pero la carne es débil” (Mateo 26:41).
El Señor se levanta tres veces de su oración, vuelve hacia sus discípulos y los halla durmiendo, “porque los ojos de ellos estaban cargados de sueño” (v. 43). Durante todo su ministerio había nutrido sus almas. Pero ellos, en ese momento único, no están en condiciones de traerle lo que su corazón necesita. “Esperé quien se compadeciese de mí, y no lo hubo” (Salmo 69:20).
El Señor Jesús es la única fuente verdadera de sus débiles ovejas, y sin embargo, a veces ellas piensan encontrar refugio en el sueño —espiritual—. Quieren olvidar así por un momento su angustia, sus temores, pero se ponen en peligro. “Un poco de sueño, un poco de dormitar, y cruzar por un poco las manos para reposo; así vendrá tu necesidad como caminante, y tu pobreza como hombre armado” (Proverbios 6:10-11).
¡Cuántas bendiciones duraderas escaparon a los discípulos durante esta hora! No fueron testigos de esta escena en la que el alma de su Señor estaba triste hasta la muerte. No pudieron contemplar a aquel que “estando en agonía, oraba más intensamente” (Lucas 22:44). A todos les faltó velar.
Es necesario velar ya antes de las grandes dificultades, para poder estar firme en el momento del combate y sobrepasar todo. A la pregunta: “¿Podéis beber del vaso que yo bebo, o ser bautizados con el bautismo con que yo soy bautizado?”, Jacobo y Juan respondieron con audacia: “Podemos” (Marcos 10:38-39). Y ahora están dormidos. ¿Y Pedro? Había declarado con fuerza: “Señor, dispuesto estoy a ir contigo no sólo a la cárcel, sino también a la muerte” (Lucas 22:33). Pero él también se durmió. A él particularmente Jesús le dice, cuando se vuelve a los tres discípulos: “Simón, ¿duermes? ¿No has podido velar una hora?” (Marcos 14:37). Y ¿dónde están los otros discípulos? Oyendo a Pedro afirmar con insistencia: “Si me fuere necesario morir contigo, no te negaré”, ¿no habían dicho todos lo mismo? (v. 31). Judas, el traidor, se acerca, seguido con mucha gente para entregarlo. Los discípulos esperan, sentados a la entrada del huerto. Pronto lo dejan y huyen (v. 50).
Es el cuadro de un lamentable fracaso colectivo. El discípulo “al cual Jesús amaba”, que poco antes estaba recostado al lado de Él (Juan 13:23), también era uno de los que dormían.
Igualmente hoy, vencidos por el cansancio, ha-biendo dejado que se genere cierta distancia con el Señor, ¿no estamos en peligro de ser alcanzados por el sueño espiritual? Tal vez hay inquietudes en la familia, o en el círculo de la iglesia local. El andar en un camino estrecho, como la Palabra nos lo pide, se topa por todos lados con dificultades. Todas esas luchas que hay que enfrentar constantemente, si deseamos permanecer fieles al Señor, generan cansancio, a veces hasta desánimo. Entonces, el enemigo se sirve hábilmente de nuestras tendencias naturales para el adormecimiento y la tibieza, haciendo desear con ensueños el reposo efímero y ficticio que se encuentra en las distracciones. Nos invita a “cruzar por un poco las manos para reposo” (Proverbios 6:10). Este relajamiento lleva muy rápido a un sueño profundo. Y llegamos a parecernos realmente a Jonás en el fondo del barco, siguiendo un camino de desobediencia en el cual repentinamente todo parece fácil.
Escuchemos el solemne llamamiento de las Escrituras: “Por tanto, no durmamos como los demás, sino velemos y seamos sobrios” (1 Tesalonicenses 5:6). “Despiértate, tú que duermes, y levántate de los muertos, y te alumbrará Cristo” (Efesios 5:14). Apropiémonos de la promesa: “Los que esperan a Jehová tendrán nuevas fuerzas... correrán, y no se cansarán; caminarán, y no se fatigarán” (Isaías 40:31).