Dios confirió a Gedeón un honor otorgado a muy pocas personas: le puso en la lista de los hombres de fe que libraron los combates de Dios, como lo vemos en la epístola a los Hebreos (11:32). El Señor le llamó también “varón esforzado y valiente” (Jueces 6:12). Sin embargo, desde el inicio de su historia vemos a Gedeón como un hombre por demás temeroso. Sacudía su trigo en el lagar para esconderlo por temor a los madianitas (6:11). Cuando Jehová le envía a salvar a Israel, nuevamente manifiesta su temor al pensar que su familia era pobre entre las de Manasés y que él era el más pequeño en la casa de su padre. Cuando comprendió que era el ángel de Dios quien le hablaba, tuvo miedo y necesitó que Jehová le tranquilizara, diciéndole: “Paz a ti; no tengas temor, no morirás” (6:23).
Cuando fue necesario derribar el altar de Baal y cortar también la imagen de Asera, temió a su padre y a los hombres de la ciudad y, como no se atrevió a hacerlo de día, lo hizo de noche. Después pide una señal: que el rocío esté en el vellón solamente y que quede seca toda la tierra; luego pide la señal contraria: que el vellón quede seco y el rocío sobre la tierra (6:36-40).
Después de todos estos testimonios, habríamos pensado que sin ningún temor presentaría batalla al enemigo. No; pues en el momento supremo el Señor tuvo que decirle: “Si tienes temor de descender, baja tú con Fura tu criado al campamento, y oirás lo que hablan; y entonces tus manos se esforzarán” (7:10-11). Y descendió, demostrando que aún temía, a pesar de las señales que Jehová le había dado, y que, en realidad, él no valía más que los veintidós mil hombres del pueblo que se volvieron atrás a causa del temor que llenaba sus corazones.
Cuando llegó al campamento de sus enemigos, vemos que un hombre contaba un sueño a su compañero, y le decía: “He aquí yo soñé un sueño: Veía un pan de cebada que rodaba hasta el campamento de Madián, y llegó a la tienda, y la golpeó de tal manera que cayó, y la trastornó de arriba abajo, y la tienda cayó“. Su compañero le respondió: “Esto no es otra cosa sino la espada de Gedeón hijo de Joás, varón de Israel. Dios ha entregado en sus manos a los madianitas con todo el campamento“. Y “cuando Gedeón oyó el relato del sueño y su interpretación, adoró” (7:13-15).
Podemos comprender fácilmente que Gedeón pudiese adorar ante la fidelidad del Dios que, con tanta paciencia, disipaba todos los temores de su pobre servidor, de ese Dios que, para fortalecer la vacilante fe de Gedeón, incluso se servía de la boca de un enemigo para anunciarle la victoria que iba a obtener. ¡Y qué victoria! Un ejército numeroso como langostas y que contaba con innumerables camellos, pero que huye locamente ante trescientos hombres que no tenían otras armas que trompetas y antorchas.
El sueño y su interpretación se cumplieron, pues, al pie de la letra: el pan de cebada derribó la tienda y puso en desordenada fuga al enemigo. Con justa razón Gedeón había sido llamado “varón esforzado y valiente“.
¿Cómo es posible, pues, que Jehová haya podido brindarle tal victoria y honor a Gedeón, quien era tan temeroso? Es ése un precioso secreto que yo deseo confiar a todos los que temen al pensar en su debilidad, a los que tiemblan ante el poder del Enemigo: Gedeón, a pesar de todos sus temores, obedeció siempre a la Palabra de Dios.
El secreto de los hombres esforzados y valientes es su obediencia.