Este capítulo nos cuenta, con una sencillez conmovedora, la escena en la que José se da a conocer a sus hermanos. Éstos, profundamente turbados e incapaces de hablar, son llevados a la presencia de aquel al que odiaron sin causa, a quien vendieron para Egipto (v. 4), pero al cual Dios glorificó y estableció como señor sobre todo, dispensador de riquezas, en quien ellos encuentran la “vida por medio de gran liberación” (v. 7) Una vez en su presencia, reciben el testimonio de su gracia, la cual suprime de sus corazones toda tristeza y temor (v. 5). Colmados de los favores de su bondad, ya no tendrán más hambre, lo mejor de todo el país les pertenece, serán alimentados de la abundancia de la tierra (v. 18). Los asnos y las asnas están cargados y la caravana se prepara para dejar a Egipto.
Sin embargo, José, quien conoce bien sus corazones, les hace una última recomendación: “No riñáis por el camino”.
Para salir de Egipto deben atravesar todo el país al paso lento de los animales de carga. Los egipcios les observarán, oirán sus palabras. ¡Qué espectáculo si alguna malicia o engaño, hipocresía o envidia (1 Pedro 2:1) viniese a levantar contiendas! ¿No darían un triste testimonio allí donde deben caminar como vivos testigos de la maravillosa gracia de José?
Cual objetos indignos de tal favor, colmados de tal amor, sólo un tema debería ocupar y llenar sus corazones, una sola persona debería ser digna de absorberlos y constituir el tema de las conversaciones que tendrían durante el camino (Lucas 24:17). El recuerdo de un pasado humillante que hacía brillar la gracia con que habían sido recibidos, perdonados, enriquecidos y colmados, debía ser para ellos un motivo constantemente renovado de meditación y conversación durante las etapas y los altos, y si, durante el camino, uno de ellos tenía motivo de queja contra otro, ¿no lo perdonaría así como José le había perdonado? (Colosenses 3:13). Cuán importante era estrechar contra sus corazones el mandamiento de su hermano, mostrando así su amor por él, porque amar es obedecer (Juan 14:15). “No riñáis por el camino” excluía toda amargura en sus relaciones, toda ira, todo enojo, para llevarlos a ser buenos los unos con los otros, compasivos, humildes, fraternales (Efesios 4:31-32; 1 Pedro 3:8-9).
Antiguamente, Abram y Lot vivían como extranjeros en medio de los cananeos. Surgió una contienda entre sus pastores. Abram dijo a Lot: “No haya ahora altercado entre nosotros dos... porque somos hermanos”. Y dejando de lado sus derechos, poniendo la gloria del Señor por encima de sus intereses, dejó elegir a su sobrino su porción (Génesis 13).
Nuestro Señor Jesucristo, de quien José es una de las figuras más hermosas, nos buscó, nos salvó al precio de sus sufrimientos indecibles en la muerte de cruz. Estamos colmados de los dones de su amor; somos enriquecidos por Él, nos dirigimos hacia nuestra patria celestial. No olvidemos sus mandamientos, sus últimas recomendaciones: “Me seréis testigos”, dijo él (Hechos 1:8), y: “En esto conocerán todos que sois mis discípulos, si tuviereis amor los unos con los otros” (Juan 13:35). La recomendación de José a sus hermanos se encuentra en las exhortaciones de la Palabra de Dios: “Andemos como de día, honestamente... no en contiendas y envidia” (Romanos 13:13). “Os ruego que andéis como es digno de la vocación con que fuisteis llamados, con toda humildad y mansedumbre, soportándoos con paciencia los unos a los otros en amor” (Efesios 4:1-2). Las contiendas forman parte de las obras de la carne en contraste con el fruto del Espíritu, el que “es amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe, mansedumbre, templanza” (Gálatas 5:20, 22-23). “Si sabéis estas cosas, bienaventurados seréis si las hiciereis” (Juan 13:17).
Escuchemos entonces las enseñanzas de la gracia de nuestro Dios Salvador. Nosotros nos encaminamos hacia el cielo; durante la eternidad cantaremos juntos el cántico nuevo para gloria del Cordero. ¿De qué hablaremos en el camino? Ana hablaba de Él (Lucas 2:38). El «yo» odioso, orgulloso, generador de contiendas (Proverbios 13:10) es juzgado, atado; desaparece cuando el corazón está ocupado con Cristo. Pensemos en sus intereses, en su gloria; el mundo nos observa. ¡Qué deshonra hay para el nombre de nuestro Señor cuando ve, oye o adivina las discordias, las peleas entre aquellos que se dicen de Él! ¡Qué reproche cae sobre el Evangelio! ¡Qué desmentida para nuestra profesión cristiana!
¡Más aun! Cuando tenemos el precioso privilegio de rodear la persona del Señor para acordarnos de su muerte (1 Corintios 11:26), si hay contiendas en medio de nosotros, si raíces de amargura permanecen en nuestros corazones, si la unión no existe prácticamente, ¿dónde estará la verdad, ya que pretendemos manifestar la unidad del Cuerpo en la Mesa del Señor? ¿Dónde estará el gozo, el poder, la bendición? Retengamos cada uno lo que dice Mateo 5:24: “Deja allí tu ofrenda delante del altar, y anda, reconcíliate primero con tu hermano, y entonces ven y presenta tu ofrenda”.
Es importante, para la vitalidad y la prosperidad de nuestras reuniones, el testimonio por medio del cual debemos glorificar al Señor. Escudriñemos nuestros caminos, seamos verídicos, juzguémonos en Su presencia, volvamos a Él; probémosle. Él nos invita a hacerlo para recibir una preciosa bendición, porque es fiel (Malaquías 3:10).