Dos grandes principios son puestos en evidencia por la conducta de Abraham después de la muerte de Sara. El primero es que el país de Canaán le pertenece según la promesa de Dios, entonces sin cumplir pero segura, de manera que allí debe ser enterrado “su muerta”, pues allí debe resucitar. El segundo es que él es extranjero en ese país mientras Jehová soporte a sus habitantes (Génesis 15:16); Abraham no recibirá de los heteos la heredad, sino sólo de Dios, quien la prometió.
Todo es de Abraham, pero sólo por la fe. Vive como extranjero y nómada en medio de lo que le ha sido prometido. Aún no ha llegado el tiempo de poseer el país realmente, pero ese tiempo llegará. Sara, la madre de los creyentes lo espera; incluso su muerte no quebranta su esperanza, tal como lo afirma Hebreos 11:11-13. Y efectivamente, como lo sabemos, cuando llegue el tiempo fijado por Dios el país no pertenecerá a la simiente de Abraham por medio de compra, sino por medio de la sola potestad de Dios. Hasta entonces, el patriarca —y su descendencia después de él— esperará; y, si algo quiere poseer, lo comprará normalmente, de manera comercial, según el uso de este mundo, para que no haya ningún conflicto.
No mezcla las dos esferas. El creyente, hijo de Abraham, no debe hacerlo de ninguna manera. “Como no teniendo nada, mas poseyéndolo todo” (2 Corintios 6:10); pagando tributo a las autoridades que Dios ha puesto y dando honra a quien se debe honra. El mundo nada tiene que ver con lo que Dios da, pero el creyente nada reivindica de lo que, no obstante, posee en esperanza.
Al obrar así, él se guarda “sin mancha del mundo” (Santiago 1:27) y puede andar en un camino limpio, con toda honestidad y piedad. No debe dar lugar a ninguna disputa (compárese con Génesis 21:22-34; Romanos 12:18). La fe se eleva por encima de los asuntos y circunstancias terrenales; ella no los anula, no hace caso omiso de ellos, sino que los trata como alguien que pertenece a otra esfera, que tiene otra vida y que practica la justicia según Dios. Al proponerse siempre lo que conduce a la separación del mal, la fe manifiesta la vida triunfante sobre la muerte. Y ella demuestra que Dios y su Palabra son su parte, su escudo, su galardón sobremanera grande (Génesis 15:1). El rey de Sodoma no puede decir que ha enriquecido a Abram, pues ¡Abram es más rico que él! ¡Pero los príncipes de los heteos tampoco pueden decir que Abraham se ha aprovechado de ellos, o que haya obtenido algo sin pagarlo!
Como somos mucho más ricos que Abraham, nosotros —quienes somos bendecidos “con toda bendición espiritual en los lugares celestiales en Cristo” (Efesios 1:3)— deberíamos estar atentos para vivir en el presente siglo “sobria, justa y piadosamente” (Tito 2:12).