Estos capítulos nos relatan la última entrevista del Señor con los suyos antes de la cruz. Les habla de su vuelta al Padre, pero al mismo tiempo les anuncia la venida del Espíritu Santo, el Espíritu de verdad. Este, en su servicio como consolador, permanecerá eternamente con ellos (14:16). A lo largo de esta entrevista, el Señor les revela lo que serán las diversas actividades del Espíritu Santo a favor de ellos.
El Espíritu Santo es uno con el Padre y con el Hijo. Es el Espíritu de verdad, y, según las palabras del Señor a sus discípulos, vendrá para:
- enseñarles todas las cosas (14:26),
- recordarles todas las cosas que les dijo (14:26).
- dar testimonio acerca de Él (15:26),
- guiarles a toda la verdad (16:13),
- hacerles saber las cosas que habrán de venir (16:13)
- glorificar al Señor Jesús (16:14).
El Señor especifica que el Espíritu “no hablará por su propia cuenta, sino que hablará todo lo que oyere” (16:13).
Jesús dice a sus discípulos: “Aún tengo muchas cosas que deciros, pero ahora no las podéis sobrellevar” (16:12). Debido a su capacidad de compresión limitada, el Señor debía restringir su enseñanza a unas comunicaciones que no eran completas. Pero, cuando el Espíritu Santo venga, habrá una revelación plena, ya no más una enseñanza parcial sino una enseñanza completa en cuanto al Padre y al Hijo. Esta enseñanza por medio del Espíritu significa para nosotros una plenitud sin límites. El Espíritu no vino para hablar por su propia cuenta, sino según lo que recibe del Padre y del Hijo; habla de lo que ha oído y nos guía a toda la verdad. Dictó las Sagradas Escrituras y permanece con nosotros para conducirnos en la comprensión de lo que allí está escrito.
Nos anunciará lo que habrá de venir, revelándonos lo que pasará sobre la tierra y lo que será establecido en los cielos. Encontramos esas revelaciones muy particularmente en el libro del Apocalipsis, pero también en las epístolas. La lectura del Apocalipsis, con oración y diligencia, libera nuestros corazones del efecto seductor de las cosas presentes, porque nos lleva a ver todo a la luz del juicio de Dios.
En el versículo 14 del capítulo 16, aprendemos que el Espíritu nos mostrará las cosas relativas a Cristo. “Él me glorificará; porque tomará de lo mío, y os lo hará saber”. Viene de un hombre que vive en la gloria de Dios y que se complace en ponerlo delante de nuestros corazones, Él y todo lo que le pertenece. Así nos libra de las seducciones de la gloria humana y de las de los hombres de la tierra. Con emoción el corazón del cristiano oye hablar de las virtudes y de las glorias incomparables de Cristo. Es lo que encontramos especialmente en el libro de los Hechos y en las epístolas. ¡Qué gozo para el corazón y cuán fortificadas están nuestras almas cuando leemos la Escritura de tal manera que nos presenta, por el Espíritu, las glorias de Jesucristo, nuestro Señor! Es aún más precioso que estar ocupados en nuestras bendiciones. Tener a Cristo y su gloria delante de nuestros ojos nos conduce a alabar y a dar gracias, y es una pérdida para nosotros si otras cosas ocupan nuestro corazón.
En el versículo 15 del mismo capítulo, el Señor dice: “Todo lo que tiene el Padre es mío”. Esto significa que toda la esfera en la que vive y actúa encierra los planes que son para la gloria del Padre. Sabemos que, en esos planes eternos, el Hijo tiene el lugar central por la voluntad del Padre. El Espíritu se complace en llevarnos en espíritu a ese comienzo, antes que existiese cualquier criatura, y revelar a nuestros corazones maravillados los consejos y planes divinos. ¡Qué motivo de adoración! En esos planes, el Hijo hace todo para la gloria del Padre y el Padre hace todo para la gloria del Hijo.
“Pero cuando venga el Espíritu de verdad, él os guiará a toda la verdad” dice el Señor (16:13). Ahora ya vino, y está siempre en actividad para hacernos conocer la verdad tal como es en el Padre y en el Hijo. Si nos dejamos guiar, nuestros corazones se expresarán en alabanza y en adoración al Padre y al Hijo, por el poder del Espíritu Santo.
También nos hará capaces de leer en todas la Escrituras del Antiguo Testamento —en la ley de Moisés, en los profetas y en los salmos— lo que concierne a nuestro Señor Jesucristo, el Hijo de Dios, porque esto también es “la verdad”.
Notemos que el Espíritu Santo no hablará por su propia cuenta. No tendrá como prioridad ocupar nuestro espíritu y nuestros pensamientos en él mismo, sino en el Padre y el Hijo. ¡Que nuestros corazones estén siempre abiertos para recibir sus maravillosas comunicaciones! Resultará esta adoración “en espíritu y en verdad” (Juan 4:23), que es tan preciosa para el Padre y para su amado Hijo.