Elías es uno de los grandes hombres de Dios del Antiguo Testamento. Su fe y su confianza en Dios constituyen un ejemplo elocuente para todos los tiempos. El fundamento de su fe era: “Vive Jehová Dios de Israel, en cuya presencia estoy” (1 Reyes 17:1). Elías vivía en un tiempo particularmente difícil. Durante el reinado del rey impío Acab, y su mujer idólatra Jezabel, Israel se apartó de Dios. Sin embargo, Elías sabía que no estaba delante de los hombres, sino delante de Dios.
Nos proponemos abordar cuatro aspectos de la fe de Elías: la obediencia de su fe, la valentía de su fe, su fe en la oración, y finalmente la debilidad de su fe.
La obediencia de la fe
La fe y la obediencia son inseparables. La epístola a los Romanos emplea dos veces la expresión “la obediencia a la fe”, al principio y al final de la epístola (1:5; 16:26). Sin la fe en Dios, no hay obediencia que pueda agradarle. Pero sin la obediencia, tampoco hay una verdadera fe. La fe es el fundamento, la obediencia es su consecuencia práctica. La obediencia es como el fruto que crece en el árbol de la fe. Esto es verdadero para el hombre que echa mano de la salvación de Dios. Su fe se manifiesta por su obediencia. Esto es verdadero también para el hombre salvado que vive su fe. Para los tesalonicenses, “la obra de la fe” se mostraba como consecuencia del hecho de que se convirtieron al Dios vivo (1 Tesalonicenses 1:3, 9).
La vida de Elías estuvo caracterizada por la obediencia. Obedecía las órdenes de Dios aun cuando podían parecerle extrañas. Apenas Dios le confió por primera vez un servicio que recibió la orden de esconderse. Sin discutir, se fue al arroyo de Querit, donde fue alimentado por los cuervos. Cuando el arroyo se secó y recibió una nueva orden de Dios, no vaciló en ir a Sarepta a fin de alojarse en la casa de una viuda. Y cuando finalmente Dios le confió la difícil misión de ir y presentarse ante Acab, Elías obedeció de nuevo. Las consecuencias podían ser graves para él, pero hizo lo que Dios le dijo.
Pablo pudo dar testimonio a los creyentes de Roma de que su obediencia “ha venido a ser notoria a todos” (Romanos 16:19). ¿Y podría decirse esto de nosotros? Por medio de su Palabra, Dios nos proporciona claras instrucciones a las que debemos obedecer. El Señor Jesús no es solamente nuestro Salvador sino también nuestro Señor. Le debemos la obediencia, aunque a veces no comprendamos cuáles son sus intenciones. Sus pensamientos son más altos que los nuestros. ¡Que el ejemplo de Elías nos enseñe a obedecer a Dios en todas las circunstancias de nuestra vida y a confiar en que el camino que nos traza es el bueno! Dios no decepcionó a su siervo Elías. Tampoco nos decepcionará a nosotros.
La valentía de la fe
Dios dio a su siervo Elías instrucciones que exigían valentía y fe excepcionales. Profeta desconocido, proveniente de la tierra de Galaad, debía anunciar el juicio de Dios al rey de Israel. Tres años y medio más tarde, aunque era considerado por el rey como el enemigo número uno, debió volver a él. Y en el monte Carmelo estuvo solo frente a 450 profetas de Baal y a 400 profetas de Asera. Esto exigía una valentía fuera de lo común. La fuente de la fe de Elías estaba en su Dios.
Cuando los tres amigos de Daniel estaban delante del rey Nabucodonosor enojado, queriendo forzarlos a postrarse ante la estatua, nos quedamos sorprendidos de la osadía de su fe. Sin temor, declararon al rey: “He aquí nuestro Dios a quien servimos puede librarnos del horno de fuego ardiendo; y de tu mano, oh rey, nos librará. Y si no, sepas, oh rey, que no serviremos a tus dioses, ni tampoco adoraremos la estatua que has levantado” (Daniel 3:17-18). Tenían la firme certeza de que Dios les socorrería. No sabían de qué manera, pero confiaban en su Dios.
¿Cuál era el origen de tal valentía manifestada por estos hombres de Dios del Antiguo Testamento? Reside en la viva relación con su Dios que caracterizaba su vida. No se dejaron desviar de su camino por las dificultades y los peligros. Elías era consciente que no estaba delante de Acab, tampoco delante de Jezabel, sino delante de su Dios.
Encontramos la misma actitud en los apóstoles que el Señor había enviado a este mundo para ser sus testigos. Estos hombres que, después de la crucifixión del Señor, habían cerrado las puertas por temor de los judíos, ahora avanzan con determinación por la causa de su Señor. Incluso si deben ser encarcelados y condenados a muerte, no renuncian a dar testimonio de Cristo. No vivimos hoy en día tales circunstancias, y sin embargo somos a menudo tan temerosos. El ejemplo de estos hombres del Antiguo y del Nuevo Testamento debe alentarnos a tomar posición por nuestro Señor sin temor.
La oración de la fe
Una vida de fe sin oración es impensable. Por medio de la oración estamos en relación con nuestro Dios. Nos permite abrir nuestro corazón ante Él, decirle todo, y pedirle sabiduría y discernimiento. Es la fuente oculta de la fuerza.
El Nuevo Testamento nos dice claramente que Elías era un hombre de oración: “Elías era hombre sujeto a pasiones semejantes a las nuestras, y oró fervientemente para que no lloviese, y no llovió sobre la tierra por tres años y seis meses” (Santiago 5:17). Elías era un hombre semejante a nosotros. Tenía las mismas inclinaciones que nosotros. Sin embargo, recurría a la oración, y eso alimentaba su confianza inquebrantable en su Dios. Recordamos brevemente cuatro circunstancias de su vida.
- Elías oró para que no lloviese durante un largo período. Y estaba tan convencido de que Dios iba a cumplirlo que fue al rey Acab para anunciarle precisamente este juicio (1 Reyes 17:1). Para pedir a Dios tal sequía y creer firmemente su cumplimiento, se debe creer en todo el poder de la oración.
- Cuando el tiempo pasó, y aunque Dios le hizo saber que hará llover sobre la faz de la tierra (18:1), Elías oró nuevamente con la firme convicción de que Dios cumplirá su oración. Incluso urgió a Acab a apresurarse para que llegase a su casa antes de que lloviese (18:44).
- En Sarepta, Elías oró a Dios en su aposento, y le rogó que haga volver el alma al hijo de la viuda (17:20). Esta oración se caracterizaba también por la valentía, pues nunca se había visto un muerto resucitado.
- Por último Elías oró en público, en el monte Carmelo. Pidió a su Dios que hiciera caer el fuego del cielo sobre el sacrificio (18:36-37). Se trata de otro milagro respecto del cual Elías estaba convencido de que Dios lo cumpliría.
En su epístola, Santiago hace mención de “la oración de fe” (5:15). A continuación, declara: “La oración eficaz del justo puede mucho” (v. 16), y luego hace referencia al ejemplo de Elías. De esto aprendemos que aquel que ora debe ser un “justo”, es decir un hombre que está en regla con Dios en los diferentes aspectos de su vida. Somos conscientes, en cuanto a la fe, de que estamos muy por detrás de Elías. Sin embargo, su vida de fe y de oración nos es presentada como ejemplo para nuestra instrucción. Nos alienta ver cómo Dios respondió a sus oraciones.
La debilidad de la fe
Dios no calla las faltas de sus siervos. A pesar de su obediencia, su coraje y su disposición a la oración, Elías comenzó a mirarse a sí mismo. Entonces, se volvió débil. Esto debe volvernos prudentes, ya sea en el juicio que hacemos de él, o en el que hacemos de nosotros mismos. Para Elías, como para muchos otros, el tiempo que siguió a la victoria fue más peligroso que el del combate. Ante las amenazas de la malvada Jezabel, huyó al desierto para salvar su alma. Se sentó debajo de un enebro, hondamente desalentado (1 Reyes 19:1-4). Es cierto que allí también recurrió a la oración, pero no se trataba más de la oración de fe.
“Así, el que piensa estar firme, mire que no caiga” (1 Corintios 10:12). Esta es la lección que debemos extraer para nosotros. Dios nos describió la debilidad de la fe de Elías con este fin.
Quizás podríamos discernir tres razones de este cambio súbito.
- No se nos dice que Elías haya orado cuando se enteró de las amenazas de Jezabel. Sin lugar a duda, no actuó en la dependencia de su Dios, sino que emprendió su camino por su propia iniciativa.
- Estaba solo ante tales circunstancias, en vez de confiar en el Dios todopoderoso.
- Sus pensamientos estaban centrados solo en sí mismo. Es lo que resalta de su oración debajo del enebro. Solamente tenía ante sus ojos su propia persona y su propio servicio.
La debilidad de la fe es algo que, desafortunadamente, no nos es extraño. Cuán a menudo hemos sufrido una derrota, precisamente cuando no la esperábamos. A menudo los motivos son semejantes a los de Elías. Sin embargo, es alentador ver que Dios no dejó a su siervo acostado debajo del enebro. Se le apareció para fortalecerlo. Dios no nos deja que caigamos en la derrota, sino que quiere dirigir nuestras miradas hacia Él, para que obtengamos nuevas fuerzas en la fe y sigamos nuestro camino confiando en Él. Este triste episodio de la vida de Elías encierra entonces un aliento para nosotros.