“Esteban, lleno del Espíritu Santo, puestos los ojos en el cielo,
vio la gloria de Dios, y a Jesús que estaba a la diestra de Dios.”
(Hechos 7:55)
No miro hacia atrás: Dios conoce mis esfuerzos inútiles, las horas perdidas, mis pecados y mis remordimientos; lo abandono todo a Él que borra el recuerdo y que, lleno de gracia, perdona, y luego olvida (véase Miqueas 7:19; Isaías 38:17).
No miro hacia adelante: Dios ve todo el futuro, conoce el camino, corto o largo, que me llevará a su casa; Él estará conmigo en cada prueba y llevará la carga demasiada pesada para mí (Mateo 11:28, 30).
No miro a mi alrededor: porque me lleno de temores; la vida es agitada como el tumulto del mar y ¡el mundo es tan sombrío! Reina el mal, las guerras abundan, y son muy vanas sus promesas de comodidad y bienestar.
No miro dentro de mí: me hace estar desdichado, porque no tengo nada en mí en lo cual fundar mi confianza; veo nada más que errores e imperfecciones, y débiles esfuerzos que se reducen a polvo.
Sino miro arriba, hacia “el cielo”, hacia Jesús; allí mi corazón puede descansar, y mis temores son apaciguados; allí se encuentra el verdadero gozo, el amor y la luz que disipa las tinieblas. La paz perfecta, allí se goza y toda esperanza se hace realidad.