La zaranda

Lucas 22:31

Satanás había pedido el consentimiento del Señor para poder zarandear a los apóstoles, con el propósito de que después no quedara en ellos nada aceptable para Dios. Como tal vez sabía que estaba en vísperas de sufrir una derrota de parte de Aquel que iba a salir victorioso de la tumba, quizá quería compensar de alguna manera su derrota con una victoria sobre aquellos que habían sido los compañeros del Señor durante su ministerio. La actitud y los propósitos de ellos parecían, en efecto, justificar la esperanza del enemigo. Su disputa para establecer “quién de ellos sería el mayor” (v. 24), ¿no parecía darle la razón? En este caso, como siempre, Satanás hace una obra que le engaña. Dios permitió la zaranda porque todo lo que en ellos era del hombre debía ser probado y juzgado. Pero, una vez solucionado esto, una cosa iba a resistir la prueba y ser manifestada: lo que, en los discípulos, no era del hombre sino de Dios, lo que el Señor había producido en ellos, el fruto de la nueva naturaleza; una fe que, sostenida por la intercesión del Señor, no puede desfallecer.

La zaranda podía llevar a los discípulos a huir y dejar solo al Señor; podía conducir a Pedro a negar a su Señor, pero Satanás no podía impedir que esos hombres, tras la resurrección del Señor, se reunieran alrededor de él y que, por el Espíritu, congregados todos juntos en un mismo lugar, anunciaran las maravillas de Dios (Hechos 2:1, 11).

Satanás y la zaranda siempre están listos aún, pero también lo está el recurso. Éste reside en Aquel que oró y que ora por nosotros a fin de que nuestra fe no desfallezca (Lucas 22:32). Entonces, no nos dejemos abatir. Nuestra tendencia natural es la de oponernos a la acción de la zaranda, porque nos sentimos desagradablemente sacudidos, ya que ella nos despoja de muchas cosas que nos gustan: la consideración, la comodidad, las satisfacciones humanas, tal vez amigos o parientes. ¡Son tantas las cosas a las que nuestros corazones se sienten apegados o que nos hacen grandes a nuestros propios ojos!

Pero lo importante para nosotros no es retener lo que la zaranda nos quita, aferrándonos a ello; no es retener lo que agrada a la carne; no, la Palabra nos exhorta a afirmarnos en las cosas que permanecen, a estar atentos para que Satanás no nos impida gozar de Aquel que poseemos y de quien no nos puede despojar.

Cuanto más esfuerzo haga Satanás para zarandearnos, más debemos velar a fin de guardar humilde, fiel y gozosamente, hasta Su venida, lo que él nos ha confiado: “Estad firmes y constantes” (1 Corintios 15:58). Si nos apoyamos en la victoria de Cristo, seremos capaces de mantenernos firmes. A ello debemos exhortarnos unos a otros; y, si lo hacemos, no nos desalentaremos, sino que, a través de los ejercicios y las dificultades, podremos ir adelante como vencedores y dar gracias a Dios, quien nos da la victoria por medio de nuestro Señor Jesucristo.