Ayuda o estorbo /1

Introducción

Ella ha ayudado a muchos.” (Romanos 16:2)

No hacer “tropezar a alguno de estos pequeños.” (Mateo 18:6)

No poner tropiezo a mi hermano.” (1 Corintios 8:13)

Índice

  1. Introducción
  2. En la familia (ejemplos del Antiguo Testamento)
  3. Hacia los amigos (ejemplos del Antiguo Testamento)
  4. En la iglesia local (colectivamente — ejemplos del Nuevo Testamento)
  5. En el mundo
    — Evangelización
    — Relaciones — Testimonio
  6. Entre hermanos o hermanas (individualmente — ejemplos del Nuevo Testamento)

 

1. Introducción

Romanos 16:1-2 nos habla de Febe, cuyo nombre significa «resplandeciente», diaconisa o sierva de la iglesia que estaba en Cencrea; había ayudado a muchos y también al apóstol mismo. Los quince primeros versículos de este capítulo son como una muestra del tribunal de Cristo, en el cual será manifestado todo el bien que el Señor haya producido en cada uno de los suyos, como también sus faltas, para que sean conscientes de la gracia que las habrá borrado por medio de la sangre de Cristo. ¿No existen en una iglesia creyentes que son activos, otros que no hacen nada y algunos que... hacen sufrir a los demás?

Es probable que Febe llevara consigo esta epístola tan fundamental para la fe cristiana y que la entregara en Roma. Esos dos primeros versículos son como una carta de recomendación, en la que el apóstol pide que ella sea recibida “en el Señor” y ayudada “en cualquier cosa en que necesite de vosotros”.

La Palabra nos habla en muchas ocasiones de ser “ayuda” y más aún de “ayudar”. Es Dios quien ayuda, como en el Salmo 33:20: “Nuestra alma espera a Jehová; nuestra ayuda y nuestro escudo es él”. En otros casos es el Señor, como por ejemplo en Hebreos 13:6: “El Señor es mi ayudador; no temeré lo que me pueda hacer el hombre”. En Romanos 8:26 leemos: “El Espíritu nos ayuda en nuestra debilidad”.

Ya en el principio de la Biblia encontramos estas palabras: “No es bueno que el hombre esté solo; le haré ayuda idónea para él” (Génesis 2:18). El hombre que está solo, aún en Edén, tiene necesidad de ser ayudado: es la primera misión confiada a la esposa.

Así como tenemos el privilegio de ayudar, también podemos ser un estorbo u ocasión de caída: “Cualquiera que haga tropezar a alguno de estos pequeños que creen en mí, mejor le fuera que se le colgase al cuello una piedra de molino de asno, y que se le hundiese en lo profundo del mar” (Mateo 18:6). Es un versículo grave, solemne, incluso temible: ser ocasión de caída para “alguno de estos pequeños que creen en mí”, sea un niño, un joven o alguien que se acaba de convertir. Se puede ser también “tropezadero” u “ocasión de caer” para un hermano (1 Corintios 8: 9 y 13).

Si pensamos en tantos creyentes, jóvenes o mayores, a los que hemos encontrado a lo largo de nuestra vida, podemos preguntarnos: «¿Qué han sido para mí: una ayuda o un estorbo? Y yo mismo ¿qué he sido para ellos?». ¡Cuántos recuerdos! Nuestros padres han orado por nosotros y nos han enseñado la Palabra cada día de nuestra infancia y nuestra juventud; oraciones han sido contestadas, mientras que a otras, Dios responderá un día, según su gracia; quizá una palabra apropiada de parte de un hermano o de una hermana, una plática con un hermano de más edad... Y en todas las etapas del camino, ¿qué influencia, consciente o inconsciente, hemos ejercido sobre nuestro prójimo? Cuando nos hemos empeñado en hacer “lo que es agradable al Señor”, nuestro ejemplo ¿ha servido de aliento? ¿Hemos aprovechado la ocasión para decir una palabra “con gracia, sazonada con sal”? (Efesios 5:10; Colosenses 4:6).

Nuestra marcha, nuestra manera de vivir, nuestro carácter ¿han estado de acuerdo con lo que profesamos? “El que dice que está en la luz, y aborrece a su hermano, está todavía en tinieblas. El que ama a su hermano, permanece en la luz, y en él no hay tropiezo” (1 Juan 2:9-10). ¿Cuál es nuestra actitud cuando el Señor nos da ocasión de ayudar? La primera epístola de Juan nos habla de vida (interior), de luz (exterior) y de amor (que procede del corazón).

A menudo, sin que lo hayamos sabido, muchas oraciones han subido hacia el trono de la gracia para que Dios nos fuera de ayuda en el momento oportuno y según su sabiduría. ¿Cuántas veces hemos orado nosotros también en favor de nuestros hermanos y hermanas, de nuestra familia, de nuestros amigos o de los siervos del Señor?

A continuación veremos en qué ambientes se ejerce tal influencia, sea para ayuda o para estorbo: en la familia, en el grupo de amigos, en la iglesia local, en el mundo que nos rodea, en nuestros hermanos en la fe, tanto si están cerca como lejos.

En Éxodo 12, en el momento de la ofrenda del cordero pascual, una “casa” podía ser demasiado poco numerosa para aprovechar todo un cordero, entonces se lo debía compartir con el vecino más cercano, “según el número de las personas” (v. 4). ¡Qué ejemplo para una pequeña iglesia local en la que el acto de compartir lo espiritual puede ser de ayuda para cada uno!

¿Por qué medios podemos ser una ayuda o un estorbo? Primeramente por el carácter: para un servicio, Dios no escoge a soñadores, sino a gente de «carácter». Jesús llama a Juan: Boanerges (hijo del trueno); Él sabe por qué; pero en Su escuela, Juan se convertirá en el apóstol del amor. Para ser formados, muchos hombres de «carácter» han sido puestos aparte durante algún tiempo: Moisés, con el ganado en el desierto (Éxodo 3:1); David, durante los años en que huyó de Saúl (1 Samuel 18 a 26); Eliseo, derramando agua sobre las manos de Elías (2 Reyes 3:11, V.M.).

Todos aprendieron a ser pacientes, su personalidad moral y espiritual se desarrolló; a continuación pudieron ser conductores para la bendición de su pueblo. Tal presencia en un grupo puede ser determinante, tanto para el bien como para el mal: cuando está allí, uno no se atreve a decir cualquier cosa; al contrario, la ligereza del animador puede conducir a un ambiente que se degrada y degenera rápidamente.

Cuánta importancia tiene también el comportamiento, la manera de conducirse. El apóstol señala a los macedonios, quienes “se dieron primeramente al Señor” (2 Corintios 8:5); sin que lo supieran, fueron así un ejemplo para sus hermanos.

El Señor Jesús nos enseña la disponibilidad: recibe a Nicodemo durante la noche; en el pozo de Sicar en pleno día, pasando del cántaro y del agua a la adoración, conduce a la fe a la mujer samaritana de mala vida (Juan 3:2; 4:5-30, 39-42).

¿Y qué decir del resplandor que desprenden a menudo los fieles más humildes, porque, como aquellos de antaño, “andan con Dios”?

¡Cuántos estorbos, por el contrario, acarrea la maledicencia! Sugerir con malevolencia, imitar a un siervo de Dios, guiñar el ojo burlonamente, a menudo pueden desanimar a los jóvenes creyentes, o a los enviados del Señor, cuando se habría podido contribuir, en varias circunstancias, al gozo y al progreso espiritual de sus hermanos.

1 Tesalonicenses 5:11 nos dice: “Animaos unos a otros, y edificaos unos a otros”. Aquí no se trata de reuniones en la iglesia, sino de contactos personales para animarnos los unos a los otros en la fe.

Hebreos 12:12 nos incita a levantar “las manos caídas y las rodillas paralizadas”; quizá estas manos eran activas, y luego, por motivos diversos, vino el desánimo, no hubo la suficiente renovación interior (2 Corintios 4:16), y el celo de otrora se apagó (2 Timoteo 1:6). Hay flojedad en la marcha, en la oración; las rodillas flaquean y tienen necesidad de volver a ser afirmadas. Mejor que las palabras será el ejemplo: “Haced sendas derechas para vuestros pies, para que lo cojo no se salga del camino, sino que sea sanado” (Hebreos 12:13).

Queda el ámbito material. 1 Juan 3:17 nos dice: “El que tiene bienes de este mundo y ve a su hermano tener necesidad, y cierra contra él su corazón, ¿cómo mora el amor de Dios en él?” Aquí no se trata de ayudar a diestra y siniestra sin discernimiento; el pensamiento se refiere más bien a un deber cristiano: ayudar a mi hermano en las necesidades que conozco, según mis medios; 2 Corintios 8:12 precisa: “según lo que uno tiene”. El Señor Jesús mismo dijo: “Más bienaventurado es dar que recibir” (Hechos 20:35). Por eso Hebreos 13:16, inmediatamente después de las expresiones de adoración, nos habla de la ayuda para con nuestros hermanos y de compartir nuestros bienes para sostén de los siervos del Señor (véase 1 Corintios 16:1-3; 1 Timoteo 5:17-18). La palabra “sacrificio” se aplica tanto a la alabanza como al don. 2 Corintios 9:7 añade: “Dios ama al dador alegre”.

Entre los estorbos, mencionaremos aun la mundanería; enemiga de nuestra vida espiritual, puede ser también una trampa para los demás, sin hablar de los celos que puede suscitar. 1 Pedro 3:3-4 insiste sobre el atavío externo : “Vuestro atavío no sea el externo de peinados ostentosos, de adornos de oro o de vestidos lujosos, sino el interno, el del corazón, en el incorruptible ornato de un espíritu afable y apacible, que es de grande estima delante de Dios. ” 1 Corintios 15:33 nos pone en guardia contra “las malas compañías” (V.M.). Recordemos que “la amistad del mundo es enemistad contra Dios” (Santiago 4:4).

Pronto llegará el día en que seremos llamados a hacer el balance de nuestra juventud, de la edad activa, de la edad madura: ¿qué rédito habrá para el Señor? Luego, en el tribunal de Cristo, todo será sacado a la luz; pero, mientras llega ese momento, ¿no queremos dejar que la luz de ese día ilumine ya nuestra vida y nos conduzca, por una parte, a la confesión, y por otra, al arrepentimiento? Las faltas confesadas desde el momento en que somos conscientes de ellas, son purificadas por la obra de Cristo (1 Juan 1:9): el recuerdo de Su muerte, de la que las “cenizas” de Números 19:9 son figura. Y el fruto que el Espíritu haya producido por gracia, sólo alentará el sentimiento de que, si bien no tenemos nada en nosotros, lo tenemos todo en el Señor.