1. El deseo de hacer Su voluntad
Créame usted que me siento feliz de saber que tiene el deseo de agradar a Dios y de obedecerle en todo, dado que, para conocer la voluntad de Dios, es necesario, en principio, un real deseo de cumplirla.
El Señor Jesús decía: “El que quiera hacer la voluntad de Dios, conocerá si la doctrina es de Dios, o si yo hablo por mi propia cuenta” (Juan 7:17). Para ser enseñados por Dios debemos desear hacer su voluntad, lo que es igualmente cierto cuando se trata de aprender de él cuál es su voluntad. De modo que la primera condición para ser guiados al conocimiento de la voluntad de Dios es la de entregarnos enteramente a él para hacer esta voluntad. ¿Qué pensaría usted de un hijo que consultase a su padre si le permitiría ir a tal o cual espectáculo teniendo la premeditada intención de hacer su propio antojo, cualquiera fuese el parecer de su padre?
La voluntad de Dios debe ser más valiosa para nosotros que cualquier otra cosa. Todo lo que hacemos apartándonos de ella no tiene ningún valor duradero, mientras que lo que hagamos conforme a su voluntad tendrá una gran recompensa. Si seguimos el camino de su voluntad, tendremos la seguridad de que él está con nosotros, lo que es una constante fuente de fortaleza, ya que podremos tener plena confianza en su ayuda para afrontar todas las dificultades del camino.
“...para que comprobéis cuál sea la buena voluntad de Dios, agradable y perfecta” (Romanos 12:2).
2. La cotidiana lectura de la Palabra
La segunda cosa importante para ser guiados es la de tomarnos cada día el tiempo para leer y meditar la Palabra de Dios. En ella tenemos los grandes principios que deben gobernarnos en nuestra vida terrenal.
Por ejemplo, leemos en 2 Corintios 6:14: “No os unáis en yugo desigual con los incrédulos; porque ¿qué compañerismo tiene la justicia con la injusticia? ¿Y qué comunión la luz con las tinieblas?” Suponga usted que un creyente proyecte un matrimonio, o piense integrar una sociedad dedicada a los negocios. No tiene sentido que ore para ser guiado si aquel con quien se propone unirse es un incrédulo. Dios, en su Palabra, nos ha advertido claramente que no nos unamos bajo el mismo yugo que los incrédulos. Sería una locura pensar que él nos daría una directiva diferente de la que su Palabra indica como su voluntad para los suyos.
“Lámpara es a mis pies tu palabra, y lumbrera a mi camino” (Salmo 119:105).
3. Conversar con Dios
Lo tercero es acostumbrarnos a platicar con Dios a todo lo largo del día, mientras vamos al trabajo y en cada una de nuestras actividades. En otros términos, permanecer en contacto con Dios en todo lo que hacemos. Si nos sentimos incapaces de orar para ser dirigidos y para darle gracias acerca de uno de nuestros actos o palabras, tengamos la seguridad de que eso no es lo que él quiere que hagamos o digamos. Se sorprenderá usted al descubrir qué cantidad de pequeñas cosas que decimos o hacemos sin pensarlas se nos revelan de pronto como desagradables a Dios en cuanto le hablamos de ellas. ¿Estamos dispuestos a hacer su voluntad en las pequeñas cosas de la vida? Si no lo estamos respecto de las pequeñas cosas, no podremos contar con que Dios nos revele su voluntad acerca de las más grandes. “En ti (Dios) he esperado todo el día” (Salmo 25:5).
4. Dejarse sondear por Dios
La cuarta condición es pedirle a Dios que sondee nuestros corazones y nos revele todo lo que le desagrade. Eso fue lo que David pidió al componer el Salmo 139 (v. 23-24): “Examíname, oh Dios, y conoce mi corazón... y ve si hay en mí camino de perversidad, y guíame en el camino eterno”.
Nuestros corazones son tan engañosos (Jeremías 17:9-10) que a menudo damos una razón plausible a lo que queremos hacer, para conferirle una buena apariencia, mientras que en el fondo de nuestro corazón sabemos que el motivo real no es bueno. Pero ¿cómo complacerá a Dios nuestra conducta si los motivos de ella no le agradan? Detrás de tal proyecto de asociación con incrédulos ¿no se esconde el deseo de destacarse o el amor al dinero, fuente invisible de toda clase de males? “Enséñame tú lo que yo no veo”, decía Job a Dios (34:32).
5. Obedecer al Señor
La quinta condición es la de obedecer al Señor siempre que él nos da, por su Espíritu, la certeza de que tal cosa es su voluntad con respecto a nosotros. Si desobedecemos cuando nos enseña, el Espíritu será contristado (Efesios 4:30). Confesemos sin demora nuestro pecado; de otra manera, no podemos esperar que el Espíritu nos dé más adelante cualquier certeza acerca de la voluntad de Dios, puesto que le hemos contristado al no hacer lo que él ya nos indicó.
6. La seguridad de Su voluntad
Para terminar, quiero añadir lo siguiente: Cuando nos encontramos ante una decisión tan importante como el matrimonio, la búsqueda de otro trabajo o un cambio de localidad, debemos, como acabamos de verlo, orar al respecto con un vivo deseo de hacer la voluntad de Dios, pidiéndole que examine nuestros corazones y nuestros motivos y que nos revele cuál es su voluntad, pero luego es necesario esperar hasta que él nos dé la certeza en cuanto a su voluntad.
¡Es tan humano orar por algo y luego ir adelante sin esperar a que Dios nos haga conocer claramente su pensamiento al respecto! Dios no lo hace siempre de inmediato. Frecuentemente espera, a fin de probarnos y darnos el tiempo necesario para que examinemos nuestros corazones, pero podemos estar seguros de que nos hará conocer claramente su voluntad en el momento preciso, cuando él quiera, si es que sinceramente deseamos obedecerle y ser librados de hacer nuestra propia elección.
“Que seáis llenos del conocimiento de su voluntad en toda sabiduría e inteligencia espiritual, para que andéis como es digno del Señor, agradándole en todo” (Colosenses 1:9-10).