“Erais esclavos del pecado...
¿Pero qué fruto teníais de aquellas cosas de las cuales ahora os avergonzáis?...
Mas ahora que habéis sido libertados del pecado y hechos siervos de Dios,
tenéis por vuestro fruto la santificación.”
(Romanos 6:20-22)
Suele ocurrir que se oiga a personas convertidas hablar de su pasada vida de pecado, como el soldado en situación de retiro cuenta sus hechos de armas. Y, lamentablemente, encuentran oídos que les escuchan con complacencia o curiosidad, como si se tratara de bellas acciones.
Ello es señal de un pobre estado espiritual, aun cuando tales narraciones pretendan ser un «testimonio». Son nocivas. Ningún cristiano espiritual alentará a un convertido a detenerse largamente recordando su vida pasada, y menos aun a hacer de ella un tema de interés para sus oyentes.
Más de uno que en un principio no podía hablar de esto sin sonrojarse —pero que luego encontró en ello una secreta satisfacción, haciendo de una engañosa humildad un motivo de gloria— volvió a las cosas de las que decía haber sido liberado por la misericordia de Dios y la preciosa sangre de Cristo.
Dejemos escondido lo que Dios ha perdonado, olvidado y cubierto (Hebreos 10:17) y, de todo corazón, alabemos la gran compasión de Dios. Mostremos, mediante nuestras palabras y nuestra conducta, lo que es una vida nueva: la de los siervos de Dios, útiles al Señor.
“Las cosas viejas pasaron; he aquí todas son hechas nuevas” (2 Corintios 5:17).