Después de la muerte del Señor Jesús, dos de sus discípulos vuelven a sus casas muy tristes, pues su Señor ha sido crucificado y ellos no les creen a las mujeres que pretenden haberle visto resucitado.
A pesar de esta incredulidad humillante, sus corazones están llenos de la persona de su Señor.
Cuando un misterioso viajero se une a ellos, se muestran muy sorprendidos de ser interrogados acerca de la causa de su tristeza. ¿Era posible que alguien pudiese ignorar la muerte ignominiosa de Jesús? Entonces le hablan de su amado Señor. Sus corazones “arden” cuando el desconocido les explica el alcance y el sentido de lo que acababa de producirse, para lo cual se basa en el Antiguo Testamento.
Al crepúsculo, llegados cerca de la aldea a la cual se dirigen, no pueden decidirse a separarse de ese caminante que les había hablado de Cristo, y entonces le suplican que permanezca con ellos.
Cristianos, probablemente tengamos más conocimiento que esos dos discípulos, pero ¿están nuestros corazones como los de ellos, llenos de Jesús? ¿De qué conversamos mientras recorremos juntos el camino de la vida? Él está con nosotros “todos los días” (Mateo 28:20). Sus promesas son seguras. Ojalá su presencia sea una realidad para nosotros y podamos escuchar su voz, y así seguirle paso a paso. Si él indujo a los dos discípulos a volver a Jerusalén para esperar allí su retorno, nos mostrará también el lugar al cual él invita a sus redimidos a reunirse alrededor de él en la tierra (Mateo 18:20).