En Mateo 16:18 el Señor dice que las puertas del Hades no prevalecerán contra su Iglesia. ¿Cómo hay que comprender ese pasaje? ¿Es que la ruina actual de la Iglesia profesante ha cambiado tanto las cosas que ese pasaje ya no tiene ninguna aplicación?
La confesión de Pedro, acorde con la revelación que había recibido del Padre, declaraba la verdad sobre la persona del Salvador, fundamento seguro de la Iglesia. Jesús es, él mismo, la roca sobre la cual construye su asamblea. Él mismo revelado, no solamente como el Cristo, depositario y garante de todas las promesas, sino además como el Hijo del Dios viviente, que estaba desde la eternidad en el seno del Padre, existiendo antes de toda promesa e independientemente de todo lo que ha sido hecho. Por lo demás, todo lo que ha sido hecho es obra suya, creada por él y para él. La Iglesia, edificada sobre ese fundamento, comparte ese carácter de vida imperecedera, contra la cual el poder de Satanás no podrá prevalecer. En ese sentido hay que considerar “las puertas del Hades”. Las “puertas” son la base de la autoridad. Se trata, pues, del poder de la muerte y de aquel que tiene ese poder, es decir, Satanás (véase Hebreos 2:14).
Por consiguiente, de ningún modo es cuestión aquí de las faltas de los hombres, de los errores de toda especie que se han introducido en la Iglesia ni de sus consecuencias funestas, cuya expresión es cada vez más desastrosa a causa de la debilidad de los hombres y de la insumisión de éstos a Cristo. Se trata de lo que Cristo mismo hace, por su propia potestad y según lo que es él en sí mismo. No se equivoca jamás, ni puede equivocarse; y, en medio de toda la confusión exterior, permanece para los fieles esta preciosa consolación llamada el “sello” del “fundamento de Dios” que “está firme”: “Conoce el Señor a los que son suyos” (2 Timoteo 2:19). Aquel que ha comenzado esta obra maravillosa la terminará a su tiempo, pues, no está aún terminada. Una vez completa, la Iglesia, después de haber sido arrebatada para estar con Cristo en el cielo, será manifestada “descendiendo del cielo, de Dios, teniendo la gloria de Dios” (Apocalipsis 21:10).
Es verdad que los hombres han participado en la construcción de la Iglesia, y que todo lo que ha sido hecho por los hombres será sometido a juicio. El apóstol lo demuestra claramente en 1 Corintios 3. Pero en este pasaje de Mateo no se trata sino de la obra de Cristo, obra que guarda entre sus manos solas, y que él termina para el Padre, según su propia perfección. Esto será el cumplimiento más elevado de esta palabra: “Él edificará casa a mi nombre” (2 Samuel 7:13). Todo verdadero creyente es una “piedra viva” en este edificio (véase 1 Pedro 2:4-5). Una vez colocado por el Señor sobre el fundamento inquebrantable, ahí se queda; su muerte, si llega, no invalida en nada su posición en la Iglesia de Dios.