El nuevo culto instituido por Jeroboam
Cuando Jeroboam vino a ser rey sobre las diez tribus de Israel, en seguida instituyó un culto conforme a sus propios pensamientos (1 Reyes 12:28-33). Erigió dos becerros de oro, consagró sacerdotes de entre el pueblo e instituyó nuevas fiestas solemnes. Pero Dios no pudo ver todo este mal sin intervenir. Mandó a un varón de Dios de Judá a Bet-el donde se hallaba uno de los becerros. Este vino “por palabra de Jehová” (13:1), una expresión que se encuentra varias veces en este capítulo, como si el Espíritu de Dios quisiera subrayar el origen del mensaje de su siervo y darle una gravedad particular.
El varón de Dios que vino de Judá
¿Quién era este varón de Dios? De él solo sabemos poco. Era un siervo que Dios había preparado, aparte, para la misión que tendría que cumplir, misión que, como quien dice, le iba a meter en la boca del lobo. Este varón no vivía en Israel, donde el rey había instituido su culto idólatra, sino en Judá, donde se hallaba el templo de Dios y donde el culto se rendía aún conforme a las enseñanzas divinas. Seguramente estaba afligido de ver cómo las diez tribus se habían alejado de su Dios y deshonraban el nombre de Jehová con un culto según la imaginación del hombre.
Encuentro con Jeroboam
En el momento en que el varón de Dios llega a Bet-el, Jeroboam está a punto de quemar el incienso en el altar. Con mucho denuedo, el varón de Dios clama contra el altar. No lo hace bajo el impulso de una irritación carnal, sino que pronuncia el juicio sobre el altar “por palabra de Jehová”.
Jeroboam enseguida quiere hacer callar esta voz molesta. Extiende su mano desde el altar y dice: “¡Prendedle!”. Pero Dios interviene y protege a su siervo: la mano del rey seca instantáneamente y la palabra pronunciada contra el altar se cumple.
Entonces, la ira del rey se disipa. Está consciente que tiene que ver con alguien más poderoso que él. Como el Faraón de antaño, que había pedido a Moisés que suplicara a Dios respecto de las plagas que habían venido sobre Egipto, Jeroboam le dice al varón de Dios: “Te pido que ruegues ante la presencia de Jehová tu Dios, y ores por mí, para que mi mano me sea restaurada” (v. 6).
El varón de Dios estaba al servicio de Aquel “que no quiere la muerte del impío, sino que se vuelva el impío de su camino, y que viva” (Ezequiel 33:11). Por eso suplica a Jehová. Y Dios se revela aquí no solo como Aquel que ejerce el juicio, sino que también hace misericordia.
Entonces, Jeroboam quiere dar testimonio de su gratitud invitando al profeta a su casa y ofreciéndole un presente. De nuevo, la reacción de este es la de un varón de Dios. Rechaza la oferta con firmeza. Para él, solo la palabra de Jehová tiene autoridad. Desea obedecer a Dios, sea para rechazar o aceptar.
La actitud de este varón de Dios nos enseña a nosotros, los creyentes, cómo hemos de andar aquí abajo en medio de un mundo enemigo de Dios, realizando una posición de verdadera separación. Si hemos de dar testimonio, tanto al juicio que le va a sobrevenir como a la gracia que a él es ofrecida, no hemos de asociarnos a él de ninguna manera.
El viejo profeta de Bet-el
El mundo tiene varios aspectos. A parte del mundo abiertamente opuesto a Dios, ilustrado por Jeroboam, también hay el mundo religioso. Es la imagen que tenemos en la persona del viejo profeta (v. 11). Este hombre no era un falso profeta como Balaam, pero se hallaba en un lugar donde no hubiera tenido que estar.
Bet-el se había convertido en un lugar contaminado por el culto idólatra introducido por Jeroboam. Y por el hecho de que este profeta había permanecido en él, Dios ya no lo podía utilizar en su servicio. No hubiera estado en condiciones de anunciar el juicio a Jeroboam, puesto que en cierta medida estaba asociado a la idolatría.
No cabe duda que su presencia en Bet-el tenía una influencia negativa sobre los israelitas que vivían allá. Los actos cometidos por Jeroboam no les debían haber parecido muy graves, ya que un profeta de Jehová vivía allí y se quedaba callado. Hoy en día también, la actitud ambigua de los creyentes que se asocian al mundo es un gran peligro para los creyentes fieles. El enemigo utiliza a estas personas para poner trabas a los creyentes en su andar conforme al Señor.
El relato nos muestra que, para el varón de Dios, este viejo profeta constituía un peligro mayor que Jeroboam. ¡Qué advertencia para nosotros! Tengamos cuidado con las seducciones del mundo religioso.
¿Cuál era la razón que incitó al viejo profeta hacer volver al varón de Judá y de invitarle a comer en su casa? La Palabra guarda silencio sobre este punto. Sin embargo, la experiencia hace ver que los creyentes mundanos o acaparados por los asuntos terrestres se sienten acusados por los que desean seguir y servir al Señor con un corazón firme. Con frecuencia intentan empujarlos a que se muestren menos comprometidos, menos «estrechos», más indulgentes y tolerantes. De esta manera tratan de hacer posible un andar común, sin por eso tener que salir de su falsa posición. ¿Tenía el viejo profeta tales intenciones para con el varón de Dios?
La hora de la prueba
El viejo profeta sigue pues al varón de Dios y le halla sentado bajo una encina. Es la hora de la tentación y de la prueba para este siervo, fiel hasta ahora. ¿Estaba vigilando y orando para que no cayera?
Su primera respuesta a la invitación es inequívoca: solo repite lo que Dios le había ordenado.
Entonces, el viejo profeta le convence por una mentira. Lo que hubiera debido despertar sus sospechas, es que Dios jamás revoca su palabra; no se contradice jamás. Era imposible que Dios hubiera revelado a otra persona lo contrario de lo que le había sido dicho “por la palabra de Jehová”. Pero parece que este siervo de Jehová no había pensado en esto. “Entonces volvió con él, y comió pan en su casa, y bebió agua” (v. 19).
¡Qué gran lección para nosotros! Lo que Dios escribió es válido para todos los tiempos, todas las naciones y todas las culturas. La Palabra de Dios no envejece jamás. No puede ser ni reemplazada, ni completada por cualquier cosa nueva. Hemos, pues, de considerar eso como mentira o como un error, y por consecuencia rechazar sin duda todo lo que, llamándose verdad, estaría en contradicción con lo que está escrito en la Palabra de Dios.
Los caminos gubernamentales de Dios
Al desobedecer a la palabra de Jehová, el varón de Dios se asoció al viejo profeta y a la falsa posición en la cual se encontraba. Esto no podía quedar sin consecuencias.
Mientras están en la mesa, la palabra de Jehová le llega al viejo profeta. Y el seductor está forzado a anunciar el juicio. Las consecuencias de la desobediencia del varón de Dios van a ser muy amargas. Pero no contesta nada. Sabe que Jehová tiene razón y parece sometido a las vías de su gobierno.
En el camino de regreso hacia Judá le golpea el juicio anunciado: le mata un león. Sin embargo, el león no devora el cuerpo, ni mata al asno que se queda junto a él. Al modificar el comportamiento natural del león y del asno, Dios deja ver que él es el origen de esta muerte.
Un triste testimonio
Cuando el viejo profeta se entera de lo que pasó, dice: “El varón de Dios es, que fue rebelde al mandato de Jehová; por tanto, Jehová le ha entregado al león, que le ha quebrantado y matado, conforme a la palabra de Jehová que él le dijo” (v. 26). ¡Qué testimonio tan triste! Ni una sola palabra sobre lo que este varón había hecho unas horas antes, cuando se había adelantado valientemente frente al altar idólatra y había anunciado su juicio al rey impío. La desobediencia lo hizo perder todo. Como lo vemos al fin de este capítulo, Jeroboam no se desvió de su mal camino. Las primeras señas de un trabajo en el corazón y en la conciencia de Jeroboam, ¿habrán sido acalladas por la desobediencia del varón de Dios?
Tenemos que sacar otra lección de este relato. La disciplina de Dios siempre se ejerce en la medida de la responsabilidad de cada uno. En otras palabras: cuanto mayor es el conocimiento de la palabra de Dios, tanto más grave es la desobediencia. Jeroboam recibió de Dios la liberación, a pesar de su pecado; el viejo profeta que había dicho una mentira siguió con vida, pero el valiente mensajero que había venido de Judá tuvo que pagar su desobediencia con su vida. Su responsabilidad era mayor.
La muerte del varón de Dios en la luz del Nuevo Testamento
En esta circunstancia, la disciplina de Dios significó la muerte para su siervo. Sin embargo, Hebreos 12 nos deja ver que toda disciplina ejercida por Dios para con los suyos es un efecto de su amor (v. 6-7). El apóstol Pablo escribió a los corintios, cuando Dios había tenido que castigar severamente a algunos de entre ellos: “somos castigados por el Señor, para que no seamos condenados con el mundo” (1 Corintios 11:32). Si Dios debe a veces disciplinarnos, a pesar de ello su gracia está siempre presente.
Así le sucedió al varón de Dios. Dios tuvo que intervenir con un castigo, pero con el mismo recogió a sí a su servidor. Jeroboam en cambio fue el objeto de una gracia temporal, pero como no se apartó de sus malos caminos, está perdido para la eternidad.