La familia de la fe en Hebreos 11, al igual que el Cuerpo de Cristo en 1 Corintios 12, nos es presentada en su diversidad, cada uno de sus miembros con su carácter propio, pero animado por una sola y misma fe.
En Abel, tenemos la boca: “muerto, aún habla” (v. 4).
Enoc nos hace pensar en el pie: “caminó Enoc con Dios” (Génesis 5:22) y “tuvo el testimonio de haber agradado a Dios (v. 5).
Noé es la mano: “preparó el arca”, desplegando una actividad notable (v. 7).
Abraham nos hace pensar en el oído, símbolo de la obediencia: “siendo llamado, obedeció” (v. 8).
Moisés, por último, se distingue por el ojo: “se sostuvo como viendo al Invisible” (v. 27).
Cada uno de estos testigos ilustra un aspecto particular de la fe representada por un miembro de nuestro cuerpo. Pero es evidente que cada uno de nosotros es llamado a la vez a hablar, caminar, trabajar, escuchar a su Dios y a abrir sus ojos sobre lo invisible.