“Uno de sus discípulos, al cual Jesús amaba”. Esta expresión no significa en absoluto que un creyente pueda beneficiar más que otro de la gracia y de la salvación de Dios, o que pueda ser amado con un amor más fiel o más constante. Significa que puede haber, entre el Señor y sus discípulos, relaciones más estrechas con unos que con otros.
Todos, seguramente, cenaban con él, pero uno solo se recostó sobre su pecho (Juan 13:25). Todos habían perseverado con él en sus pruebas (Lucas 22:28) y debían recibir un reino, pero sólo tres se encontraron con él en el huerto, al igual que en el monte santo. Tal como hoy, algunos tenían más capacidad que otros para comprender el amor y responder a él con todo su corazón.
Si veo a un hermano cuya conducta muestra mucho de lo que, como lo sé, regocija el corazón de Jesús: dulzura, ausencia de egoísmo, humildad verdadera, separación respecto del mundo... entonces pienso en Juan, y veo “al discípulo al cual Jesús amaba” reflejado en mi hermano.
Pero, no lo olvidemos, Juan mismo no era sino uno de aquellos a quienes Jesús mismo había escogido, llamado y asociado consigo para siempre. ¿Excluía Juan a Tomás o a Bartolomé? De ninguna manera; estos últimos, en el sentido evangélico más amplio, eran tan preciosos a Jesús como Juan, el cual, a ese respecto, no gozaba de ningún privilegio particular.
Pero, si yo amo a Aquel que me ha convocado a una bendición eterna perfectamente asegurada, ¿no me alegraré de que él pueda encontrar más gozo en otro que el que encuentra en mí y en mi conducta?
Tengo así toda la razón para regocijarme por estas palabras varias veces repetidas: “el discípulo al cual Jesús amaba”. Y regocijarme también al pensar que semejante verdad encuentra su aplicación entre los creyentes actuales, como antes entre los apóstoles.
El amor del Señor Jesús es demasiado perfecto para ser parcial. No obra con inconstancia ni con falta de miramientos. Todos nosotros somos los objetos de este amor. Tomás no es descuidado por el hecho de que Juan sea amado como lo es. Pero este amor encuentra verdaderamente su expresión en un Juan que lo disfruta en su realidad. Al ver a éste reposar sobre Jesús, mientras yo mismo estoy un poco más lejos, que me sea acordada la gracia de contemplar este espectáculo con gozo y de decirme: «Es bueno para mí estar aquí». Si no realizo personalmente esta bendición, disfruto de otra diferente: el gozo de pensar que otro está allí. La visión de Moisés y Elías en la gloria regocija a Pedro, aunque esto lo superara.
De modo que mi espíritu está feliz y agradecido cuando pienso en mi hermano más espiritual que se recuesta sobre el pecho de nuestro común Señor.