En el evangelio según Lucas encontramos la historia de un joven que solamente pensaba en reír, bailar y divertirse con gente poco seria. Un día dijo a su padre:
— Dame la parte de mi herencia y déjame vivir como más me plazca.
Luego partió muy contento para vivir según su voluntad, con total independencia de su padre. Ni sospechaba que así emprendía el camino espacioso que conduce a la perdición. Vivía según los perversos pensamientos de su corazón. Como este joven, gran parte de la humanidad ha dado la espalda a Dios y se aleja cada vez más de él.
Este camino le prometía la felicidad y todo lo que deseaba, pero terminó en una completa ruina. Cuando para sobrevivir se vio obligado a apacentar cerdos (animales inmundos, Levítico 11:7) comprendió dos cosas:
- Satanás, al prometerle la felicidad, lo había engañado, porque en realidad lo condujo a la desgracia.
- Su padre era un hombre bueno y rico que daba pan en abundancia a sus jornaleros.
Pero ¿cómo volver a su padre, ya que había perdido todos sus derechos de hijo? Al ver que sus pecados le obstruían el camino de vuelta, se arrepintió y confesó: — Volveré a la casa de mi padre y le diré: “Padre, he pecado contra el cielo y contra ti. Ya no soy digno de ser llamado tu hijo; hazme como a uno de tus jornaleros”.
Así pronunció un justo juicio respecto de su mala vida y de sí mismo. Al arrepentirse y humillarse hizo lo que todo ser humano debe hacer ante Dios, por haberle ofendido. Tal estado de arrepentimiento y humillación es el que nos corresponde.
Se levantó, pues, para volver a su padre. Éste lo vio cuando aún estaba lejos y, desbordando de gozo, corrió a su encuentro para abrazarlo y besarlo.
Es ésta una bella imagen del amor de Dios hacia los hombres que vienen a él arrepentidos. Dios no rechaza a nadie.
El gozo del padre desbordaba y, en su gracia, ordenó: “Sacad el mejor vestido y vestidle”. El hijo había sido perdonado. Él sabía que su padre lo amaba. Estaba en paz. La alabanza podía subir hacia su padre, a quien ahora conocía como a aquel que ama, que perdona y que bendice.
Querido lector, no dude en hacer el balance de su vida ante Dios. Si no se arrepintió ya, confiésele sus pecados, humíllese a causa de lo que usted es. Reconozca que está perdido. Su deuda la pagó Jesús en la cruz del Calvario. Dios le espera y, en su amor, quiere perdonarle.