Lo que gané al estar enfermo

Un cristiano, casi enteramente paralizado durante once años y acostado de espaldas sin poder moverse, sabe lo que son grandes sufrimientos. De modo que está muy calificado para hablar de ellos, así como de las insondables riquezas de Cristo que son su gozo todos los días. Desde hace unos años posee un pequeño aparato de su invención que le permite escribir algo a pesar de sus brazos rígidos. Por este medio puede mantener correspondencia con otros enfermos para animarles o anunciarles el Evangelio.

Dios quiera bendecir estas pocas líneas que un hombre —si bien sufre en su cuerpo es perfectamente feliz en su alma— dirige a quienes también sufren. Presentamos al lector algo de los frutos de la gracia que maduran en este feliz cuarto de un enfermo.

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Muy a menudo he oído decir: «¡Dios no es justo al mandar así la enfermedad!». Sin embargo, los dos primeros capítulos del libro de Job nos enseñan que Dios no envía la enfermedad, sino que la permite para poder cumplir su obra de amor en los suyos. Por lo demás, la enfermedad también puede ser para un incrédulo el principio de la fortuna espiritual: “Pues ¿qué aprovecha al hombre, si gana todo el mundo, y se destruye o se pierde a sí mismo?” (Lucas 9:25). En otras palabras, el hecho de que mi nombre está en el libro de la vida es mi mayor riqueza. A menudo esto llega cuando, solo con Dios durante las vigilias de las noches interminables en un lecho de dolor, el enfermo se da cuenta de toda su miseria e impotencia. Entonces la sangre de Jesucristo le limpia de sus pecados y le da la participación en estas riquezas eternas. No obstante muchos, en vez de aceptar sencillamente este precioso tesoro, tratan de merecerlo por sus propios esfuerzos. Esto es inútil, ya que sólo el amor de Cristo por el pecador tiene poder para darle la vida. Pero, para manifestar este amor, fue necesario que Él dejara el cielo y toda su gloria para venir a la tierra a sufrir y morir.

También oigo decir que la enfermedad es un castigo. Eso no es correcto. Lea usted en Juan 9:3 la contestación del Señor a sus discípulos, quienes le preguntaban sobre este punto durante la maravillosa escena de la curación del ciego de nacimiento: “No es que pecó éste, ni sus padres, sino para que las obras de Dios se manifiesten en él”. Así el ciego no solamente verá, sino que por haber creído en el Hijo de Dios recibirá también de su Salvador la promesa de la vida eterna (v. 35-38).

¡Cuántos hoy en día pueden dar gracias a Dios al haber pasado por la prueba de la enfermedad del cuerpo y recibido el más precioso de los tesoros, el que permanecerá para siempre: la vida eterna!

En cuanto a mí, como vengo experimentando estas cosas cada día, deseo que lo expresado anteriormente toque el corazón de los que sufren y los anime.