“Levántate, Aquilón, y ven, Austro;
Soplad en mi huerto, despréndanse sus aromas.
Venga mi amado a su huerto, y coma de su dulce fruta.”
(Cantar de los Cantares 4:16)
La vida de cada creyente puede ser comparada con un huerto del cual es responsable. Siembra las buenas semillas, quita las malas hierbas con sus raíces, lo riega cuidadosamente. Las semillas buenas: el amor, el gozo, la paz, la paciencia, la templanza, la rectitud, etc. germinan, crecen y dan flores y frutos agradables para Dios.
¡Las hierbas malascrecen solas! Son las viejas costumbres de pensar, razonar, hablar, actuar. En cuanto se las ve, hay que extirparlas.
Si nuestro huerto es cuidado, desherbado y regado regularmente con el agua pura de la Palabra, dará buenos frutos, cada uno en su tiempo, para la gloria de Dios.
Sobre el bien cuidado huerto de un creyente fiel, las dificultades y las pruebas pueden llegar, heladas como el viento del norte (el Aquilón) o calientes como el viento del sur (el Austro) —figura usada en el versículo citado—; ellas no hacen más que manifestar y desarrollar su confianza en Dios y su amor hacia Él si las atraviesa en su compañía.
¡Qué aliento para vivir de una manera más completa y activa para Aquel que nos amó primero y lo manifestó dando su vida por nosotros!