“Que conozcan los vivientes que el Altísimo gobierna el reino de los hombres,
y que a quien él quiere lo da, y constituye sobre él al más bajo de los hombres.”
(Daniel 4:17)
“Aconteció en aquellos días, que se promulgó un edicto de parte de Augusto César,
que todo el mundo fuese empadronado.
Este primer censo se hizo siendo Cirenio gobernador de Siria.
E iban todos para ser empadronados, cada uno a su ciudad.
Y José subió... a la ciudad de David, que se llama Belén.”
(Lucas 2:1-4)
Es maravilloso considerar cómo Dios actúa cuando quiere ocuparse de este mundo y tomar parte en lo que sucede allí. También es hermoso ver cuáles son las señales de su intervención. No hay ninguna relación entre los caminos de Dios y los de los hombres. El emperador y su edicto eran instrumentos para Dios, pero eran de poca importancia. Augusto César actuaba en relación con sus vasallos y con sus grandes proyectos, pero ignoraba que era simplemente un instrumento de Dios para cumplir esta profecía: Jesús debía nacer en Belén. Toda la corriente de este mundo estaba fuera de los pensamientos de Dios. El hecho capital para Dios y su reino —un hecho respecto al cual el emperador no pensaba— era el nacimiento de ese niño en Belén. El edicto hacía mover a todo el imperio, pero en medio de esta agitación, y por medio de ella, Dios realizaba y cumplía tranquilamente sus pensamientos.
¡Qué admirable es esto! El mundo entero fue puesto en movimiento por el censo promulgado por el emperador; el mundo estaba ocupado de este evento y no de Dios. Sin embargo, el cumplimiento de las profecías dependía de esta circunstancia. En medio de la muchedumbre, nadie era tan menospreciado como el humilde carpintero y María, su mujer. Lo que era grande para el mundo era el edicto del emperador. Lo que era pequeño, y hasta ignorado, era el viaje de José a Belén, a la ciudad de David, porque era allí donde el heredero de David debía nacer: allí y en ese momento. Este hecho era aún más notable porque el empadronamiento mismo tuvo lugar solamente unos años más tarde, cuando Cirenio era gobernador de Siria. Dios cumplía sus designios de amor, pero el hombre no tenía ojos para verlos. ¿Quién se ocupaba del pobre judío, aunque fuese de la casa y de la familia de David? Las cosas que son absolutamente indiferentes al hombre, llenan el corazón y la mirada de Dios.