“¿No sabéis que la amistad del mundo es enemistad contra Dios? ”
(Santiago 4:4)
Antiguamente, la ciudad de Aigues-Mortes (Francia) era un puerto en el Mediterráneo. Hace unos 700 años, el rey San Luís zarpó de allí para una cruzada. Hoy en día, la ciudad se halla a seis kilómetros de la costa.
¡Cuántos creyentes se parecen a esta ciudad empantanada! Poco a poco, el mundo ha ganado terreno en sus corazones. De un mes al otro no se ve que este estancamiento progresa, pero al final de un año ¡cuántos daños se hicieron ya! Uno ha cedido en un punto, estando siempre decidido a no perder más. Pero la corriente destructora entró por la brecha. Sin ruido, poco a poco, ha cerrado las Biblias en la casa; ha endurecido las rodillas de manera que ya no se doblegan ante Dios, y ha insinuado que ya no necesita de Él.
¿Cómo entró la corriente? No se lo puedo decir. Hay tantas puertas en una casa. Usted es quien debe saber cuál de ellas debe cerrar. Tal vez sea la pasión por los deportes o la lectura, un trabajo acaparador, una relación mundana, o las diversas pantallas de las que se perdió el control. Una de estas cosas le apartó insensiblemente de la fuente de la vida.
Usted está como Aigues-Mortes, empantanado. Debe volver a hacerse cargo de sí mismo. El Enemigo entró; debe echarlo fuera. No existe ningún acuerdo posible con él, sea cual sea su disfraz. No se deje engañar. ¡No se rinda, él debe salir! No hay lugar en su hogar para Dios y para él.