Este salmo ha sido dictado por el Espíritu, de tal manera que se pueda aplicar sea a Cristo moribundo, sea al santo que sigue Sus huellas, sea al residuo (judío) que ha sido puesto aparte. Los sufrimientos de Cristo, provenientes de Dios o del hombre, como asimismo los de los fieles, no son considerados aquí más que como simples hechos que proporcionan la ocasión de mostrar los cuidados de Dios. “Jehová es mi pastor” (v. 1). Su solicitud constante e invariable es el tema del salmo. Es una vida pasada, como quiera que sea, bajo su mirada y custodia, con la experiencia que esta vida procura y con la seguridad que el amor de Dios da hasta el final y para siempre. Esta confianza que el corazón siente, no procede de las cosas que él da, sino de Él mismo. “Jehová es mi pastor; nada me faltará” (v. 1). La potestad, la gracia, la bondad, el interés del único Fiel, son cosas que dan seguridad a través de todas las circunstancias, para siempre y a cada instante. Puesto que es él quien se propuso hacerse cargo del cuidado de sus fieles, ¿cómo a éstos les faltaría algo? Ni los acontecimientos que puedan sobrevenir, ni los medios que él emplee deben preocuparnos. Los cuidados del pastor son nuestra seguridad. El fruto natural de su solicitud es la garantía de delicados pastes y frescos, el goce apacible de los seguros refrigerios de su bondad.
De hecho, el hombre, el residuo (judío) en particular, Cristo mismo, están en medio de pruebas angustiosas, de la muerte, de potentes enemigos. ¿Está el alma turbada y decaída? Él la conforta. ¿Andamos en valle de sombra de muerte? ¿La muerte extiende su oscuro velo sobre aquel que va a bajar a su sombra? Él está ahí, más grande que la muerte, para conducir y sostener. ¿Enemigos potentes, inexorables, están ahí para amenazar y espantar? Delante de él están sin fuerza. Él adereza ante sus muy amados la mesa a la cual éstos se sentarán al abrigo y en seguridad. La unción divina es el sello de la potestad cuando todo está contra nosotros. Debilidad humana, muerte, potencias espirituales de maldad, todo eso no es más que la ocasión para manifestar claramente que Jehová, el Pastor, es la salvaguardia infalible para su pueblo.
Por cierto Cristo no era una oveja, mas él preparó el sendero que las ovejas deben seguir: se confió a Dios. Él es «Jehová-Pastor» de los que le pertenecen. Nos ama, así como Dios lo amó y cuidó de él. Es, pues, la solicitud infalible de Dios a través de todas las cosas que asaltan a la naturaleza humana mientras ésta atraviesa el mundo. El fruto natural y propio de esta solicitud son delicados pastos en una apacible seguridad. En el estado de ruina en el que el hombre se encuentra, y durante su marcha en medio de potencias del mal, ésta es una potestad infalible que sostiene.
Por eso el corazón, al confiarse en Dios, el Inmutable, cuenta con el futuro, pues el futuro es así tan cierto como el pasado: “Ciertamente el bien y la misericordia me seguirán todos los días de mi vida, y en la casa de Jehová moraré por largos días” (v. 6). La confianza está depositada en el propio Señor; por eso todas las circunstancias, toda la potencia del mal, todas las dificultades del hombre mortal, no son más que ocasiones para manifestar la potestad de Dios como interesado, en su fidelidad inmutable, en sostener al fiel a través de esas cosas.
Es interesante observar esta solicitud de la potestad divina que guarda en los pensamientos del Cristo sufriente su lugar infalible y cierto, por encima de todos los sufrimientos particulares, de la prueba y de la muerte del Señor. Tal es la bendición para el hombre fiel mientras la tierra no pertenezca al Señor y en tanto la potencia del mal, la muerte y los adversarios poderosos estén a la vista. Dios es la segura morada de la fe.