El herrero y su verja de hierro

Un campesino que era cristiano tenía necesidad de una verja para su patio. Al encargarla tuvo ocasión para dialogar con el herrero, de quien sabía que era un hombre serio y sensato. Éste, en efecto, de ninguna manera era indiferente a la salvación de su alma, pero no se dejó convencer por los argumentos del campesino y terminó por decirle:

— Vea usted, señor, yo no estoy de acuerdo con lo que dice. No vamos tan fácilmente al cielo como usted quisiera hacérmelo creer. Es cierto que Jesucristo hizo mucho por nosotros, pero nosotros también tenemos que hacer algo por nuestra parte.

El campesino, una vez que hubo dejado las medidas de la verja y acordado que pasaría a retirarla cuando estuviera terminada, se despidió del herrero. Volvió, efectivamente, algunas semanas más tarde. El fabricante, saludándole, le dijo que la verja estaba terminada y que haría el adorno de su patio.

El campesino entró en la forja para verla y, además, para gran sorpresa del herrero, le pidió a éste un martillo y una lima.

— ¿Tendrá intención de corregir algo? —se preguntó el herrero en tanto le daba las herramientas pedidas.

El campesino se puso a golpear fuertemente una hoja del portón y a limar la otra, además de abrirlas y cerrarlas como si no estuviesen bien ajustadas. El honrado herrero pronto se impacientó al ver así tratada su obra y, gritando, dijo:

— Pero ¿qué hace usted? La verja está bien, con ese trato no puede más que estropearla. Si no le interesa la verja, puede dejármela. Conozco a alguien que tiene interés en llevarla tal como está, pero no le permito que estropee mi trabajo

— Bien, bien —respondió el campesino— usted quiere, pues, que yo acepte su trabajo sin corrección, porque dice que está bien hecho. ¡Se ha enfadado usted, cuando, dando golpes, probé de mejorarlo y acabarlo! ¡Cuán grande debe de ser entonces su error respecto a Dios, cuando usted, pretende añadir algo a la obra de su Hijo, como si usted por sus propios esfuerzos, pudiera completarla! Dice usted, que esa verja es enteramente obra suya y que yo, que no soy herrero, no tengo por qué darle un solo golpe de martillo o una limada, ya que, según usted, está bien hecha. ¿No puede usted, pues, aceptar que lo mismo pasa con la obra de redención que el Hijo de Dios realizó para salvarle? usted no puede añadirle nada. Hace casi veinte siglos que el Señor dijo en la cruz: “Consumado es” (Juan 19:30), y ahora viene usted, diciendo: «¡Hace falta, sin embargo, que yo añada mi parte!» usted no podría hacer más que estropear la obra perfecta de Cristo al pretender añadirle sea lo que fuese. Querer hacerlo sería “hacer afrenta al Espíritu de gracia” (Hebreos 10:29). Dios está satisfecho; ofrece la salvación a quienquiera que cree; ha manifestado su amor por el pecador al satisfacer Su justicia en todo. ¿Quiere usted algo más?

— Jamás había considerado la cosa así, dijo ingenuamente el herrero.

Es de desear que toda alma que busca la liberación pueda comprender que su salvación está fundada únicamente sobre la obra maravillosa y eternamente suficiente de nuestro Señor Jesucristo. El Espíritu Santo da testimonio de ello a través de la Palabra de Dios. ¿Pretendería usted saber mejor que Dios lo que él hace y por qué lo hace?

 

Por gracia sois salvos por medio de la fe; y esto no de vosotros, pues es don de Dios; no por obras, para que nadie se gloríe” (Efesios 2:8-9).