Algunas cartas de Joël Delarbre /2

Segunda parte

Cansado del camino

El bienaventurado apóstol Pablo, servía “al Señor... con muchas lágrimas” amonestando “con lágrimas a cada uno” (Hechos 20:19, 31), y también: “Os escribí con muchas lágrimas” (2 Corintios 2:4); me acuerdo de tus lágrimas, escribe a su amado Timoteo (2 Timoteo 1:4). Inmerso con todo su corazón en los intereses de Cristo, no sólo las lágrimas, sino cada suspiro, cada desfallecimiento mismo, todo está inscripto, nuestras debilidades y penas. Prodigarse así para el Señor, es una inmensa gracia. Es como vivir Colosenses 3:17: “Y todo lo que hacéis, sea de palabra o de hecho, hacedlo todo en el nombre del Señor Jesús, dando gracias a Dios Padre por medio de él”.

Leemos acerca del Señor Jesús en Juan 4:6: “Entonces Jesús, cansado del camino, se sentó así junto al pozo”. Padeció fatiga en el servicio de amor que cumplía en la tierra; por eso, sus ojos reposan con satisfacción sobre aquellos que están “cansados, mas todavía persiguiendo” (Jueces 8:4).

Pero ¡ay! en lo que me concierne, me he cansado a veces, pero cansado en perseguir mis intereses, en satisfacer mi yo, y estas penas no eran útiles. ¿Podrá el Señor ponerlas en mi haber? Citó también lo que el apóstol escribe a los Gálatas: “No nos cansemos, pues, de hacer bien; porque a su tiempo segaremos, si no desmayamos” (6:9).

La lectura de la Palabra

...La lectura de la Palabra es útil en todo tiempo; incluso es indispensable para la vida del hombre espiritual, tanto como el pan para la vida del cuerpo; por ella crecemos para salvación (1 Pedro 2:2), porque ella enseña (Salmo 119:9); y meditándola nos volvemos inteligentes (v. 99-100); la Palabra muestra el camino y los peligros que en él se encuentran, en el seno de las tinieblas morales que invaden el mundo (v. 105)...

Leve tribulación

...Aquí, todo es pasajero, tanto los llantos como los gozos. La tribulación, testificada por las Escrituras, es leve y momentánea, aunque dure toda una vida; pero “produce en nosotros un cada vez más excelente y eterno peso de gloria” (2 Corintios 4:16-18). Mientras esperamos, nos es necesario Colosenses 1:11-13.

La tribulación, como nos lo muestra Romanos 5:1-5, opera en y para nosotros ese eterno peso de gloria: “La tribulación produce paciencia; y la paciencia, prueba; y la prueba, esperanza; y la esperanza no avergüenza; porque el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones”, lo que da como resultado algo todavía más grande: “Y no sólo esto, sino que también nos gloriamos en Dios por el Señor nuestro Jesucristo, por quien hemos recibido ahora la reconciliación” (v. 11). Medida suprema, porque aquel que se glorifica en Dios, no podría glorificarse ni en algo más ni en algo mejor. No hay temor, pues, ni aun en la tormenta, cualesquiera sean las proporciones que alcance: “El perfecto amor echa fuera el temor” (1 Juan 4:18); la seguridad es plena, porque Dios “con sus plumas te cubrirá y debajo de sus alas estarás seguro” (Salmo 91:1, 4). Él no es turbado por nada, porque es el “Dios de paz”...

La oración en común

...¡Cuántas necesidades para presentar a nuestro Dios y Padre, a nuestro Señor, fiel y buen Pastor! (1 Timoteo 2:1-4; Efesios 6:18-20; Filipenses 4:6-7; Colosenses 4:2-4; 2 Corintios 1:8-11; Hebreos 13:18-19). Todos estos pasajes muestran los efectos maravillosos y tan diversos de las oraciones de los santos. ¡La reunión de oración es un gran alivio para un corazón piadoso que busca los intereses de Cristo! Es así pues que venimos al trono de la gracia para depositar las peticiones de nuestros corazones a los pies de Aquel que está allí sentado y que traspasó los cielos (Hebreos 4:14). ¡Él subió de la tierra para llegar al dicho trono de la gracia! Nos comprende cuando le hablamos de nuestras necesidades, porque él “fue tentado en todo según nuestra semejanza, pero sin pecado” (v. 15). ¡Cuántas riquezas! ¡Qué estímulo para permanecer firmes en nuestra profesión! Necesitamos tal trono y tal sumo sacerdote.

...Para nosotros que estamos todavía en el desierto, que hemos sido dados a Cristo y somos odiados por el mundo, tenemos necesidad del trono de la gracia, al que nos acercamos para alcanzar misericordia y hallar gracia para el oportuno socorro (Hebreos 4:16).

Si hubiéramos conocido mejor la maravillosa gracia del Dios que nos ha salvado, estaríamos más unidos a Cristo, quien es a la vez la fuente y la expresión de esa gracia. ¿No es ella la que nos ha arrancado de donde estábamos y tal cual éramos (Tito 3:3-8), para llevarnos a Dios, a todo lo que Dios es? (1 Pedro 3:18). ¿No es ella la que nos sigue todo a lo largo del camino? (Hebreos 7:25).

Sumisión

“Sí, Padre, porque así te agradó” (Mateo 11:26). ¡Qué sumisión de parte del Señor en esta expresión! ¡Cómo encontró el reposo de su alma en esta absoluta sumisión! Ojalá nos haga la gracia de llevar su yugo sobre nosotros, de aprender de él, porque él es “manso y humilde de corazón” y nosotros hallaremos descanso para nuestras almas (v. 29-30). No es preciso que la paciencia sea forzada, sino que, al ser fortalecidos con todo poder, conforme a la potencia de su gloria, el fruto de ello que resulte de la propia prueba sea toda paciencia y longanimidad con gozo, siendo así más que vencedores por medio de aquel que nos amó. ¡Cómo adquiere cada palabra una fuerza particular cuando viene de Su corazón y es aplicada al nuestro por el poder del Espíritu Santo! Nos gloriamos realmente en las tribulaciones cuando la paciencia que ellas producen está caracterizada por el gozo de Colosenses 1:12.

Explicación de pasajes

“Y la paz de Dios, que sobrepasa todo entendimiento, guardará vuestros corazones y vuestros pensamientos en Cristo Jesús” (Filipenses 4:7). “Procuremos, pues, entrar en aquel reposo” (Hebreos 4:11). En cuanto a estos dos pasajes, puede haber aquí una pequeña analogía entre ellos, aunque no son la misma cosa. En Filipenses, las preocupaciones no deben atormentar el corazón, pues nosotros estamos en comunión con Dios. ¿No es él nuestro refugio en todo tiempo? Nuestras circunstancias, por agobiantes o desesperadas que nos parezcan, jamás estarán por encima de sus recursos, porque el recurso divino es siempre mayor que nuestra necesidad: cuando echamos sobre él nuestra carga, ella ya no turba la paz de Dios.

Esta misma paz de Dios guardará nuestros corazones y nuestros pensamientos en Cristo Jesús. La perturbación está en nuestro corazón, pero la paz del Dios sabio, bueno, todopoderoso, quien se encarga de todo, esta paz descarga nuestros pobres corazones y les guarda en el gozo de su rica porción, en Cristo Jesús. En Hebreos 4, notemos bien que se trata del reposo de Dios y es necesario que procuremos entrar en él. Para nosotros, este reposo es todavía futuro; es un reposo tras el trabajo. El hecho de que se trate del reposo de Dios, nos hace comprender la felicidad y la perfección de este reposo: “Se gozará sobre ti con alegría, callará de amor, se regocijará sobre ti con cánticos” (Sofonías 3:17). Es un reposo venidero, pero seguro. Cristo a la diestra de Dios es su expresión perfecta.

El Señor dice en Juan 5:17: “Mi Padre hasta ahora trabaja, y yo trabajo”. Pero Jesús pudo decir en Juan 17:4-5: “Yo te he glorificado en la tierra; he acabado la obra que me diste que hiciese. Ahora pues, Padre, glorifícame tú al lado tuyo, con aquella gloria que tuve contigo antes que el mundo fuese”.

En Hebreos 4:9, se trata, pues, del reposo del cristiano después de todos sus trabajos. Preciosa asociación o comunión de naturaleza, de pensamiento y de actividad que el cristiano, aquí en la tierra, tiene con el Padre y el Hijo, y del reposo de Dios en la gloria y la felicidad. El Dios que es amor reposará en la perfección de la bendición de los nuevos cielos y de la nueva tierra, ¡y ello por toda la eternidad! En el presente, es el trabajo de amor de la fe, son los ejercicios y las pruebas de la fe, es el combate de la fe, etc., pero todo esto cesará y el fiel reposará entonces en el reposo del Dios de amor. A la espera de este reposo final, y para llegar mejor a él, nuestro amado Salvador nos dice hoy, como otrora a sus discípulos: “Venid vosotros aparte a un lugar desierto, y descansad un poco” (Marcos 6:31). ¡Qué corazón el del Maestro por los suyos que se fatigaban en su servicio! Y ahora que el final de nuestras penas se aproxima tan rápidamente, podemos muy bien decir: “Bienaventurados aquellos siervos a los cuales su señor, cuando venga, halle velando” (Lucas 12:37). Es el amor por Él, y nada más, lo que puede mantener el corazón en esta constante espera de la venida del Señor; porque donde está tu tesoro, allí está tu corazón (v. 34). Es, a la vez, algo precioso y solemne...

...El día en que me escribisteis, acababais de llegar de la reunión de oración, reunidos en la paz, estando el Señor mismo en medio vuestro. ¡Qué promesa! “Otra vez os digo, que si dos de vosotros se pusieren de acuerdo en la tierra acerca de cualquiera cosa que pidieren, les será hecho por mi Padre que está en los cielos” (Mateo 18:19-20). Y también: “De cierto, de cierto os digo, que todo cuanto pidiereis al Padre en mi nombre, os lo dará” (Juan 16:23). No hay límites para la gracia de las Escrituras, las que nos dicen además: “Y si sabemos que él nos oye en cualquiera cosa que pidamos, sabemos que tenemos las peticiones que le hayamos hecho” (1 Juan 5:15). ¡Qué recurso poderoso y rico es la oración!...

Hay algo distinto, mencionado en el Salmo 27, que frecuentemente me ha llenado de confusión: “Una cosa he demandado a Jehová, ésta buscaré” (v. 4). Desgraciadamente, no sabemos buscar bastante lo que pedimos: el amigo quiere tres panes: su petición es clara y precisa; él los necesita y, a pesar de todas las objeciones que se le oponen, los obtiene (Lucas 11:5-11). Pues bien, no es demasiado tarde para despertarnos de nuestro sueño espiritual y de conciencia; ¿los tiempos no son bastante solemnes para ello? El salmista deseaba estar “en la casa de Jehová todos los días de su vida, para contemplar la hermosura de Jehová, y para inquirir en su templo” (Salmo 27:4). Y nosotros ¿no tenemos motivos aun más grandes, más elevados, para inquirir sobre nuestro Dios y Padre, el Dios “que habita en luz inaccesible; a quien ninguno de los hombres ha visto ni puede ver” (1 Timoteo 6:16), quien nos ha sido absolutamente revelado en su Hijo Jesús? Véase Juan 1:18: “A Dios nadie le vio jamás; el unigénito Hijo, que está en el seno del Padre, él le ha dado a conocer”. Él ha venido, y nos ha dado entendimiento, para conocer al que es verdadero, es decir, el entendimiento o el conocimiento del Dios invisible, revelado en él, Jesús, quien es “el resplandor de su gloria, y la imagen misma de su sustancia” (Hebreos 1:3). Es esto lo que necesitamos, al Señor Jesús: “Y alzando ellos los ojos, a nadie vieron sino a Jesús solo” (Mateo 17:8).

Ayuda en el sufrimiento

...Yo sé por experiencia que, cuando estoy agotado, entonces el Señor me tiene más cerca de sí. Entonces siento más sus tiernas compasiones, su gran misericordia. Él está siempre conmigo, pero, en los momentos penosos está más cerca de mí. Nos lleva en su corazón y sobre sus espaldas. ¡Qué bendición! Simpatiza absolutamente con todas nuestras penas, “fue tentado en todo según nuestra semejanza, pero sin pecado” (Hebreos 4:15). Ha sido el autor de nuestra salvación, por sus aflicciones (2:10), “pues en cuanto él mismo padeció siendo tentado, es poderoso para socorrer a los que son tentados” (v. 18). Se fatigó, tuvo hambre, sed, y fue el hombre de dolores que conoció el desfallecimiento y no tenía dónde recostar su cabeza. Es necesario vivir y obrar con él. Entonces se experimenta que sus palabras reconfortan y que su ternura y su voz son tan dulces que a veces hacen llorar. ¡Verdaderamente, “jamás hombre alguno ha hablado como este hombre”! (Juan 7:46). En cuanto a nosotros, ¡qué felicidad conocerle como nuestro Salvador, conocerle en su amor en la cruz, en su amor en el camino y en su venida, cuando transforme “el cuerpo de la humillación nuestra para que sea semejante al cuerpo de la gloria suya” (Filipenses 3:21).

Sí, él es mi Pastor, “nada me faltará”. La oveja que habla de él de manera tan inteligente y para su gloria en el Salmo 23, considerando su pasado, su presente y su futuro, no tiene nada que nosotros no tengamos; porque esta oveja lo tiene todo de él, de sus riquezas insondables. ¿Acaso no se ocupa él de todo lo que nos concierne, y hasta de un cabello nuestro?... El salmista pudo decir: “Joven fui, y he envejecido, y no he visto justo desamparado, ni su descendencia que mendigue pan” (Salmo 37:25), y añade: “Y no desampara a sus santos. Para siempre serán guardados” (v. 28).

Reposo

...En el amor de Dios hay un gran reposo para el alma. No nos preocupemos, pues, del mañana, porque él todo lo tiene previsto y ha provisto plenamente. El porvenir nos parece a veces tan negro... pero ¿lo veremos nosotros? Entonces, ¿por qué preocuparnos tanto por él, cuando incluso el Señor nos dice en Lucas 12:25-26: “¿Y quién de vosotros podrá con afanarse añadir a su estatura un codo? Pues si no podéis ni aun lo que es menos, ¿por qué os afanáis por lo demás?”. Y aun cuando esta hora llegase, todo estaría preparado; Dios nos guardará y sostendrá en tales momentos.

La estrella resplandeciente de la mañana

...En el cielo brilla una estrella que lo ilumina; hay que mirar a lo alto para verla. Aparece al amanecer, al final de la noche. ¡Cuántas veces la he mirado, porque esta estrella habla a mi corazón, como diciéndome: ¡Ya viene el día! Es “la estrella resplandeciente de la mañana” (Apocalipsis 22:16), más conocida como «lucero del alba». Y Aquel de quien ella nos habla es Cristo en el cielo, el Cristo de la Iglesia. Esta preciosa estrella sólo es vista por aquellos que velan, esperando el día. Los que son de la noche duermen y se embriagan, por lo que la ignoran por completo. La Estrella de la mañana es el Cristo de la Iglesia. Ella irradia su luz en una esfera distinta a la de la tierra. Cuando Cristo venga para bendecir la tierra, a los que temen su nombre, nacerá el Sol de justicia, trayendo la salvación en sus alas (Malaquías 4:1-3). ¡Qué bueno es que los ojos de nuestros corazones se fijen sobre Jesús, sin cesar!