La señal contradicha

A un comerciante cristiano, en una pequeña ciudad, se le había solicitado que formara parte, a título honorario, de un club de gimnasia. Sin tener que objetar respecto a la asociación en sí, estimaba que su lugar, como creyente, se encontraba fuera de toda organización de este género. “No son del mundo, como tampoco yo soy del mundo” (Juan 17:16).

Uno de los miembros influyentes de la sociedad le visitó una vez más, haciéndole ver, entre otras, las ventajas importantes que tendría al unirse a ellos, como también el carácter benefactor de esa obra.

— Pues bien, terminó por decir nuestro amigo, trataremos de llegar a un acuerdo. ¿Se entiende que su sociedad no se compone más que de personas honestas y respetables?

— Por supuesto.

— ¿De suerte que me hallaré entre una compañía de personas serias y rectas, en sus reuniones?

— Indudablemente.

— Entonces, ¿supongo que me será permitido colocarla bajo la invocación de Dios, leer la Palabra y hablar del Señor?

— Ah, señor, ¡ni pensarlo! Chocará ciertamente con el señor X. y con el señor Z. ¡Tampoco es admisible que se hable de Dios, de Jesús, de la Biblia!

— Pues bien, usted lo ve, no puedo aceptar; no me corresponde ir, de mi propia voluntad, donde ni Dios ni Cristo pueden ser tolerados.

“He aquí, éste está puesto para caída y para levantamiento de muchos en Israel, y para señal que será contradicha... para que sean revelados los pensamientos de muchos corazones” (Lucas 2:34-35).