Algunas cartas de Joël Delarbre /4

Última parte

Pensamiento

¡Recordemos que, teniendo un mismo punto de partida —la cruz de Cristo— tenemos también un mismo punto de llegada: Cristo en la gloria! Nuestros caminos pueden ser muy diversos, próximos tal vez, e incluso confundirse; pudiera ser que se separaran para siempre en la tierra, pero nos encontraremos en el mismo lugar, juntos —con Cristo—, en el reposo, la felicidad, la gloria de Dios, y por la eternidad...

Carta a una hermana que está de duelo

Me he enterado que el Señor ha tomado consigo a su muy amado marido, por lo que pienso mucho en usted, golpeada de tal forma en sus más caros afectos. Me he tomado un momento de reposo, pues hemos regresado temprano de la caminata, y lo empleo para expresarle mi simpatía, débil sin duda frente a la intensidad de su dolor, pero real en el Señor.

Como estamos unidos en un cuerpo, cuando un miembro padece todos los demás se duelen con él, no lo bastante, sin duda, pero sin embargo, a causa de los lazos del Espíritu que nos unen en Cristo, sufro un poco el dolor de su corazón, sangrante por la herida inmensa que ha recibido. He buscado el consuelo de la Palabra; ello me ha hecho bien, y ahora deseo comunicárselo, puesto que Dios nos dice que nos alentemos los unos a los otros con sus palabras; y esto, nadie más que él sólo puede hacerlo. Y lo hará ciertamente, a su tiempo, por medio de su Palabra, lo sé; pero en estos momentos quisiera compartir con usted, en alguna medida, el bálsamo que me han ofrecido estos pasajes de las Escrituras.

¡Qué cambio para su querido marido, dejar casi súbitamente la escena de esta pobre tierra, para ser introducido, de repente, en la presencia de su Señor y Salvador, quien le amó y se entregó a sí mismo por él (Gálatas 2:20)! Esta hora bendita llegará también para nosotros, pues estaremos también con Jesús. Un gozo perpetuo será sobre nuestras cabezas; una corona de alegría ceñirá nuestras frentes (Isaías 35:10). Es el reposo perfecto, pues es el reposo adquirido por nuestro Salvador, el del amor. No habrá más lágrimas en la patria celestial, y, en cuanto a aquellas que derramamos, nuestro Dios las enjugará con una infinita ternura: “Os consolaré yo” (Isaías 66:13; véase también Apocalipsis 21:4). ¡Será la morada de la paz y la felicidad!

Es allí, querida hermana, donde su amado esposo se encuentra. Goza ahora de esas bendiciones. Un hombre, el apóstol Pablo, quien fue arrebatado hasta el tercer cielo, al paraíso, del cual retornó, oyó allí palabras inefables que no le es dado al hombre expresar (véase 2 Corintios 12:2-4). Allí, en la gloriosa casa del Padre, se encuentra Jesús y, con él, el amigo a quien usted llora; y, según el testimonio del mismo Jesús, él “es consolado aquí” (Lucas 16:25).

Para ser consolado es necesario poder comprender y recibir el consuelo dado, capacidad que todavía nos falta en cuanto a las cosas celestiales, por lo que el apóstol estima mucho mejor partir para estar con Cristo (Filipenses 1:23). Se goza allí, sin medida, en ese lugar de delicias, de la Persona adorable del señor Jesús. Esto no es la gloria en su plenitud, la cual sólo la tendremos cuando, vestidos con nuestros cuerpos espirituales —semejantes al cuerpo de la gloria suya— vivamos juntos con el Señor. Entonces tendrá lugar la perfecta actividad, incesante, de todos los santos, en la perfección. Lo de hoy no es aún la gloria, sino el reposo apacible y bendito que proporciona la presencia del Salvador, la plenitud de gozo que depara Su presencia. El malhechor fue introducido allí el mismo día en que dejó esta triste escena, sí, ese día entró en el paraíso con Jesús.

El paraíso de Dios es un lugar de delicias, porque uno está allí con aquel que tanto nos amó. El buen Pastor, quien quería a su oveja mucho más que usted o yo —pues dio su vida por ella—, la tomó junto a sí, allí donde su amor quería que estuviese. Al considerar así la parte de nuestro muy amado esposo y amigo ¿no podemos decirnos, querida hermana, que es una gran bendición para él? ¡Qué cambio! Dejar esta tierra de tribulación, de miserias y lágrimas, para estar con Jesús, allí donde Dios ¡callará de amor...! Estoy seguro de que por nada del mundo querría él retornar; y nosotros, aunque lo pudiéramos, ¿querríamos llamarlo? Claro que no, ¿verdad? ¿Pedirle que volviera a este triste lugar, al seno mismo de toda esta desolación, de toda esta ruina, a este mundo que está bajo el maligno? Lejos de nosotros tal pensamiento, que turbaría su reposo, en el cual nosotros mismos vamos a entrar de un momento a otro, quizá esta tarde o mañana. Y aunque sea diferida, nuestra esperanza se concretará sin falta: “Aunque tardare, espéralo, porque sin duda vendrá, no tardará” (Habacuc 2:3). Por eso tendemos hacia esa hora en la que reencontraremos, en la que usted reencontrará a aquel a quien ama, y mucho más: en la que veremos al Señor Jesús. No habrá más separaciones, ni más lágrimas; nuestros corazones se sienten así reconfortados.

Por el momento, querida hermana, la realidad es que usted no tiene más a su querido marido; aun solitaria, le es necesario seguir el camino; pero, para nosotros los cristianos, la desesperación de la muerte ya no existe; no, su marido no se ha perdido; los ojos que ven lo invisible, le ven con Jesús. ¡Magnífica esperanza la nuestra! Qué apropiada es para sostenernos, animarnos y regocijarnos aun en medio de las lágrimas, porque no nos entristecemos como los otros que no tienen esperanza (1 Tesalonicenses 4:13).

En adelante, querida hermana, usted no estará sola, ni tampoco su hijo. Dios, el Dios que conocemos en Jesús, prometió ser su sostén, y su Palabra es la firmeza misma. ¡Cuántas declaraciones hay en Su Palabra, acerca de la viuda y el huérfano! “Deja tus huérfanos, yo los criaré; y en mí confiarán tus viudas” (Jeremías 49:11). “Padre de huérfanos y defensor de viudas” (Salmo 68:5). “He conocido sus angustias” (Éxodo 3:7). “Él sana a los quebrantados de corazón, y venda sus heridas” (Salmo 147:3). Y si sus propósitos son a veces insondables, recordemos firmemente que él nos ama, como amó a su propio Hijo (Juan 17:23). Como somos amados con semejante amor, lloremos sobre su pecho en Jesús; con una ternura infinita, cuyo corazón de Padre es el único capaz de manifestar, ha contado él sus huidas, y usted también puede decirle: “Pon mis lágrimas en tu redoma; ¿no están ellas en tu libro?” (Salmo 56:8). Ni un solo suspiro de su corazón oprimido le pasará inadvertido; Él responderá a todas sus necesidades. Querida hermana, cuando conozcamos sus designios y los pensamientos que ha tenido con respecto a nosotros, le bendeciremos, porque son “pensamientos de paz, y no de mal” (Jeremías 29:11). Actualmente, no siempre podemos comprenderlos; pero ellos seguramente son para nuestro bien; si ahora no sabemos por qué Dios obra así, lo sabremos más tarde. Además si él aflige, también tiene compasión, y sus compasiones son grandes, porque él es “Padre de misericordias y Dios de toda consolación, el cual nos consuela en todas nuestras tribulaciones” (2 Corintios 1:3-4).

El Señor Jesús nos prometió estar con nosotros todos los días. ¡Qué amigo tenemos! No es unamigo, sino el amigo; “En todo tiempo ama el amigo, y es como un hermano en tiempo de angustia” (Proverbios 17:17). Sus ovejas conocen su voz, él va delante de ellas y las llama por nombre (véase Juan 10:3-4).

Como otrora a sus discípulos, Él le dice: “¡Tened ánimo; yo soy, no temáis!” (Marcos 6:50). Esta voz hace arder nuestros corazones en medio de nuestras lágrimas. Daniel dice: “Me has fortalecido”, después que el Señor le hubo dicho: “No temas; la paz sea contigo; esfuérzate y aliéntate” (Daniel 10:19). Usted es su oveja querida; el fiel y buen Pastor le ha puesto sobre sus hombros; quiere conducirle dulcemente, según sean sus circunstancias; quiere él mismo curar la llaga ardiente de su corazón. ¡Considere usted su amor! (Ezequiel 34:15-16). ¡Oh, qué amigo...!

En el Salmo 40:1, el salmista dice: “Pacientemente esperé a Jehová, y se inclinó a mí, y oyó mi clamor”. Dígame usted, a quien Él llama su oveja muy amada, ¿le ve inclinarse hacia usted para sostenerla mejor? Es lo que yo le deseo. Como otrora las hermanas de Betania, yo le digo: «Señor, he aquí la que amas está enferma (véase Juan 11:3); su corazón está desgarrado y el arado de la aflicción ha marcado en ella profundos surcos. ¡Apóyala, Señor, sí, apóyala!». Él lo hará, lo sé. Él quiere que el dolor sea sentido, porque es necesario. Sabe que el dolor llena nuestros corazones y viene a llorar con nosotros. “Y dijo: ¿Dónde le pusisteis? Le dijeron: Señor, ven y ve. Jesús lloró” (Juan 11:34-35). Llore usted junto a su corazón y dígale todo; como el discípulo a quien Jesús amaba, tenga usted la libertad de reposar su cabeza, cargada de dolor, cerca de su pecho, y permanezca allí...

La dejo, querida hermana, dándole cita para encontrarnos en lo Alto, en la Casa paterna. Entonces, hasta pronto. Reciba también, con mi simpatía cristiana, mis mejores y afectuosos saludos en el Señor, en quien quedo como su hermano.

Humillación

...Cuán bueno es considerar en la Palabra el estado de aquellos que se humillaban cuando estaban bajo el juicio de Dios; pero consideraré esto brevemente. Vemos en Jueces, cuando se trataba de un arrepentimiento colectivo, de una humillación general, el estado de todos los que se allegaban: era necesario que el pueblo fuese movido a llorar amargamente y a ayunar. Y esto era aun más sorprendente porque habían dicho al principio: “Decid cómo fue esta maldad” (Jueces 20:3), mientras que más tarde, bajo los efectos terribles del castigo del mal, ellos dijeron: “¿Por qué ha sucedido esto en Israel, que falte hoy de Israel una tribu?” (21:3).

Salomón, en su oración, dijo: “Si... ellos volvieren en sí en la tierra donde fueren cautivos; si se convirtieren, y oraren a ti en la tierra de los que los cautivaron, y dijeren: Pecamos, hemos hecho lo malo, hemos cometido impiedad; y si se convirtieren a ti de todo su corazón y de toda su alma...” (1 Reyes 8:46-48). He aquí el camino del regreso a la bendición: “Tú oirás en los cielos, en el lugar de tu morada, su oración y su súplica, y les harás justicia. Y perdonarás a tu pueblo” (v. 49-50). Vemos en Esdras 9:4 el estado de aquellos que se arrepentían y temían las palabras del Dios de Israel.

Citemos aun algunos casos individuales: David (2 Samuel 12:13; 24:10-17); Ezequías (2 Crónicas 32:26); Josías (2 Crónicas 34:19, 26-28); Esdras, Daniel, que permanecen ante Dios con sus vestidos rasgados, humillándose, llorando y confesando las faltas del pueblo, como si fueran suyas. Es el único camino de la restauración, cuando hemos pecado y merecemos el castigo divino. Oseas 6:1 es muy importante. Ellos dijeron bien: “Venid y volvamos a Jehová; porque él arrebató, y nos curará...”. Pero ¿qué dice Jehová en los versículos 4 y 5?: “¿Qué haré a ti, Efraín? ¿Qué haré a ti, oh Judá? La piedad vuestra es como nube de la mañana, y como el rocío de la madrugada, que se desvanece...”. Dios quiere la verdad en el corazón. En Oseas 14:1-3 es muy diferente y por eso leemos en el versículo 4: “Yo sanaré su rebelión, los amaré de pura gracia; porque mi ira se apartó de ellos”. Y esto mismo ocurre en Jeremías 3:21-25 y 4:1-2.

...Nuestro Dios no nos hablará como lo hizo con Israel: “Porque olvidaste la ley de tu Dios, también yo me olvidaré de tus hijos” (Oseas 4:6), pues él nos amó con un amor eterno, él, quien es el mismo ayer, y hoy, y por los siglos. Porque nos ama nos disciplinó y la prueba continúa.

Realmente podemos decir que nos ama con amor eterno, y por eso, tras el castigo, nos prolongará su misericordia (véase Jeremías 31:1-6). De ahí que el profeta Habacuc pueda decir: “Oh Jehová, he oído tu palabra, y temí”; y a continuación añade: “En la ira acuérdate de la misericordia” (Habacuc 3:2). En esta tempestad, Dios está cerca de los suyos para sostenerlos y animarlos. Como otrora ocurrió con los jóvenes hebreos en el horno (Daniel 3:19-26), el Hijo de Dios está con ellos: Aquel que nos ama, nuestro fiel y supremo Amigo, nuestro buen Pastor, no nos abandona, y la tierna solicitad del Padre se manifiesta para con nosotros cada día. Hay, sin embargo, una diferencia entre nuestra aflicción y el horno al que fueron arrojados los tres jóvenes hebreos: ellos estaban allí a causa de su fidelidad a su Dios, ¿y nosotros? Pero su amor es tal que no nos abandona ni un solo instante...

Una humillación real, sincera, no consiste, en efecto, en decir de pasada: “Hemos pecado”, sino en tomar, en verdad, nuestro lugar ante Él, con humillación y confesión de nuestras iniquidades. Entonces, no se manifestará el gozo, sino las lágrimas, a causa del deshonor que echamos sobre el Nombre de Cristo. Nuestra inconsecuencia, nuestra infidelidad, son mayores que la prueba por la que atravesamos...

Su última carta

4 de junio de 1915

Muy queridos padres, hermanos y hermana:

Tenemos descanso completo, tanto hoy como ayer. Tan pronto como pude, me levanté y, tras haberme lavado, me retiré aparte, sobre la hierba, bajo un manzano, donde estoy desde hace un buen rato. He podido leer y orar, sintiendo cuán bueno es estar a la sombra del manzano. Si, yo tengo placer a su sombra donde permanezco sentado y, como la sulamita, digo: “Como el manzano entre los árboles silvestres, así es mi amado entre los jóvenes” (Cantar de los Cantares 2:3)...

Al considerar su gracia ilimitada, he llorado y le he pedido a Dios el favor de verle siempre mejor, con ojos cada vez más sencillos, hasta el momento inefablemente bendecido en que le veré cara a cara.

¡Cuán rico y precioso es Proverbios 4:18! “Mas la senda de los justos es como la luz de la aurora, que va en aumento hasta que el día es perfecto”.

Os agradezco mucho que pidáis al Padre por mí, a fin de que sea preservado para su gloria, honrando el nombre de Cristo que ha sido invocado sobre nosotros. Si bien ya os lo he dicho, lo repetiré todavía, mis amadísimos padres: vuestro hijo no será jamás un homicida. En su gracia, el Señor me da esa seguridad. Yo también seré librado “de toda obra mala, y me preservará para su reino celestial” (2 Timoteo 4:18). Una vez que esté en el puerto deseado, ¡no más tormenta; perfecta paz, felicidad sin fin! “Por tanto, alentaos los unos a los otros con estas palabras” (1 Tesalonicenses 4:15-18; véase también Salmo 107:28-32; Isaías 26:3).

 

Y, cinco días más tarde, el 9 de junio de 1915, nuestro hermano, como ya lo hemos recordado, caía fulminado por el estallido de un obús. Entonces, él estaba “ausente del cuerpo, y presente al Señor” (2 Corintios 5:8). Sí, “la memoria del justo será bendita” (Proverbios 10:7). Nuestro joven amigo y hermano en Cristo es uno de aquellos que, muerto, aún habla (Hebreos 11:4).