Como trae el hombre a su hijo
Hacia finales de la travesía del desierto, Moisés anima al pueblo de Israel diciéndole: “Jehová vuestro Dios, el cual va delante de vosotros, él peleará por vosotros, conforme a todas las cosas que hizo por vosotros en Egipto delante de vuestros ojos. Y en el desierto has visto que Jehová tu Dios te ha traído, como trae el hombre a su hijo, por todo el camino que habéis andado” (Deuteronomio 1:30-31).
En su predicación a los judíos en Antioquía de Pisidia, el apóstol Pablo expresa un pensamiento similar cuando dice que Dios “se encargó de ellos en el desierto, como una madre, unos cuarenta años” (Hechos 13:18; versión francesa J.N.D.). En este discurso, el apóstol esboza en pocos trazos un cuadro de la historia de Israel. Dirige la atención de sus oyentes hacia la soberana gracia de Dios que, desde el principio, se había ejercido hacia sus padres. Dios los había escogido y los había hecho salir de su esclavitud en Egipto para llevarlos a la tierra prometida. Pablo no habla de la razón por la cual tuvieron que quedarse tanto tiempo en el desierto. Solo menciona la gracia de Dios y su bondad para con ellos. Había cuidado de ellos durante todos los años de su travesía por el desierto.
¡Maravillosa gracia de Dios hacia Israel! Durante estos cuarenta años, cuidó a su pueblo con cariño, como un padre cuida de su hijo y lo trae. Lo alimentó con el maná y le dio de beber del agua de la roca. Lo mantuvo para que no muriese en el camino.
Al considerar el camino que hemos tomado, ¿no debemos también alabar la bondad y la fidelidad con las cuales nuestro Dios nos trajo como trae el hombre a su hijo?
Como castiga el hombre a su hijo
En el capítulo 8 del Deuteronomio, Moisés dice a Israel: “Te acordarás de todo el camino por donde te ha traído Jehová tu Dios estos cuarenta años en el desierto, para afligirte, para probarte, para saber lo que había en tu corazón, si habías de guardar o no sus mandamientos” (v. 2). Después de haber recordado al pueblo que su vestido nunca se envejeció, ni el pie se le había hinchado durante esta travesía, agrega: “Reconoce asimismo en tu corazón, que como castiga el hombre a su hijo, así Jehová tu Dios te castiga” (v. 5).
El libro de los Proverbios nos da la exhortación: “No menosprecies, hijo mío, el castigo de Jehová, ni te fatigues de su corrección; porque Jehová al que ama castiga, como el padre al hijo a quien quiere” (3:11-12).
La epístola a los Hebreos, en el capítulo 12, nos insta a no olvidar esta exhortación (v. 5-11). Cuando Dios nos disciplina, lo hace como el padre al hijo a quien quiere. “Porque el Señor al que ama, disciplina… Dios os trata como a hijos” (v. 6-7). Por disciplina, no debemos pensar enseguida en un castigo, sino en todo lo que contribuye a nuestra enseñanza y restauración.
En cuanto a la disciplina del Señor, se nos advierte contra dos actitudes opuestas. Por una parte, corremos el peligro de menospreciarla, de tomarla a la ligera, como si no tuviera nada que decirnos (v. 5). Entonces ponemos en duda la sabiduría de Dios en sus dispensaciones para nosotros. Por otra parte, podríamos desmayar bajo el peso de la prueba. Pero la Palabra nos dice: “Ni desmayes cuando eres reprendido por él”. El desánimo revelaría una falta de confianza en el amor de Dios por nosotros.
No dudemos de la sabiduría y del amor de Dios. Su manera de actuar con cada uno de nosotros es para nuestro provecho eterno. Nos disciplina “para lo que nos es provechoso, para que participemos de su santidad” (v. 10).
Como el hombre que perdona a su hijo
Los días en los cuales vivía Malaquías, el último profeta del Antiguo Testamento, eran particularmente malos; el pueblo se había alejado mucho de Dios, incluso los conductores religiosos. Sin embargo, en este tiempo había un remanente fiel, “los que temían a Jehová”, y “hablaron cada uno a su compañero”, buscando sus intereses (Malaquías 3:16). “Jehová escucho y oyó”. Y “fue escrito libro de memoria delante de él para los que temen a Jehová, y para los que piensan en su nombre”. “Y serán para mí especial tesoro, ha dicho Jehová de los ejércitos, en el día en que yo actúe; y los perdonaré, como el hombre que perdona a su hijo que le sirve” (v. 17).
Dios tendrá que ejercer el juicio sobre la nación rebelde. Pero este remanente que le sirve, lo protegerá en el día del juicio, lo perdonará como el hombre que perdona a su hijo que le sirve. En un momento de gran peligro, ¡con qué prudencia y atención un padre actúa con su hijo! ¡Y cuánto más cuando es su hijo que le sirve!
Tal es la manera en que Dios obrará con el remanente creyente en el día en que él actúe. El Israel apóstata será abrasado como estopa, pero para el remanente fiel “nacerá el Sol de justicia, y en sus alas traerá salvación” (4:1-2). El Antiguo Testamento acaba presentándonos a Cristo como el Sol de justicia, y el Nuevo Testamento como la estrella de la mañana (Apocalipsis 22:16).
En el último libro de la Biblia, también encontramos el pensamiento de personas guardadas del juicio. En particular, el Señor Jesús declara al remanente fiel en medio de una cristiandad cada vez más apóstata: “Por cuanto has guardado la palabra de mi paciencia, yo también te guardaré de la hora de la prueba que ha de venir sobre el mundo entero, para probar a los que moran sobre la tierra. He aquí, yo vengo pronto; retén lo que tienes, para que ninguno tome tu corona” (Apocalipsis 3:10-11).