Enseñar a los niños

Traían a él los niños para que los tocase;
lo cual viendo los discípulos, les reprendieron.
Mas Jesús, llamándolos, dijo: Dejad a los niños venir a mí,
y no se lo impidáis; porque de los tales es el reino de Dios.”

(Lucas 18:15-16)

Los que viven según la carne no pueden agradar a Dios.”
(Romanos 8:8)

Un día, un evangelista fue puesto a prueba por un hombre que pensaba que no era bueno ejercer una «influencia» sobre los niños pequeños con escuelas dominicales o alguna instrucción bíblica familiar. Según él, al niño no se debe influenciar sino dejarlo libre para que forme por sí mismo, progresivamente, su propia visión de las cosas.

El predicador no respondió pero más tarde invitó a su contradictor venir a ver su huerta. Lo hizo pasar a una parte en donde crecían en abundancia todas clases de malezas. «Esto no es una huerta», exclamó el invitado, «¡hay solo malezas!». «Vea», respondió su propietario, «no quiero influenciar de ninguna manera la libertad de mi huerta; le dejo toda oportunidad para desarrollarse naturalmente y que produzca los frutos que ella elija».

Tal es el hombre por naturaleza. A los ojos de Dios, solamente puede producir malezas, porque en la raíz no es bueno sino malo. “Y vio Jehová... que todo designio de los pensamientos del corazón de ellos” (los hombres) “era de continuo solamente el mal” (Génesis 6:5). ¿No es entonces realmente necesario enseñar desde temprano a los niños que son así, incurables, y que necesitan absolutamente un Salvador? Dejarlos en la ignorancia es tan criminal como dejarlos jugar al borde de un precipicio.

Además, es importante que el niño se decida lo más pronto posible por el Señor Jesús, porque cuanto más crece y rechaza el ofrecimiento de la salvación que le es presentada, más su corazón se endurece frente a esta invitación de Jesús: “Venid a mí” (Mateo 11:28). ¡Qué solemne responsabilidad dejar a su niño desatento e indiferente ante la elección tan grave puesta delante de él y que concierne a la eternidad: la vida o la muerte! La exhortación de Dios es precisa: “Escoge, pues, la vida, para que vivas” (Deuteronomio 30:19).