El día de la eternidad

Creced en la gracia y el conocimiento de nuestro Señor y Salvador Jesucristo.
A él sea gloria ahora y hasta el día de la eternidad.”

(2 Pedro 3:18)

Después de exhortar a los creyentes a crecer en la gracia y el conocimiento de Cristo, el apóstol Pedro termina su epístola con una doxología (una exclamación de alabanza a la gloria de Dios): “A él sea gloria ahora y hasta el día de la eternidad”. ¡Estas son las últimas palabras de Pedro que se registran en la Biblia! Examinemos cuidadosamente la expresión final: el “día de la eternidad”.

Pedro ya había hablado del día de la eternidad en este capítulo al evocar el “día de Dios” por venir (v. 12). Habla aquí del estado eterno que sigue al reino de Cristo, el reino de mil años.

En la historia de la creación, vemos una maravillosa anticipación de eso. Al final de cada uno de los seis días de la primera creación se menciona una tarde. Pero en el séptimo día, no hay mención de ninguna tarde (compárese Génesis 1:31 con Génesis 2:2); se puede ver una alusión al día eterno de la nueva creación.

Pedro también nos ayuda a entender qué es el “día de la eternidad” al vincularlo con los “cielos nuevos” y la “tierra nueva” (2 Pedro 3:13). El apóstol Juan también se refiere a un cielo nuevo y a una tierra nueva en Apocalipsis 21:1-4. ¡Llegará un momento en que Dios morará con los hombres por toda la eternidad! La nueva Jerusalén tendrá una relación especial con la tierra nueva. Sin embargo, ella es esencialmente celestial porque desciende del cielo, de Dios (v. 2). Abraham y otros creyentes del Antiguo Testamento esperaban esta ciudad “cuyo arquitecto y constructor es Dios” (Hebreos 11:10). Un cielo nuevo y una tierra nueva constituyen la morada final de los redimidos.

Del reposo eternal gozando tus amados,
En el día sin fin todos te servirán;
Y arrojando a tus pies ¡oh Señor! extasiados,
Sus coronas de gloria, se prosternarán.

Nuestros ojos verán en tu faz adorable,
De tu Padre, Señor, la inmensa caridad;
Nos dejarás sondear el misterio insondable
De tu gracia suprema en la eternidad.

 

Vi un cielo nuevo y una tierra nueva;
porque el primer cielo y la primera tierra pasaron, y el mar ya no existía más.”

(Apocalipsis 21:1)

El apóstol Pedro mencionó el “cielo nuevo” y la “tierra nueva”, y el apóstol Juan da un detalle adicional: dice que no habrá más mar. Deducimos que el nuevo mundo por venir será completamente diferente de nuestro mundo actual. Nuestro planeta es azul porque másdel 70% de su superficie está cubierta por océanos. Nuestra tierra no podría sobrevivir sin los océanos que forman parte integral del mantenimiento de la vida, ya sea que consideremos los sistemas atmosféricos o los sistemas biológicos. La nueva creación será de un orden completamente diferente, que no podemos concebir ahora. Este orden se describe en términos muy breves.

Esta afirmación: “el mar ya no existía más” también es simbólica; significa principalmente que no habrá más separación ni agitación. En otro tiempo, antes del advenimiento de las modernas tecnologías de transporte y comunicación, cuando una persona emigraba y cruzaba el océano, generalmente no veía más a sus parientes en la tierra. Pero esto no sucederá en nuestro hogar celestial y eterno. Ni la distancia ni la muerte podrán separarnos unos de otros. El apóstol Juan continúa diciendo: “Dios mismo estará con ellos como su Dios. Enjugará Dios toda lágrima de los ojos de ellos; y ya no habrá muerte, ni habrá más llanto, ni clamor, ni dolor; porque las primeras cosas pasaron” (v. 3-4).

El mar también simboliza la confusión y agitación del hombre a causa del pecado. “El mar ya no existía más” evoca la estabilidad del estado eterno. Nada perturbará jamás esta escena por una razón muy simple: la presencia del pecado será desterrada para siempre. Estaremos en cuerpos glorificados, sin pecado, semejantes a Cristo, formando parte de la nueva creación; y a diferencia de la primera creación, será un estado incorruptible. Es el día de la eternidad, porque “allí no habrá noche” (v. 25).

Luego el fin, cuando entregue el reino al Dios y Padre, cuando haya suprimido todo dominio,
toda autoridad y potencia... puesto a todos sus enemigos debajo de sus pies.
Y el postrer enemigo que será destruido es la muerte… para que Dios sea todo en todos.” 

(1 Corintios 15:24-26, 28)

Hemos visto que el apóstol Pedro habla del “día de la eternidad”, al igual que Juan, aunque este apóstol usa diferentes palabras para describirlo. Vemos aquí que el apóstol Pablo también lo evoca con estas palabras: “Luego el fin”, cuando Dios sea “todo en todos”. De hecho, el “fin” del que habla Pablo aquí evoca el final del reinado milenial de Cristo, que es prácticamente el comienzo del día de la eternidad.

El Señor Jesús reinará por mil años; todas las formas de gobierno y poder serán sometidas a él, y todos los enemigos de Dios serán derrotados. El “postrer enemigo” es la muerte, y también será abolida. El apóstol Juan dice lo mismo y describe precisamente cómo se llevará a cabo: “La muerte y el Hades fueron lanzados al lago de fuego” (Apocalipsis 20:14). Continúa con este tema, profetizando que ya no habrá muerte (21:4). Todo estará entonces en un estado definitivo: los malos serán separados de Dios para siempre, mientras que los creyentes experimentarán una eternidad de felicidad en comunión con Dios.

Pablo agrega a su descripción algo que los otros dos apóstoles no mencionan: Dios será “todo en todos”. ¿Qué significa esta expresión? Durante el reinado de mil años, el Señor Jesús será el objeto central, ya que él gobernará el reino. Luego, “el fin” vendrá cuando el Señor Jesús entregue el reino al Dios y Padre. Será Dios (Padre, Hijo y Espíritu Santo) quien será “todo en todos”, el centro de atracción y el objeto supremo de los redimidos. En el reinado, los caracteres de Dios serán reivindicados por el juicio de todo lo que se oponga a Él, pero en el “día de la eternidad”, su naturaleza será satisfecha porque todo lo que es contrario a ella habrá desaparecido.