“Haréis, pues, saber a mi padre toda mi gloria en Egipto, y todo lo que habéis visto.”
(Génesis 45:13)
En este versículo, José recomienda a sus hermanos —a quienes ha vuelto a encontrar y a los que ha perdonado— que hablen de él a su padre —quien permaneció en el país de Canaán— y que le cuenten toda su gloria. José sabe que Jacob le ama y que estará contento de conocer todos los detalles relacionados con su hijo preferido.
La gloria de José que debían relatar a su padre empieza por la manera en que José les había recibido y cómo se había comportado con ellos. No había sido indiferente al pecado que habían cometido sus hermanos y le había costado mucho despertar sus conciencias. Su actitud había hecho brotar la verdad en el corazón de sus hermanos. Cuando la obra del arrepentimiento hubo desembocado en la confesión, José pudo dejar que desbordase su gracia y testificarles el amor hacia ellos, el que llenaba su corazón.
Como el Señor Jesús pudo hacerlo con perfección, José supo asociar la gracia y la verdad. Es ésta una gloria de la que sus hermanos, objetos de su amor, podían hablar con conocimiento de causa a su padre.
Estaba también la gloria de José como virrey o gobernador de Egipto, su sabiduría para dirigir ese país, la consideración de la cual estaba rodeado. Esta gloria era la continuación de los años de sufrimientos, del doloroso viaje con los ismaelitas, de las calumnias, de la prolongada y humillante permanencia en la prisión, circunstancias todas que seguramente José había contado a sus hermanos. ¡Cuántas cosas había que relatar a Jacob!
El Señor desea que hablemos de él a su Padre, que le mencionemos las bellezas de las glorias que discernimos en él, el amado del Padre. El Padre se regocija de ver que sus hijos sienten el mismo aprecio que él —si bien muy imperfecto— acerca de aquel que hizo y hará siempre sus delicias.
La adoración nos conduce a hablar a Dios de lo que es su Hijo, más que de las bendiciones con que nos ha colmado. Ya que solamente en Jesús podemos comprender algo del Padre, al hablar al Padre acerca de su Hijo la adoración encuentra su verdadero nivel. Además, es preciso que vivamos lo suficientemente cerca del Señor para que nuestra adoración sea presentada “en verdad”, tal como lo enseñó el Señor a la samaritana (Juan 4:23).