Artistas ambulantes acaban de detener sus carros cerca del pueblo de B. y levantan sus carpas. Todos, jóvenes y ancianos, hablan de este gran acontecimiento.
Los muchachos están llenos de alegría al pensar que pronto irán a extasiarse con las piezas y comedias anunciadas. Pablo también, un joven de 17 años, no está menos agitado que los demás. Pero sus padres son creyentes y él mismo ama al Señor Jesús. Sin embargo, la excitación es general y lo ha ganado también. Así, llevado por la gran novedad, entra de repente en el cuarto de su madre y le dice:
— Mamá me gustaría ir al circo.
La madre queda pensativa, mira a su hijo con cariño y le responde:
— Sí, puedes ir; pero primeramente, sube a tu cuarto, dobla tus rodillas y pide al Señor Jesús que te acompañe a todo lugar al que vayas y en cada paso que des. Si después de esto deseas todavía ir al circo, te lo permito.
Pablo está acostumbrado a obedecer; sin decir nada sube a su cuarto. Un momento después, desciende muy tranquilo. Su deseo tan ardiente de ir al espectáculo ha desaparecido por completo. En la presencia del Señor ha comprendido que Cristo no puede acompañarle en un lugar donde los hijos del mundo hallan su placer y que él, como cristiano, tiene algo infinitamente más precioso que todo lo demás: el gozo de conocer a Jesús.
“Hacedlo todo para la gloria de Dios” (1 Corintios 10:31). “Todo lo que hagáis, hacedlo de corazón, como para el Señor y no para los hombres” (Colosenses 3:23).