La bomba de incendio atraviesa la ciudad ruidosamente para llegar lo más rápido posible al lugar en el que debe prestar auxilio. Noche y día, los empleados del cuartel están preparados y prontos para cumplir su difícil tarea.
El mar ruge y embate con olas enormes que a cada instante amenazan invadir la costa. En todas partes hay pequeños grupos de hombres y mujeres que examinan el horizonte con ansiedad. Muchos de ellos tienen sus seres queridos allí, luchando contra las olas enfurecidas. Algunos hombres de coraje rodean un bote salvavidas, preparados para lanzarse a la primera señal, a fin de ayudar a sus hermanos en peligro.
El guardagujas está en su puesto solitario. Centenares de trenes pasan cerca de él a una velocidad vertiginosa y con rumbos distintos. Los viajeros, en sus coches, se sienten totalmente seguros, pues en la cabina, un hombre preparado cumple su deber.
Tenemos derecho a esperar de cada uno que cumpla fielmente su cometido. Y ¡cuánto más nosotros somos responsables de llenar, con gran fidelidad, la tarea que el Señor nos ha confiado! Después de habernos salvado, nos dejó en un mundo que corre a su perdición.
A pesar de los múltiples descubrimientos científicos y técnicos, todo aquello que nos circunda será destruido. Estamos rodeados de personas y de cosas condenadas a muerte. El mundo sigue su camino en las tinieblas. Por eso el Señor nos dejó aquí como luminares (Filipenses 2:15), a fin de que reflejemos la luz divina del amor de Dios. ¿Estamos preparados para esto, o pusimos nuestra lámpara debajo de un almud? (Mateo 5:15). ¡Cuántas ocasiones se nos presentan! ¡Si solamente tuviéramos los ojos para verlas! Tenemos buenos tratados que descuidamos repartir; démoslos para que sean una bendición.
Tal vez tenemos la lengua torpe (Éxodo 4:10) y no somos capaces de hablar con los demás, pero podemos hablar a Dios de todas esas almas que nos preocupan. Él entiende nuestro tartamudeo. ¿No nos ha dado la promesa de que si no sabemos pedir como conviene, “el Espíritu mismo intercede por nosotros con gemidos indecibles”? (Romanos 8:26).
No solamente corresponde ayudar a los que moran en las tinieblas, sino que también tenemos el privilegio y el deber de servir a nuestros hermanos en Cristo. ¿No nos dejó un ejemplo nuestro Señor y Salvador al lavar los pies de sus discípulos? (véase Juan 13:1-11). ¿Somos realmente sus imitadores?
Como hijos de Dios, deberíamos mostrar nuestro celo por su servicio en todo sentido. Nuestro Señor y Maestro fue aquí el perfecto Servidor, y nosotros tenemos que andar en sus pisadas. Si lo servimos fielmente, nuestro trabajo no será en vano (1 Corintios 15:58).
En un sentido más extenso aun, deberíamos mostrar al Señor nuestra solicitud por servirlo. Él nos dice: “Vosotros, pues, también, estad preparados, porque a la hora que no penséis, el Hijo del Hombre vendrá” (Lucas 12:40). Esta exhortación del Señor presenta dos fases. La primera en relación con nuestra posición en el mundo frente a los que tienen hambre, para darles la ración a tiempo (v. 42). ¿Hemos estado siempre preparados para que haya alimento en la Casa de Dios (Malaquías 3:10). ¿Hemos respondido a las palabras de Señor, respecto a las almas, “dadles vosotros de comer”? (Marcos 6:37). La segunda en relación con la espera de nuestro Señor (Lucas 12:37). ¿Hemos estado preparados, en los días pasados, para ir a su encuentro? Las cosas de la tierra, ¿no llenaron, con demasiada frecuencia, nuestros pensamientos? Y, sin embargo, las zozobras no se tornaron menos pesadas ni nuestras circunstancias mejoraron. ¿No queremos esperar a nuestro amado Salvador con nuevas energías y estar preparados hasta que venga? Según sus promesas, nos hará disfrutar de las riquezas de su plenitud durante el tiempo de nuestro peregrinaje aquí y nada nos faltará hasta el momento bienaventurado en que veremos su faz.
¡Oh, estemos preparados para recibirlo en cualquier momento en que vuelva!