Podemos leer este salmo como una meditación del Señor Jesús durante su marcha de fe en medio de este mundo. La vida de fe encontró su perfección en él, el jefe y el consumador de la fe, el primero de todos aquellos que por ella recibieron testimonio (léase Hebreos 11 y 12). De modo que es él a quien podemos contemplar al leer este salmo.
Emprende su viaje, largo y arduo, con una entera confianza. Una después de otra, las diferentes pruebas son vistas por adelantado: falta de alimento, necesidad de ser confortado, el valle de sombra de muerte, la presencia de enemigos. Pero está seguro de que los recursos que se hallan en la mano de aquel que lo conduce bastarán para hacer frente a todo hasta la dichosa llegada a la casa de Jehová.
El Señor experimentó la necesidad de ser confortado en medio de su turbación (Juan 12:27) y estar preparado para andar por el valle que debía recorrer; luego, resucitado, conoció la copa colmada, la mesa puesta en presencia de sus enemigos, la unción de aceite sobre su cabeza, que consumaba su consagración al servicio de Jehová. Y pronto el reino (Apocalipsis 20:1-6) manifestará esta copa, esta mesa y esta unción que, en este salmo, Jesús anticipa por medio de la fe.
Sin embargo, podemos considerar que este salmo expresa ante todo los sentimientos o la experiencia de todo creyente. Nosotros, poseedores de una fe tan pequeña, bien podemos desear que sintamos mucho más esta alegría y libertad tan preciosas.