¿Cómo es posible que haya tan pocas alabanzas? Porque hay muy poca apreciación de Cristo y de su obra, de cómo su sangre nos ha purificado y nos ha dado un lugar en la gloria. ¿Por qué no hay diligencia en los santos a despojarse por Cristo, como hizo Jonatán con David (véase 1 Samuel 18:4)? ¿Por qué no los vemos bajo esta potente energía de amor que desborda en alabanzas, como fue el caso del apóstol Juan cuando salió de su corazón: “Al que nos amó” (Apocalipsis 1:5)? Cada vez que un santo se encuentre en comunión íntima con Cristo mismo y vea manar de él ríos de agua de vida, no pensará más en sí mismo.