Un evangelista predicaba un día al aire libre ante un numeroso auditorio. Había tomado como tema la solemne palabra del Señor: “Y se cerró la puerta“ (Mateo 25:10).
Entre los oyentes se encontraban dos jóvenes indiferentes e inconstantes. Como el predicador, durante su alocución, repetía con frecuencia: «Y se cerró la puerta», uno de los atolondrados jóvenes tocó al otro con el codo y le dijo: — No está tan mal dicho: Cuando una puerta se cierra, otra se abre.
Apenas el joven burlón hubo pronunciado esas palabras, el evangelista —quien estaba lejos de él y no había podido oírlo— expresó: — Puede ser que alguno de ustedes piense en ese proverbio popular que dice: «Cuando una puerta se cierra, otra se abre». Y así es, realmente. Desde el momento en que la puerta del cielo se cierre para él, la del infierno se le abrirá ante sí. Si está excluido del cielo, entrará en el infierno.
Estas palabras sorprendieron a uno de los jóvenes como un relámpago. Escuchó el resto de la predicación atentamente y con gran angustia. Cuando el predicador terminó su discurso, ambos jóvenes se quedaron para hablarle. Y los dos, por la gracia de Dios, fueron conducidos al conocimiento de la salvación y, por la fe en el Señor Jesús, fueron salvos desde entonces y por la eternidad.
Lector, ¿cuál de esas dos puertas quiere ver abrirse ante usted?
Jesús dice:
“De cierto os digo: El que oye mi palabra, y cree al que me envió, tiene vida eterna;
y no vendrá a condenación, mas ha pasado de muerte a vida.”
(Juan 5:24)
“Si oyereis hoy su voz, no endurezcáis vuestros corazones.”
(Hebreos 3:7-8)