Dios nos ve santos porque nos ve en Jesús
Es lo que se llama la posición del creyente ante Dios. Dios ha hecho todo para que aquel que es “nacido de nuevo” (un verdadero creyente) pueda entrar en su cielo, donde no hay ningún mal ni ninguna mancha. Dios ve al creyente lavado por la sangre de Cristo y perfecto en su santo Hijo. Dice la Palabra de Dios: “Con una sola ofrenda hizo perfectos para siempre a los santificados” (Hebreos 10:14). Si un pecador tuviera que presentarse ahora ante Dios, sentiría un espanto tan grande que lo paralizaría; caería como muerto y no desearía más que una cosa: huir lo más aprisa y lo más lejos de Dios que fuese posible (Génesis 3:8; Isaías 6:1-7). Pero el creyente se ha convertido en un hijo del Dios santo y Dios lo considera así, apto para estar en su santa presencia.
Nuestra marcha práctica, vista por los hombres, por los ángeles y por Dios
Todos sabemos que la carne está en nosotros y que nuestro «hombre carnal» hace de buena gana lo que está mal; además, el Diablo pone ante nosotros tentaciones para hacernos pecar. Pecar es anormal para nosotros, los creyentes, pues Dios dice en su Palabra: “No reine, pues, el pecado en vuestro cuerpo mortal”, y también: “Ahora para santificación presentad vuestros miembros para servir a la justicia” (Romanos 6:12, 19).
Cuando vemos a un niño, solemos decir: ¡Es el vivo retrato de su padre! Eso es lo que la gente debería decir al ver a un hijo de Dios. Para mostrar a los demás que Dios es santo, hace falta que nosotros, sus hijos, andemos con santidad. En efecto, si vivimos en la suciedad del pecado, el mundo tendrá razón para burlarse de nosotros y también, por consiguiente, de Dios. Hay muchas exhortaciones en la Palabra de Dios en cuanto a la necesidad de que andemos santamente.
- “Sed santos, porque yo soy santo” (1 Pedro 1:16).
- “La voluntad de Dios es vuestra santificación” (1 Tesalonicenses 4:3).
- “No nos ha llamado Dios a inmundicia, sino a santificación” (1 Tesalonicenses 4:7).
- “Puesto que todas estas cosas han de ser deshechas, ¡cómo no debéis vosotros andar en santa y piadosa manera de vivir!” (2 Pedro 3:11).
- “Como aquel que os llamó es santo, sed también vosotros santos en toda vuestra manera de vivir” (1 Pedro 1:15).
- “El que es justo, practique la justicia todavía; y el que es santo, santifíquese todavía. He aquí yo vengo pronto” (Apocalipsis 22:11-12).
En Apocalipsis 21:7 el Señor nos habla de los vencedores, es decir, de los fieles que han andado en amor y santidad. Éstos gozarán en el cielo de una felicidad maravillosa con Dios (Padre, Hijo, Espíritu Santo). En contraste, habla de los infieles en el versículo 8: “Pero los cobardes e incrédulos, los abominables y homicidas, los fornicarios y hechiceros, los idólatras y todos los mentirosos tendrán su parte en el lago que arde con fuego y azufre, que es la muerte segunda”.
Alguien podría decir: «Yo creo, soy salvo, por tanto ahora puedo dejar que mis pasiones y concupiscencias obren sin freno, pues de todas formas Dios hará abundar su gracia cuando me introduzca en su cielo». Esas palabras demuestran que tal hombre se coloca entre los “impíos, que convierten en libertinaje la gracia de nuestro Dios, y niegan a Dios el único soberano, y a nuestro Señor Jesucristo” (Judas 4). La verdadera fe cristiana siempre se muestra a través de sus frutos, y uno de esos frutos es vivir con santidad, ser moralmente irreprochable, teniendo como medida la santidad de Dios mismo y no la santidad según la medida de los hombres.
La santidad práctica es indispensable para estar en comunión con Dios; hace falta, pues, procurarla. Si hemos pecado y la comunión con Dios está interrumpida, procurar la santidad será confesar nuestra falta y no buscar excusas para justificarnos.