No temas

“No temas”. ¡Qué preciosa exhortación cuando proviene de Dios, con todos sus recursos, sus promesas y su amor!

Hay para el hombre muchos motivos de temor en el transcurso de su vida, cualquiera sea su situación. Se encuentra en medio de las miserias y las pruebas de este mundo, tiene continuamente ante sí toda clase de peligros: Las enfermedades le amenazan; está rodeado de males; se halla en conflicto con la maldad de los hombres; sufre a causa de todo lo que el pecado ha producido en la tierra.

Nosotros también, los creyentes, al igual que todos los hombres, encontramos estas cosas a cada momento y ellas pueden producir afanes y temor en nuestros corazones; pero Dios nos dice en su Palabra: “No temas”, “por nada estéis afanosos” (Filipenses 4:6). ¡Qué alentadoras son estas palabras para los que las reciben con fe! Las encontramos a menudo repetidas a su pueblo y a los fieles de todos los tiempos, y se dirigen particularmente a nosotros también, sus amados redimidos. Estas palabras nos dicen que Dios piensa en nosotros; que todo depende de él; que él es el Todopoderoso; que él toma a su cargo nuestra causa y que él conducirá todo lo que nos concierne a feliz término.

Estas verdades las conocemos bien, pero cuánto necesitan nuestros débiles corazones que Dios nos repita continuamente: “No temas”. “¿Por qué te abates, oh alma mía, y te turbas dentro de mí?”, dice el salmista, y luego agrega: “Espera en Dios” (Salmo 42:5). “Jehová está conmigo; no temeré lo que me pueda hacer el hombre” (118:6). “Aunque mi padre y mi madre me dejaran, con todo, Jehová me recogerá” (27:10). Él es el recurso supremo en las dificultades, en las penas y en las angustias. Él es un refugio alto, un pronto auxilio en las tribulaciones, una roca, un escudo para los que confían en él y conocen su bondad. “¡Cuán preciosa, oh Dios, es tu misericordia! Por eso los hijos de los hombres se amparan bajo la sombra de tus alas” (36:7).

Desde luego, los motivos que llenan de temor nuestros corazones, Dios los conoce; él sabe de qué estamos hechos y tranquiliza a sus santos en todas sus circunstancias diciéndoles que no teman nada.

Después de la maravillosa victoria de Abram sobre los reyes de las naciones y su encuentro con Melquisedec, Dios se complació en animarle con estas palabras: “No temas, Abram; yo soy tu escudo, y tu galardón será sobremanera grande” (Génesis 15:1).

A Josué, quien tenía la pesada carga de guiar al pueblo rebelde, Moisés le dirige de parte de Dios estas palabras que le sostuvieron de una manera asombrosa: “Jehová va delante de ti; él estará contigo, no te dejará, ni te desamparará; no temas ni te intimides” (Deuteronomio 31:8). Al débil remanente fiel de su pueblo, Dios le dice por boca del profeta Isaías: “Pero tú, Israel, siervo mío eres; tú, Jacob, a quien yo escogí... no te deseché. No temas, porque yo estoy contigo; no desmayes, porque yo soy tu Dios que te esfuerzo; siempre te ayudaré, siempre te sustentaré... No temas, yo te ayudo. No temas, gusano de Jacob” (Isaías 41:8-14). “Ahora, así dice Jehová, Creador tuyo, oh Jacob, y Formador tuyo, oh Israel: No temas, porque yo te redimí; te puse nombre, mío eres tú... Porque yo Jehová, (soy) Dios tuyo” (Isaías 43:1-3).

Al pequeño remanente fiel que rodeaba al Señor, Él le dice: “No temáis, manada pequeña, porque a vuestro Padre le ha placido daros el reino” (Lucas 12:32). El temor a los hombres es un peligro para nuestros corazones; nos induce a caminar como si fuéramos del mundo, sin dar el testimonio que el Señor espera de nosotros: “El temor del hombre pondrá lazo”, dice Proverbios 29:25; el Enemigo quiere hacernos caer en ese lazo. Los apóstoles se regocijaban del oprobio y de todo lo que tenían que padecer por causa del Nombre (Hechos 5:41). Para ellos era motivo de gozo haber sido tenidos por dignos de padecer afrenta por el Señor. ¡Qué contraste con el temor que, desgraciadamente, tantas veces se manifiesta en nuestros corazones! En estos tiempos en que vivimos –la mayor parte de nosotros los cristianos–, gozando de la libertad de reunirnos y de leer la Palabra sin ser inquietados, poco sabemos lo que es sufrir por el Señor ni nos damos cuenta del gozo que experimentaron los fieles del siglo primero y más tarde tantos mártires. Humillémonos por ello y demos gracias a Dios por su bondad.

El apóstol Pedro, en su primera epístola, nos dice: “Mas también si alguna cosa padecéis por causa de la justicia, bienaventurados sois. Por tanto, no os amedrentéis por temor de ellos, ni os conturbéis” (1 Pedro 3:14).

En la epístola a los Romanos, el apóstol Pablo puede exclamar: “Si Dios es por nosotros, ¿quién contra nosotros?... ¿Quién nos separará del amor de Cristo? ¿Tribulación, o angustia, o persecución...?” (Romanos 8:31, 35). El amor de Dios, ese perfecto amor que echa fuera el temor da también ánimo, fortaleza y gozo a nuestros corazones a través de todas las dificultades y penas de la vida. El temor producido en el corazón del creyente por circunstancias penosas o por los hombres, ¿no es falta de fe y confianza en Dios? Cuando los discípulos peligraban en la barca en la que estaban con el Señor, clamaron: “¡Señor, sálvanos, que perecemos!”, pero el Señor les dijo: “¿Por qué teméis, hombres de poca fe?” (Mateo 8:25-26).

A un principal de la sinagoga, quien estaba afligido e imploraba al Señor, Jesús le dice: “No temas, cree solamente” (Marcos 5:36). Estas dos frases: “hombres de poca fe” y “cree solamente”, ¿no son muchas veces aplicables a nosotros?