“Dios, que es rico en misericordia, por su gran amor con que nos amó,
aun estando nosotros muertos en pecados, nos dio vida juntamente con Cristo
(por gracia sois salvos), y juntamente con él nos resucitó,
y asimismo nos hizo sentar en los lugares celestiales con Cristo Jesús,
para mostrar en los siglos venideros las abundantes riquezas de su gracia
en su bondad para con nosotros en Cristo Jesús.
Porque por gracia sois salvos por medio de la fe; y esto no de vosotros, pues es don de Dios;
no por obras, para que nadie se gloríe.”
(Efesios 2:4-9)
Hace muchos años, un piadoso evangelista visitaba, acompañado por uno de sus amigos, a una pobre moribunda, mujer de mala vida cuyos pecados eran numerosos.
— ¿Adónde va a ir usted? —le preguntó el siervo de Dios.
— A la vida eterna —le contestó ella.
— ¿Y cómo?
— Todo por gracia —fue la respuesta.
— ¿Y sus pecados?
— Cristo cargó con todos ellos.
Algunos días después, esta pobre mujer (debería decir: esta feliz redimida del Señor) se iba en perfecta paz. Como verdadero monumento de la gracia de Dios, durante toda la eternidad ella podrá, no glorificar al hombre, sino al Dios de gracia que se complace en salvar a los pecadores. Ella podrá dar gloria a ese Dios que mandó a su Hijo al mundo para redimir pecadores.