Un hindú, esperando confundir a un misionero, le dijo:
— ¿No has dicho que reconocemos la verdadera religión por sus frutos?
— ¡Por supuesto!
— Bueno, conozco a unos cristianos que son borrachos y que cometen toda clase de iniquidades.
— Escucha —le dijo el misionero—: En un pueblo había dos enfermos. El buen médico le dio a cada uno un medicamento. Ellos le dieron las gracias y prometieron tomarlo. Pero, cuando se fue el médico, uno tomó el medicamento y el otro lo arrojó lejos. ¿Tuvo el médico la culpa de que este último paciente muriera?
— No; la culpa fue del enfermo.
— Bueno, ocurre que hay muchos «cristianos» de nombre que no han sido liberados del pecado porque no han tomado el remedio que Cristo les dio.
— ¿Por qué nos hablas tanto de Cristo? —le interrumpió otra vez el hindú. Mejor exhorta a la gente a decir la verdad, a que sea casta y honesta; eso sería suficiente.
El misionero añadió:
— Si un médico fuera a ver a un enfermo y se contentara con exhortarlo seriamente a ser sano, ¿eso serviría de algo? O bien si yo fuera a visitar a un preso y le animara a ser libre, ¿le sacaría así de la cárcel? Por supuesto que no. Ésa es la razón por la cual predicamos a Cristo. Él no nos exhorta solamente a ser sanos y libres del pecado; también da la verdadera salud y la verdadera libertad liberándonos del yugo y del poder del pecado.