¿No fue justificado por las obras Abraham nuestro padre…?”
(Santiago 2:21)
¿Enseña Santiago aquí un evangelio de las obras, como algunos lo pretenden? ¿Está en contradicción con la doctrina de Pablo, la de la justificación por la fe? Para comprender esto, es importante ver que el propósito de la epístola de Santiago es exhortar a los creyentes a una vida cristiana práctica, y así impedir que separen la fe de la práctica. La clave para entender la enseñanza de Santiago es esta palabra: “Muéstrame” (2:18). Si alguien declara tener la fe, esta solo puede ser vista por los hombres por medio de las obras, y no solo por las palabras. Cuando Santiago habla de justificación, no se trata de la justificación del alma ante Dios, sino más bien de la justificación de nuestra fe ante los hombres. Pablo habla de nuestra justificación delante de Dios; Santiago habla de la justificación delante de los hombres. La primera concierne a nuestra posición, la otra a nuestro estado práctico.
La fe verdadera siempre se evidenciará por medio de las obras. Abraham y Rahab, los dos, mostraron su fe por sus acciones (v. 21-26). No fueron salvos por sus obras, pero sus obras eran la prueba de su fe en el Dios viviente. En lo que se refiere a estos dos héroes de la fe del Antiguo Testamento, es interesante subrayar que sus obras no eran de las que los hombres hubieran considerado naturalmente como buenas obras. Sus obras podían ser consideradas extrañas por la mayoría de la gente: ¡Abraham ofreció a su hijo en sacrificio y Rahab renegó de su país con un hecho de traición! ¡Los caminos de Dios no son nuestros caminos!
Según las Escrituras, es evidente que nuestras obras siguen nuestra salvación, y no la preceden (Tito 2:11-14). Antes de ser salvos, solo producíamos “obras muertas” (Hebreos 6:1; 9:14), y en muchos casos únicamente “malas obras” (Colosenses 1:21). Las obras no solamente siguen nuestra salvación, sino que Dios escogió lo que serán estas obras: ”somos hechura suya, creados en Cristo Jesús para buenas obras, las cuales Dios preparó de antemano para que anduviésemos en ellas” (Efesios 2:10). Todo aquel que es nacido de nuevo pregunta inmediatamente: ”¿Qué haré, Señor?” (Hechos 22:10).