Extracto de una carta de un padre a su hijo y a su nuera, después de haber perdido sus cosechas a causa de un violento temporal.
Muy queridos hijos:
Desde hace unos días, estoy con el pensamiento de escribiros; pero, si me conocéis, sabéis que no me agrada escribir precipitadamente, sobre todo en las circunstancias tan graves como las que estáis atravesando. Los días y las noches que acabamos de conocer, los pasamos con vosotros con una simpatía profunda, pero sobre todo en la oración, pues tenemos este privilegio de poder dar a conocer “nuestras peticiones delante de Dios en toda oración y ruego” (Filipenses 4:6). Qué le pedimos sino que guarde vuestros corazones en sujeción a su voluntad, ya que en las circunstancias que os tocan, y nos tocan, nada pudo intervenir fuera de su omnipotencia.
Es pues de su mano que hemos de recibir esta prueba, y esta mano es una mano de amor. Ciertamente, el enemigo no deja de actuar cuando ve nuestros corazones quebrantados y desfallecientes, y trata de insinuarnos que Dios está en contra de nosotros. Lo ha hecho desde siempre y lo hará con el hombre hasta cuando haya sido lanzado en el fuego eterno.
También le hemos pedido a Dios que os consuele y aliente. ¿Quién puede hacerlo, sino él, “Padre de misericordias y Dios de toda consolación?” Leed de nuevo, amados hijos, las palabras que están usadas en este capítulo 1 de la segunda epístola a los Corintios: “el cual nos consuela en todas nuestras tribulaciones”, “a los que están en cualquier tribulación”, “de la manera que abundan en nosotros las aflicciones de Cristo, así abunda también por el mismo Cristo nuestra consolación” (v. 3-5).
El apóstol sabía por su propia experiencia lo que era el sufrimiento, porque en el versículo 8 puede decir: “fuimos abrumados sobremanera más allá de nuestras fuerzas, de tal modo que aun perdimos la esperanza de conservar la vida”.
La tercera cosa que pedimos, es que nos fortalezca en la fe, es decir en la confianza en Él. En efecto, él es digno de toda nuestra confianza, y aquel que pone su confianza en él nunca es avergonzado.
Al pensar mucho en vosotros, me acordé de aquel Salmo 131, tan pequeño, pero tan precioso para hacernos ver lo que pasa en nosotros cuando Dios considera útil destetarnos. “Me he comportado y he acallado mi alma” (v. 2). He aquí lo que necesitamos para poder decir luego: “Como un niño destetado está mi alma”.
Amados hijos, Dios os ha destetado de lo que era vuestro alimento, sin embargo, creed de verdad que sabrá daros algo mejor. En la Palabra hallamos muchos hombres que estuvieron destetados de cosas, o de personas a quienes estuvieron apegados, pero Dios siempre les dio en cambio cosas mejores.
Entonces os digo, amados hijos míos, tened muy buen ánimo, poned vuestra plena confianza en vuestro buen y tierno Padre y, puesto que las nubes se ponen más oscuras, estad seguros que veréis el arco en la nube, pues Dios se acuerda de los suyos (Génesis 9:14-15).