“Porque donde están dos o tres congregados en mi nombre,
allí estoy yo en medio de ellos.”
(Mateo 18:20)
Esta promesa siempre es válida, en todos los tiempos, siempre preciosa para los corazones que aman al Señor. Estas notables expresiones han sido analizadas con frecuencia. Ellas son siete:
1) Donde...
Hay un lugar de bendición: El Señor quiere estar presente con los suyos en un mundo enemigo. Hay un lugar para eso. No tenemos que buscarlo en otro lugar que no sea en la Palabra. Es un lugar determinado. Lo que va a ser dado solo se puede hacer en un lugar (Deuteronomio 12:5, el lugar donde él pone su nombre para su habitación). Se han querido establecer muchos lugares; se construyeron edificios magníficos; se ha pretendido asignar un lugar particular para las revelaciones (peregrinaciones). Sin embargo, solo hay un lugar espiritual, no hay otro.
2) Dos o tres…
Dos o tres son suficientes, pero puede haber otros. En la Palabra (2 Corintios 13:1; Deuteronomio 17:6; 19:15 y otros), dos o tres son la expresión de un testimonio. Un testimonio, ya sea el número más pequeño, tiene ese valor de corresponder al lugar donde está la bendición suprema de la presencia del Señor. Por supuesto, debemos tener la cualidad de ser testigos del Señor, es decir, debemos haber nacido de nuevo, sellados con el Espíritu Santo. Un lugar, un testimonio. Este testimonio puede ser muy débil.
3) Están congregados…
Un congregar: Solo puede haber testimonio y acuerdo en ese testimonio si hay una asamblea local. Es precioso poder hablar de ello en la dispersión actual. ¿Quién congrega? El Padre de familia, el Pastor de las ovejas. El enemigo, el lobo, siempre trabaja para dispersar (Juan 10:12). Se trata para nosotros de congregarnos en torno al Señor. Si ha redimido a personas, es para hacer de ellas un todo, la Iglesia, cuya unidad es bella. Es precioso saber que siempre existe para nosotros la posibilidad de congregarnos: A los que Él ha redimido, quiere congregarlos (Salmo 107:2-3).
El pueblo de Israel será congregado para bendición terrenal. El Señor está trabajando para congregar a su pueblo celestial. Tantos creyentes están dispersos en tantas denominaciones, mientras que solo hay un lugar. ¡Qué privilegio! ¿Apreciamos que se nos permita tanta libertad exterior? ¡No dejemos de congregarnos! (Hebreos 10:25).
4) En mi nombre…
Un Nombre: La reunión se realiza alrededor de un nombre. Lo que queda después de tantos sufrimientos y confusiones, desconciertos y aportaciones del hombre, es el nombre del Señor, quien es siempre el mismo. La Palabra también permanece, pero la Palabra y el nombre van juntos.
Este nombre es el nombre de Jesús, el nombre que nunca deberíamos pronunciar disociándolo —al menos en nuestra mente— del nombre del Señor. Señor Jesús, es el nombre que le acompaña desde que fue glorificado (Hechos 2:36).
Jesús, es su nombre de hombre. Jesús es el nombre que significa Dios Salvador; Jesús es el nombre que recuerda la humillación del Hijo de Dios.
Ese nombre siempre está ahí. Es tan fácil pronunciarlo; dice tantas cosas a nuestras almas. Jesucristo es el mismo ayer, y hoy, y por los siglos (Hebreos 13:8); el mismo sin importar el tiempo, la persecución, las tinieblas, el despertar, la actualidad tan difícil en tantos ámbitos cuando uno ama al Señor. Este nombre permanece, pese a todos los ataques para eliminarlo. Ese es el nombre del hombre victorioso.
Conocemos ese nombre, los dos o tres que él congrega. ¡Oh ese nombre! Que siempre sea más precioso para nosotros. Que se nos conceda ser de aquellos a quienes les pueda decir: “No has negado mi nombre” (Apocalipsis 3:8), de los que piensan en Su nombre (véase Malaquías 3:16). Seamos de estos, aunque sea un remanente muy débil, pero que piensan en Su nombre, en aquellos que temen Su Nombre, el nombre de Dios conocido como Padre.
Nombre sin par que hace visible…
al Dios que nunca el hombre vio,
Nombre del Siervo voluntario…
humilde y solitario…
Nombre del Amor insondable…
Nombre del Dios cuya potencia
siempre a la fe ha de contestar,
Nombre que a los salvos, en tu ausencia,
en torno a Ti anhela juntar.
5) Estoy yo…
Una persona: Teníamos un nombre, y ahora tenemos aquí a la persona. “Yo soy el que soy”, es Jehová del Antiguo Testamento (Éxodo 3:14), es él quien en sí mismo es eterno. Tal era aquí bajo forma humana, el “Yo soy” que estamos llamados a conocer individualmente y todos juntos.
“Yo soy la luz” (Juan 8:12); “Yo soy el buen pastor” (10:11); “Yo soy la puerta” (10:9); “Yo soy el camino, y la verdad, y la vida” (14:6); y finalmente “Yo soy” (8:58) en toda la afirmación de Su deidad.
6) Allí estoy yo…
Teníamos una persona, pero esa persona viene a ocupar su lugar entre otras. Es una presencia. Es un Dios de cerca (Jeremías 23:23), invisible pero presente. Dios había querido ser un Dios de cerca para su pueblo, pero no disfrutaron de su presencia. Y ahora Jesús permanece siempre activo, viviendo siempre para interceder por los suyos (Hebreos 7:25).
Allí estoy yo: una presencia. ¡Oh, si la realizáramos mejor! Lo decimos fácilmente, pero ¿es ella sensible a nuestras almas?
7) En medio de ellos…
Si nos damos cuenta un poco (es solo un poco, incluso con las capacidades de la nueva naturaleza abierta por el Espíritu) de lo que es esta persona, si esta presencia fuera más sensible a nuestras almas, ¡qué realidad práctica tendríamos de la unidad de la que hablamos! Todos los sentimientos, el corazón, los impulsos centrados en el mismo punto. ¿No es esto la unidad visible? Así será en el cielo, toda la multitud de los redimidos se centrará en Él, quien es el único centro, de todos nosotros, de nuestras almas, de nuestros corazones, de nuestras mentes.
Un lugar, un testimonio, un congregar, un nombre, una persona, una presencia, un centro…
Que Dios nos dé a conocer la realidad de estas cosas: cosas que, como cristianos, estamos llamados a vivir aquí abajo, que los suyos están llamados a vivir para Su gloria, para bien de todos y para testimonio en medio de este mundo.