«Dime con quién andas, y te diré quién eres». Tal es el proverbio, pero se podría decir: «Un hombre se forma por la compañía que prefiere», porque las malas compañías corrompen las buenas costumbres y no hay un modo más rápido de corromperse que el de frecuentar una sociedad o conocimientos dudosos.
¡Cuán importante es tener buenos amigos! Un joven, recientemente convertido, me decía que no tenía un amigo cristiano con el cual pudiera relacionarse. Le aconsejé que pidiera uno a Dios. Oró, y luego recibí una interesante carta que me anunciaba que lo había hallado. Un amigo verdadero viene del Señor como todo otro don.
Las Escrituras tienen mucho que decirnos acerca de la amistad.
- Nos muestran lo que es un amigo veraz.
- Nos enseñan a conservar y cultivar nuestras amistades.
Un amigo sincero tiene cuatro caracteres:
- “En todo tiempo ama” (Proverbios 17:17).
- “Es como un hermano en tiempo de angustia” (es decir, para los tiempos difíciles) (17:17).
- Es “más unido que un hermano” (18:24).
- Es fiel, incluso cuando hiere al que ama (27:6).
El Señor es el modelo perfecto de la amistad real. Cuando se le llamaba con desprecio: “Amigo de publicanos y de pecadores” (Mateo 11:19), se decía la verdad, pues era ciertamente el mejor amigo.
Considere usted estos cuatro puntos y vea usted si se aplican al Amigo de los pecadores.
¿Ama en todo tiempo? Sí, nos amaba desde la gloria y descendió hasta nosotros. En la cruz, entre las burlas y la vergüenza, nos amó y dio su vida. Ahora, exaltado y coronado, ama todavía a sus rescatados. “Como había amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el fin” (Juan 13:1).
¿Vino al mundo para sufrir la angustia? En verdad, nos vio arruinados y bajó a socorrernos en nuestra miseria. Nació para salvarnos y murió para librarnos.
Los vínculos que nos unen a Él son mucho más fuertes que los lazos carnales, los cuales se rompen tan fácilmente. Nunca abandona a los suyos, antes bien, los colma de su amor y de sus cuidados.
¿Hiere? Por cierto, pero con fidelidad, porque nos ama demasiado para no dispensarnos pruebas cuando estamos en un mal camino. Pero ¡con qué gracia cura al corazón quebrantado!
Acordémonos de que la mejor amistad no se agrada a sí misma, sino que se prodiga para regocijo y socorro de los demás.
Se cuenta la historia de un hombre que tenía tres amigos. Tuvo algunas desventuras y se le acusó sin culpa delante de los jueces. Oyendo esto, uno de sus amigos se alejó de él disgustado. El segundo lo acompañó hasta la puerta del tribunal, asegurándole su amistad y deseándole buen éxito, pero lo abandonó ahí. El tercero entró con él, pleiteó por él, probó la falsedad de la acusación y logró libertarlo. ¿Cuál de los tres era el mejor «amigo»? Lea usted Lucas 10:25-37: “¿Quién fue el prójimo (el amigo) del que cayó en manos de los ladrones?... El que usó de misericordia con él”.
En Proverbios 27:9 leemos: “El ungüento y el perfume alegran el corazón, y el cordial consejo del amigo, al hombre”. Y en el versículo 17: “Hierro con hierro se aguza; y así el hombre aguza el rostro de su amigo”. Después de un largo servicio, el filo del hacha se embota, tanto más si halla un cuerpo duro, y, si su filo no fuere amolado, aquel que la maneja deberá añadir más fuerza (Eclesiastés 10:10). Cuando el filo de su coraje para dar testimonio del Salvador se perdiere por la mofa y el oprobio sufridos a causa del Evangelio, felices de ustedes si el amigo que tienen reanimara mediante algunas palabras que desciendan a su corazón o una mirada plena de simpatía. Y ¿quién sabrá afilar mejor nuestro ánimo que Aquel que sabe “hablar palabras al cansado”? (Isaías 50:4).
En Proverbios 27:14: “El que bendice a su amigo en alta voz, madrugando de mañana, por maldición se le contará”. La amistad real no es ruidosa. Si mi amigo me comunica sus secretos, mostrándome tan elevada confianza, las alabanzas que pudiera prodigarme, proclamadas en alta voz, serían lo contrario de una verdadera comunión. El mejor amigo de Job, Eliú, dijo: “No sé hablar lisonjas; de otra manera, en breve mi Hacedor me consumiría” (Job 32:22). Y Jesús contestó al joven rico: “¿Por qué me llamas bueno? Ninguno hay bueno, sino sólo uno, Dios” (Marcos 10:18).
La falsa amistad tiene siempre un beso pronto, como Judas lo tenía para Cristo, pero la verdadera amistad sufrirá una reprensión, porque ese amigo será sincero en todas las circunstancias “Mejor es reprensión manifiesta que amor oculto. Fieles son las heridas del que ama; pero importunos los besos del que aborrece” (Proverbios 27:5-6).
Con tal Amigo como ejemplo, cultivemos las verdaderas relaciones con aquellos que Dios nos ha dado como amigos.