“Exhortaos los unos a los otros cada día…
para que ninguno de vosotros se endurezca por el engaño del pecado.”
(Hebreos 3:13)
“Mirad, pues, con diligencia cómo andéis.”
(Efesios 5:15)
«Una clara mañana de verano —me contó un amigo montañés— observé a una joven ave de rapiña posada en una roca cercana. Era un águila real. Repentinamente desplegó sus alas y con un movimiento majestuoso subió cada vez más alto. Después de unos minutos no fue más que un pequeño punto negro. Pero, de repente, comenzó a bajar desordenadamente haciendo la barrena, las alas medio plegadas, para terminar estrellándose contra el suelo a algunos metros de mí. Después de haberla examinado, descubrí una pequeña víbora fuertemente aferrada al pecho del águila. Mientras el ave descansaba en la roca, la serpiente se acurrucó bajo sus cálidas alas y la mordió en pleno vuelo».
Nosotros también, amigos cristianos, podemos dejarnos morder por el pecado en sus múltiples formas: mentira, maledicencia, egoísmo, deshonestidad… El pecado no puede quitarnos la nueva vida que tenemos en Cristo; sin embargo, puede quebrantar nuestra energía, nuestro servicio para Dios. Seamos, pues, vigilantes; pidamos al Señor que nos muestre en qué le entristecemos. Si somos conscientes de haber cometido una falta, es necesario que se la confesemos inmediatamente; él nos ayudará a triunfar sobre ella. Así podremos vivir de una manera que le agrade. No nos contentaremos con evitar el mal; nuestro verdadero gozo será buscar el bien y cumplirlo por amor a Dios y a nuestro prójimo.