Nuestra relación colectiva con Cristo es presentada en el Nuevo Testamento como la unión divina de la esposa con el esposo. Cristo está ahora en el cielo, y los creyentes del tiempo de la gracia todavía están en la tierra. Constituyen Su Iglesia. Ahora están desposados “con un solo esposo” para ser un día “presentados como una virgen pura a Cristo” (2 Corintios 11:2). Pronto, Cristo nos introducirá en la gloria para estar eternamente con Él. Entonces, se presentará “a sí mismo, una iglesia gloriosa, que no tuviese mancha ni arruga ni cosa semejante, sino que fuese santa y sin mancha” (Efesios 5:27). Será el día de las bodas, la unión celestial del esposo y la esposa —las “bodas del Cordero”.
Este evento se describe en el lenguaje simbólico del Apocalipsis. Una voz fuerte retumbó: “¡Aleluya, porque el Señor nuestro Dios Todopoderoso reina!” (v. 6). Apenas han cesado los gritos de alegría que aclamaron el justo juicio de Dios sobre “la gran Babilonia”, la falsa esposa, surgen nuevos gritos de alegría. Ahora el camino es libre para el establecimiento del reino de Dios; el Señor Jesús entra en la gloria del Milenio. “Gocémonos y alegrémonos y démosle gloria; porque han llegado las bodas del Cordero, y su esposa se ha preparado” (v. 7).
Las bodas se celebran. Al banquete de las bodas asisten el esposo, la esposa y los invitados. La esposa está adornada con su vestido nupcial, cuya pureza inmaculada es un honor para ella. El gozo es general.
Este banquete expresa la comunión. Es primero la comunión del esposo con su esposa, del Señor con nosotros. Será una parte común por la eternidad. Pero también es para los invitados. Hay una bendición común para los creyentes de todos los tiempos, que sin embargo no puede ser comparada con la comunión del esposo y de la esposa.
Antes que tengan lugar estas bodas, el Señor Jesús vendrá primero a tomar a todos los suyos. Este maravilloso evento representa la esperanza cristiana propiamente dicha. No esperamos que ocurran de antemano ciertos eventos en la tierra, sino más bien esperamos la venida del Señor para llevarnos a Él. Dijo: “Vengo pronto”. Nada impide que este evento tenga lugar hoy.
No obstante, las bodas no pueden tener lugar inmediatamente después del rapto de los creyentes. Primero deben ocurrir dos eventos, uno en la tierra y otro en el cielo. En la tierra, la falsa iglesia debe ser apartada y juzgada. En el cielo, los creyentes deben “comparecer ante el tribunal de Cristo” (2 Corintios 5:10). Aprenderemos entonces cuántas cosas han sucedido en nuestras vidas por las cuales el Señor Jesús tuvo que sufrir el castigo de Dios en la cruz. Pero también descubriremos lo que la gracia ha podido operar en nosotros. Y el juicio que haremos sobre nuestra vida estará en perfecto acuerdo con el del Señor. Así, podemos entender por qué dice: “su esposa se ha preparado” (v. 7). Solo a partir de este momento las bodas pueden tener lugar.
Estas bodas son llamadas “las bodas del Cordero” y el banquete es “el banquete de las bodas del Cordero”. Por supuesto, también son las bodas de la esposa. Sin embargo, no somos nosotros quienes estamos en primer plano, sino el Señor en su carácter de Cordero.
Vale la pena seguir la historia del “Cordero” en la Biblia, desde el Génesis hasta el Apocalipsis. El Antiguo Testamento habla de ello de una manera muy expresiva, y el Nuevo Testamento presenta la manifestación del “Cordero de Dios” en la tierra, así como los resultados de su obra. Durante la eternidad, jamás olvidaremos que el Señor Jesús fue voluntariamente a la muerte, en entera devoción. Él es “el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo” (Juan 1:29). En la cruz, dio pruebas de su amor. Él “nos amó y se entregó a sí mismo por nosotros” (Efesios 5:2). Pero también “amó a la Iglesia, y se entregó a sí mismo por ella” (v. 25). Esta Iglesia —el conjunto de todos los creyentes del tiempo de la gracia— será unida a Él como su esposa en el cielo, en la felicidad eterna.
La esposa está vestida con una vestimenta a la vez sobria y suntuosa: “A ella se le ha concedido que se vista de lino fino…” (v. 8). Contrasta con la esposa falsa del capítulo anterior que “se ha glorificado” (18:7) y que, en la exhibición de su lujo, también usó el lino fino (18:12). El lino fino del cual está vestida la esposa de Cristo, un lino fino resplandeciente y puro, representa “las acciones justas de los santos” (19:8) o “la perfecta justicia de los santos” (V.M.). Esto “se le ha concedido” porque Dios preparó de antemano las buenas obras en las que tenemos que andar mientras estemos en la tierra, y nada puede ser logrado sin las fuerzas que Él da. Sin embargo, también tenemos una responsabilidad. Lo que hemos hecho en la tierra por amor a nuestro Señor no está olvidado. No se trata aquí de la justicia en la cual la obra de Cristo nos colocó ante Dios, sino de la justicia práctica en que vivimos. La vestimenta que llevaremos felizmente en el día de la gloria de Cristo se teje en el tiempo de su rechazo, en medio de las dificultades en la tierra. El pensamiento de que los hilos de este vestido pueden ser tejidos por el fiel andar de los creyentes debería animarnos a vivir en plena devoción para el Señor.
Este vestido nos enseña tres cosas:
- El lino fino es notablemente regular. Hoy, nuestros motivos no son perfectos y la imperfección siempre se mezcla con nuestra forma de actuar. Pero solo aquello que tiene la aprobación de Dios volverá a encontrarse en el cielo.
- El vestido es resplandeciente, de una blancura radiante. Si pensamos en la santidad del Señor, podemos entender lo que debe ser el reflejo de su gloria.
- La pureza de este vestido está estrechamente relacionada con su blancura brillante. Nada recuerda el pecado o la impureza.
El gozo de la esposa no se describe, pero se habla de la felicidad de los que son llamados (v. 9). Si estos son proclamados “bienaventurados”, ¡cuánto mayor debe ser la felicidad de la esposa!
¿Y qué debemos decir del gozo del esposo? Se presenta a sí mismo su esposa a quien amó y por la que se entregó. Es a su esposa que espera hoy, hasta que esté eternamente con Él. Es su esposa, “fruto de la aflicción de su alma”, por la cual, mientras caminaba sobre la tierra, hizo todo.
Lo hallamos en Efesios 5:25-29.
- En el pasado, “Cristo amó a la iglesia, y se entregó a si mismo por ella”,
- En el presente, la santifica, la purifica, la nutre y la cuida, y
- En el futuro, se la presentará gloriosa a sí mismo.
Cuando las bodas del Cordero hayan llegado, habrá alcanzado su meta. Se presentará “a sí mismo, una iglesia gloriosa, que no tuviese mancha ni arruga ni cosa semejante, sino que fuese santa y sin mancha” (5:27). Nuestro Señor puede regocijarse porque su esposa estará allí. Se presentará “a sí mismo, una iglesia gloriosa”. Se regocijará en la belleza de su esposa. Todo será para su gloria. Entonces, solo será visto en ella la perfección. Será santa e irreprochable. Es con este propósito que Dios nos escogió antes de la fundación del mundo, “para que fuésemos santos y sin mancha delante de él, en amor” (Efesios 1:4-5).
Un poco más adelante, cuando se le concede a Juan mirar hacia el estado eterno, leemos: “Y yo Juan vi la santa ciudad, la nueva Jerusalén, descender del cielo, de Dios, dispuesta como una esposa ataviada para su marido” (Apocalipsis 21:2). Al menos mil años después de las bodas, siempre se ve “como una esposa ataviada para su marido”, sin mancha ni arruga, en su frescura inicial.
¡Que la meditación de este refrescante tema nos haga comprender mejor nuestro glorioso futuro y nos lleve a tener nuestros corazones ocupados de ello! Esto tendrá consecuencias prácticas en nuestra vida. No olvidemos que el vestido que llevaremos un día a la gloria y para el gozo de nuestro Señor se teje en la tierra, en las circunstancias de nuestra vida.