“Acerquémonos, pues, confiadamente al trono de la gracia,
para alcanzar misericordia y hallar gracia para el oportuno socorro.”
(Hebreos 4:16)
Necesitamos el socorro y la simpatía de nuestro gran sumo sacerdote, Jesús (v. 14), primeramente a causa de nuestras debilidades y luego a causa de las tentaciones que encontramos. Las debilidades son inherentes a nuestro cuerpo natural. La debilidad no es el pecado, aunque pueda llevarnos a pecar. El creyente está sometido a dos formas de tentaciones, las que vienen del exterior y aquellas que vienen del interior causadas por la carne (del pecado) en nosotros.
El apóstol Santiago nos presenta estas dos formas de tentaciones. Dice primero: “Hermanos míos, tened por sumo gozo cuando os halléis en diversas pruebas” (Santiago 1:2). Luego habla de una tentación de carácter diferente cuando dice: “Cada uno es tentado, cuando de su propia concupiscencia es atraído y seducido” (v. 14). Es la tentación del pecado interior.
En el pasaje de Hebreos 4, la primera forma de tentación nos es presentada, la tentación de desviarse del sendero de la obediencia a la Palabra de Dios, del camino que lleva al descanso de Dios. Además, el diablo intentará servirse de las debilidades del cuerpo para tentarnos y desviarnos, exactamente como intentó aprovecharse del hambre para desviar al Señor del camino de la obediencia a Dios. Para esta forma de tentación, tenemos la simpatía del Señor, porque Él mismo fue tentado “en todo según nuestra semejanza”, pero es añadido: “sin pecado” (v. 15). El Señor Jesús no conoció la segunda forma de tentación, porque “no hay pecado en él” (1 Juan 3:5).
En presencia de estas debilidades y tentaciones, tenemos un recurso. Cualesquiera que sean las dificultades que encontremos, cualquiera que sea la intensidad de nuestras pruebas y tentaciones, cualquier cosa que pueda suceder, la gracia nos ayudará a enfrentarlas. El trono de la gracia nos es accesible. Somos exhortados a acercarnos a él, es decir acercarnos a Dios mismo. Entonces encontraremos misericordia, no porque hayamos caído, sino para que no caigamos en la prueba. Aquí, el momento “oportuno” no es el de la caída, sino el de las pruebas y tentaciones que podrían hacernos caer.