El hombre que por poco se resbala

Salmos 73

Asaf, el autor de este salmo, comienza con una magnífica declaración sobre Dios: “Ciertamente es bueno Dios” (v. 1). Y termina con una feliz conclusión en lo que a él respecta: “En cuanto a mí, el acercarme a Dios es el bien” (v. 28). Esta conclusión final se deriva de la convicción afirmada en el primer versículo.

Sin embargo, esta convicción no es una declaración general de la bondad de Dios con sus criaturas, aunque sea verdadera, sino la afirmación de que “ciertamente es bueno Dios para con Israel, para con los limpios de corazón” (v. 1). El gran propósito del salmo es mostrar la bondad infalible de Dios para los suyos, a pesar de las circunstancias difíciles por las que pasan, las penas que tienen y los sufrimientos que deben soportar.

Pero esta verdad debe ser aprendida experimentalmente. Por eso el salmista relata las experiencias por las cuales aprendió dos cosas esenciales: primero, a pesar del mal que prevalece en todas partes, Dios es bueno con su pueblo; y en segundo lugar, en medio de este mal, Dios es el recurso de los suyos.

Asaf comienza la historia de su experiencia al decirnos que, mientras atravesaba un mundo malo, llegó el día en que casi se deslizaron sus pies (v. 2). “Angosto el camino que lleva a la vida”, dijo el Señor (Mateo 7:14). Era tan cierto para el hombre piadoso de la época como para el cristiano de hoy. En un camino angosto, un solo paso equivocado de un lado o de otro es suficiente para desviarse.

No es necesario cometer una falta grave que otros puedan notar, para salirse del camino angosto. El camino del salmista no se vio empañado por ningún pecado que lo hubiera rebajado a los ojos de sus semejantes. No salieron palabras amargas o impacientes de su boca que traicionen el estado de su corazón, y a pesar de ello estaba muy cerca de resbalar. Si no lo hubiera confesado él mismo, nadie lo hubiese podido saber al ver su conducta, o al escuchar sus palabras.

Sin embargo, Asaf dice que a pesar de las apariencias, estuvo muy cerca de perder la confianza en Dios. Sus pies corrían el riesgo de resbalar de la roca (véase v. 26). Y explica por qué su confianza en Dios ha sido tan estremecida. Estaba ocupado con el mal sin estar en contacto con Dios. Por lo tanto, tenía una visión limitada y errónea de las cosas. Al ver la prosperidad de los impíos y la adversidad de los hombres piadosos, llegó a envidiar el destino de los impíos, a despreciar el de los hombres piadosos, y estaba a punto de perder la confianza en Dios.

En los versículos 4 al 12, Asaf hace una descripción precisa de los impíos. Al leerlos, sin embargo, debemos recordar que es una imagen transmitida por un creyente en un momento en que no está en comunión con Dios. Todo lo que dice es verdad, pero no es toda la verdad. Siempre es cierto que los impíos se caracterizan por el orgullo y la violencia, por la corrupción y la opresión. No solo persiguen a los hombres piadosos, sino que blasfeman contra Dios. Afirman que el Altísimo no se ocupa de los asuntos de los hombres, que no hay conocimiento en él (v. 11). Y a pesar de todo esto, prosperan y alcanzan riquezas (v. 12).

Esta es una descripción característica de un creyente que no vive cerca de Dios: los impíos que prosperan, los justos que sufren y Dios permanece indiferente, ¡el gobierno de Dios aparentemente desapareció de la tierra!

En los versículos que siguen (v. 13-14), Asaf relata que estuvo tentado a pensar que es inútil tener un corazón limpio y manos inocentes. ¿Qué beneficio hay en contener sus malos pensamientos y frenar su maldad, si después de todo los impíos prosperan y somos azotados y castigados todos los días?

Hay dos trampas opuestas a las que siempre estamos expuestos, y hacia las cuales nuestros pies pueden deslizarse. Por un lado, ocuparse del mal sin estar realmente en contacto con Dios, y por el otro, la indiferencia al mal con el pretexto del amor. Si, como el salmista, estamos ocupados con el mal sin estar cerca de Dios, estamos expuestos a perder nuestra confianza en Él. Y si somos indiferentes al mal, no le agradamos a Dios. La indiferencia al mal en la Iglesia es desprecio por la gloria de Cristo, y la indiferencia al mal en el mundo es desprecio por los derechos de Dios.

Fue la primera de estas trampas en las que se dejó atrapar Asaf. El resultado fue un profundo abatimiento. Estuvo tentado a pensar —porque lo que expone aquí no es lo que realmente dijo, sino la activación de sus pensamientos ocultos—, que su piedad era completamente inútil, porque solo le ocasionaba nuevas penas cada día.

Sin embargo, en el momento más oscuro de su experiencia, los afectos divinos se afirman en él, lo que demuestra que, aunque sus pies estaban a punto de deslizarse, la vida divina realmente obraba en él. Algunos pensamientos amargos pasan por su mente, pero el amor por el pueblo de Dios, prueba de su fe en Él, retiene sus labios. “Si dijera yo: Hablaré como ellos, He aquí, a la generación de tus hijos engañaría” (v. 15). Pero aunque retiene los labios, un tumulto de pensamientos tristes perturba su paz interior. Él no sabe cómo conciliar la bondad de Dios para su pueblo con el sufrimiento que éste debe soportar, mientras que al mismo tiempo los impíos prosperan (v. 16).

Pero para Asaf, esta lucha interna tiene felizmente un fin. Continúa hasta que su alma regresa al lugar secreto del que se ha apartado, y expresa: “Hasta que entrando en el santuario de Dios, comprendí el fin de ellos” (v. 17). El santuario significa la presencia de Dios. Fuera de este, miramos el mal sin Dios. En el interior, vemos todo con Dios. ¡Qué diferencia! Fuera del santuario, todo se consideraba en relación con el tiempo presente. En el santuario, todo se considera en relación con la eternidad. La maldad de los hombres, la bondad de Dios, la prosperidad de los pecadores y las penas de los creyentes ya no se ven en relación con el momento que pasa, sino en relación con el gran final hacia el cual todo se dirige. El hombre tiene una visión muy limitada, no puede ver muy lejos. Pero Dios ve las cosas como un todo, ve el fin desde el principio. Desde el santuario, el salmista continúa viendo el mal entre los hombres, pero lo ve con Dios, y luego la prosperidad momentánea y los triunfos temporales de los impíos desaparecen de su campo de visión. En su lugar, ve el terrible fin al que se apresuran.

Pero eso no es todo, porque en el santuario se aprende mucho. Así es como Asaf aprende una segunda gran verdad. Aunque Dios aparentemente no presta mucha atención a la prosperidad de los impíos, ni siquiera a las aflicciones de los justos, él obra y su gobierno actúa detrás de la escena (v. 18-20). Asaf es llevado a reconocer: “Ciertamente los has puesto en deslizaderos; en asolamientos los harás caer… Señor, cuando despertares, menospreciarás su apariencia”. Puede parecer que el salmista estaba en lugares deslizantes, porque por poco se deslizaron sus pies, y que los impíos estaban firmemente establecidos en una roca, porque prosperaban en el mundo y alcanzaban riquezas. Pero, de hecho, el hombre piadoso estaba en la roca, aunque temblando, mientras que los impíos estaban en lugares de desliz, aunque se enriquecían. Al contemplar la prosperidad de los impíos en otra manera, desde fuera del santuario, el hombre piadoso estaba completamente abatido; pero al ver a los impíos desde el santuario, él sabe que al final serán destruidos. Lejos de la presencia de Dios, la prosperidad de los impíos parecía ser real y duradera; en Su presencia, es solo un sueño que se desvanece.

Sin embargo, el santuario tiene otras lecciones para dar. Asaf vio el verdadero carácter y el fin de los impíos, y aprendió que el gobierno de Dios está trabajando detrás de las cosas que se ven. Ahora tiene que considerar más profundamente lo que le concierne a él mismo y aprender los secretos de su propio corazón (v. 21-22). Si el santuario hace resaltar el carácter del pecador, también revela las fuentes ocultas del mal que hay en el corazón del creyente. Todo queda al descubierto a la luz de la presencia de Dios. “Se llenó de amargura mi alma, Y en mi corazón sentía punzadas. Tan torpe era yo, que no entendía; era como una bestia delante de ti” (v. 21-22). Una bestia actúa sin referirse nunca a Dios, y el creyente aquí es llevado a reconocer que si deja a Dios fuera de sus pensamientos, caerá no solo al nivel del hombre natural, sino también al de una bestia.

Habiendo puesto en evidencia el mal que hay en su corazón, Dios puede enseñarle a Asaf lecciones más felices. Porque el santuario es el lugar apartado y sagrado donde se nos descubren las cosas profundas de Dios. Fue la feliz experiencia de otra persona, siglos después, cuando descubrió el santuario de Dios, en la presencia de Jesús, al oír a sus pies su palabra (Lucas 10:39). El salmista ha sido llevado a profundidades que humillan, y ahora puede entrar en cosas más altas. Ha aprendido algo sobre su propio corazón y está preparado para aprender cómo es el corazón de Dios. Nunca estamos mejor preparados para apreciar la bondad de Dios que cuando descubrimos la perversión de nuestro propio corazón. El descubrimiento de lo que hay en nosotros abre el camino para la revelación de lo que hay en Él. Por eso los pensamientos del salmista se apartan de todo lo que ha sido él mismo delante de Dios, para aferrarse a todo lo que Dios es para él. Si él mismo ha estado con Dios como una bestia sin inteligencia, puede decir: “Con todo, yo siempre estuve contigo” (v. 23). Incluso cuando los pensamientos amargos se agitaban en su corazón, él era el objeto de los cuidados invariables de Dios. Dijo de alguna manera: Dios estaba fuera de mis pensamientos, pero yo nunca estuve fuera de los de Él.

Y se da cuenta de que no solo tenía un lugar en el corazón de Dios, sino que también lo sostenía de la mano. “Me tomaste de la mano derecha” (v. 23). Vagué, me comporté sin inteligencia, solté la mano de Dios, pero él nunca soltó la mía. Casi se deslizaron mis pies y, en verdad, me habría resbalado si Dios no me hubiera tomado de la diestra. Su corazón amoroso se volvió hacia mí y su poderosa mano me detuvo.

Al aprender con gran alegría todo lo que Dios ha sido para él en el pasado, en los días en que sus pies por poco se deslizaron, el salmista puede mirar con plena confianza todo lo que Dios será para él en el futuro. Pensando en todos los pasos que tomará su viaje de peregrino, puede decir: “Me has guiado según tu consejo” (v. 24). No es necesario que me canse tratando de resolver todas las preguntas insolubles que el mundo malo en el cual me encuentro me puede hacer, porque Dios mismo me guiará. Y cuando llegue el final de mi peregrinación, cuando termine el breve día de mi vida y llegue el día de la gloria, él me recibirá. “Después me recibirás en gloria” (v. 24).

¡Qué felicidad para el creyente que aprendió así de Dios en el secreto del santuario! Él puede decir: Su corazón me cuida, su mano me sostiene, su sabiduría me guía y su gloria me recibirá pronto.

El que conoce a Dios de esta manera ha encontrado en él lo que satisface completamente su alma. No solo es el objeto del amor e interés de Dios, sino que Dios es el objeto de su corazón. Él puede decir: “¿A quién tengo yo en los cielos sino a ti? Y fuera de ti nada deseo en la tierra” (v. 25). ¿Y qué hay de los impíos, de sus riquezas y de su prosperidad que algún día él envidió? El salmista está listo para decirnos: No me hablen más de estas cosas, he estado en el santuario, he llegado a conocer el corazón de Dios y no hay nada en la tierra que sea objeto de mis deseos excepto Él mismo. Y si le dijéramos: Pero obviamente eres un ser muy frágil en medio de un mundo donde todo es contrario, él podría respondernos: Lo sé, porque aprendí por medio de experiencias amargas que mi carne y mi corazón no tienen fuerza. Hubo un momento en que mis pies estaban a punto de deslizarse, pero entré en el santuario y encontré un lugar de descanso para mi pobre corazón tembloroso. “La roca de mi corazón y mi porción es Dios para siempre” (v. 26). Este corazón que envidiaba a los arrogantes, un día encontró todo lo que le satisface, en el corazón de Dios. Y los pies que casi resbalaron están firmemente establecidos en la roca.

“Ciertamente es bueno Dios” (v. 1) y “en cuanto a mí, el acercarme a Dios es el bien” (v. 28). Por lo tanto, el que está cerca de Dios se convierte en testigo ante los hombres: “He puesto en Jehová el Señor mi esperanza, para contar todas tus obras” (v. 28).