Antes de considerar diferentes exhortaciones de esta epístola (especialmente las del capítulo 12), recordaremos algunas características generales del libro.
La epístola de los cielos abiertos
La carta a los Hebreos fue llamada la epístola de los cielos abiertos. Estos están iluminados por la presencia del Señor Jesús. Es Él quien debe llenar los corazones de los cristianos, cualquiera que sea su origen. Ningún otro libro, excepto el evangelio de Juan, muestra las glorias del Señor Jesús, su divinidad y humanidad, sus perfecciones como hombre en la tierra y su exaltación ahora en el cielo.
No tenemos una indicación precisa de la identidad de los destinatarios. Sin embargo, podemos pensar que fue escrita para los judíos que confesaron el nombre de Jesús, sin estar seguros de que todos eran realmente convertidos. Estos judíos estaban muy familiarizados con el ritual judaico al que fueron sometidos previamente. Habían pasado por circunstancias dolorosas debido al gran cambio en sus vidas (Hebreos 10:32-34). Pero el comportamiento de muchos de ellos hizo que el autor de la epístola temiera que solo tuvieran la apariencia de ser de Cristo, sin haber recibido realmente Su vida. Aquellos a quienes se dirige la epístola son peregrinos sobre la tierra: profesan estar en camino al cielo. Están llamados a atravesar dificultades, sufrimientos y, a veces, incluso un “gran combate de padecimientos”. Los cristianos todavía viven hoy en un mundo hostil a la fe. Deben mantener sus ojos puestos en el cielo, donde el Señor Jesús “entró por nosotros como precursor”, como hombre glorificado (Hebreos 6:20). Duramente probados, algunos de estos cristianos se desalentaron, otros se hicieron tardos para oír (Hebreos 5:11), además de tener un desánimo espiritual y cierta vuelta al judaísmo, el cual, quizás era más atractivo para el hombre natural.
El autor habla con respeto de estos elementos del culto judío, que habían tenido su lugar hasta un pasado reciente, y que eran “figuras” o “sombras” de lo que vendría. Pero es necesario que los ojos de nuestro entendimiento sean completamente alumbrados (véase Efesios 1:18), y contemplen a una persona infinitamente más gloriosa, al Señor Jesús. Él mismo reemplaza y supera todo lo que antes solamente se anunciaba. Ante él, los ángeles, e incluso los hombres más ilustres (Moisés, Aarón, Josué, David), desaparecen por completo. Así, el escritor de la epístola se esfuerza por enfatizar la excelencia de la persona de Jesús, su obra acabada, y su servicio sacerdotal eterno.
Ahora está en lo alto de los cielos, como sumo sacerdote según el orden de Melquisedec (Hebreos 5:10). “Habiendo ofrecido una vez para siempre un solo sacrificio por los pecados, se ha sentado a la diestra de Dios” (10:12). Su ministerio, que no se puede transmitir, es superior en todos los aspectos al de Aarón, y vive siempre para cumplirlo (7:25).
Por Él podemos exponer nuestras necesidades ante Dios para recibir el socorro oportuno. Y también mediante él, ofrecer a Dios sacrificios de alabanza (4:16; 7:25; 13:15).
La epístola de las cosas mejores
Existen similitudes entre el culto de las cosas visibles del Antiguo Testamento y la adoración “en espíritu” del Nuevo Testamento. Pero hay sobre todo contrastes muy fuertes. La superioridad de la adoración actual es tal que todo lo relacionado con la adoración anterior está ahora relegado al rango de “sombra”. “En estos postreros días” (Hebreos 1:2), durante los cuales no hablaron más los profetas, Dios “nos ha hablado por el Hijo”, quien es “el resplandor de su gloria, y la imagen misma de su sustancia”, o sea de lo que Él es. El culto se rinde ahora a Dios por medio de Jesucristo (Hebreos 13:15). Solo de esta manera puede ser “en espíritu y en verdad” (Juan 4:23-24).
El cristianismo trae una “mejor esperanza” que se basa en un “mejor pacto” (Hebreos 7:19, 22), “mejores promesas” (8:6) y “mejores sacrificios” (9:23). Dios nos da “una mejor y perdurable herencia en los cielos” (10:34). El acceso a una “mejor” patria está abierto para nosotros y tenemos delante de nosotros una “mejor resurrección” (11:35), que también vislumbraron los fieles del Antiguo Testamento. Todas estas bendiciones tienen al Señor Jesús como su centro. Su supremacía y excelencia son proclamadas a través de toda la Escritura, pero especialmente por esta epístola a los Hebreos.
En Cristo, el don supremo de Dios, el cristiano lo ha recibido todo. Puede acercarse a Dios teniendo libertad, “por la sangre de Jesucristo, por el camino nuevo y vivo que él nos abrió a través del velo, esto es, de su carne” (Hebreos 10:19-21). Podemos mantenernos en la santa presencia de Dios sin ningún temor.
Algunas exhortaciones de la epístola en relación con los peligros que corrían los hebreos
No ir a la deriva
“Por tanto, es necesario que con más diligencia atendamos a las cosas que hemos oído, no sea que nos deslicemos”(Hebreos 2:1).
Es asombroso considerar que creyentes puestos en contacto con las maravillosas bendiciones del cristianismo puedan volverse atrás, a los “débiles y pobres rudimentos” enteramente caducados (Gálatas 4:9). Renunciar a los privilegios y bendiciones de la fe cristiana, y regresar a la ley y las ordenanzas judías, era deslizarse o ir a la deriva (Hebreos 2:1), apartarse del Dios vivo (3:12) y desechar al que amonesta desde los cielos (12:25).
Con frecuencia, de manera insidiosa, comenzamos a ir a la deriva, como un barco arrastrado por una corriente. Cuidémonos. Hay cristianos que “naufragaron en cuanto a la fe[1]” (1 Timoteo 1:19). Pensando en ellos, Pablo exhorta a Timoteo a “mantener la fe y una buena conciencia”.
No perder la confianza
“No perdáis, pues, vuestra confianza, que tiene grande galardón” (Hebreos 10:35).
En varias ocasiones, el autor inspirado envía una solemne advertencia a sus lectores. En medio de estos cristianos auténticos, podía haber personas que no tuvieran la vida de Dios. Esto también puede suceder hoy en día, especialmente entre los hijos de padres cristianos. Recordemos que un verdadero creyente nunca puede perder su salvación. Las ovejas de Jesús están en perfecta seguridad (Juan 10:27-29). Sin embargo, los que pertenecen al Señor Jesús deben ser exhortados, ya que siempre están en peligro de relajarse. No perdamos nuestra confianza, pues ella recibirá grande galardón. “Porque os es necesaria la paciencia, para que habiendo hecho la voluntad de Dios, obtengáis la promesa” (Hebreos 10:35-36).
Despojarse de todo lo que estorba la carrera cristiana
“Despojémonos de todo peso y del pecado que nos asedia, y corramos con paciencia la carrera que tenemos por delante, puestos los ojos en Jesús, el autor y consumador de la fe” (Hebreos 12:1-2).
Los hebreos corrían el gran peligro de verse abrumados por la presión constante de las pruebas y perder su posición en la lucha contra el Enemigo. El escritor de la epístola menciona cargas de las cuales es necesario despojarse, pues Dios quiere llevarlas en nuestro lugar. También menciona “el pecado” que fácilmente nos asedia y se convierte en un gran obstáculo para nuestra vida cristiana.
Estamos comprometidos en una carrera. La “grande nube de testigos” que nos rodea es un estímulo continuo. Pero sobre todo, somos llamados a poner los ojos en Jesús. Él recorrió delante de nosotros el camino de la fe. Es nuestro ejemplo perfecto en esta senda y nos proporciona los recursos necesarios para ser vencedores.
No desmayar por la disciplina ni menospreciarla
“Hijo mío, no menosprecies la disciplina del Señor, ni desmayes cuando eres reprendido por él” (Hebreos 12:5).
En el camino, los hijos e hijas, somos objetos de la disciplina del Dios santo. Él quiere que nos conformemos, prácticamente, a la imagen de su Hijo. Guardémonos de menospreciar esta disciplina; mejor, busquemos las razones por las que Él la envió (véase Job 5:17). Otro peligro sería desmayar. Recordemos la expresión que usa la Palabra para designar a aquel que es el objeto de la disciplina: es “al que (el Señor) ama” (Hebreos 12:6; véase Apocalipsis 3:19). Esta disciplina puede ser preventiva, como en el caso de Pablo, “para que no me enaltezca sobremanera” (2 Corintios 12:7), o correctiva, como en el pasaje de Apocalipsis 3:19.
Puede ser que perdamos de vista las intenciones de nuestro Padre cuando él nos disciplina; no olvidemos que es una mano amorosa la que sostiene la vara. Aprendamos a obedecer su voluntad (Hebreos 12:9). Su disciplina siempre tiene por objeto nuestro beneficio espiritual; nos es dada “para que participemos de su santidad” (v. 10). Esta es una santidad práctica. No solo tenemos que mantenernos alejados del mal, sino también aborrecerlo (Proverbios 8:13).
Manifestar más energía espiritual y animar a los que nos rodean
“Por lo cual, levantad las manos caídas y las rodillas paralizadas” (Hebreos 12:12).
Al seguir el camino de la fe, podemos cansarnos y carecer de energía espiritual. Pensemos en los israelitas, en los débiles“que iban detrás” del pueblo cuando salieron de Egipto, que se convirtieron en una presa fácil para el enemigo (Deuteronomio 25:18).
Cuando veamos una disminución de la energía espiritual entre nosotros, intentemos animar a nuestros hermanos y hermanas. Tal servicio requiere, ante todo, una atención especial en nuestras propias vidas. Es necesario “restaurar” al hombre que ha sido sorprendido en alguna falta, pero este servicio (confiado a cristianos “espirituales”), requiere tanto temor como mansedumbre (Gálatas 6:1).
Las manos caídas y las rodillas paralizadas pueden ser el resultado de “cargas” especiales bajo las cuales nuestros hermanos y hermanas se sienten abrumados. Pero la Palabra nos exhorta: “Sobrellevad los unos las cargas de los otros, y cumplid así la ley de Cristo” (Gálatas 6:2).
¿Dónde encontrar la fuerza necesaria para nuestra carrera? El profeta nos dice: “Los muchachos se fatigan y se cansan, los jóvenes flaquean y caen; pero los que esperan a Jehová tendrán nuevas fuerzas” (Isaías 40:30-31).
Tener un andar práctico conforme a la Palabra
“Haced sendas derechas para vuestros pies, para que lo cojo no se salga del camino, sino que sea sanado” (Hebreos 12:13).
Muchos, ¡ay! adoptan los hábitos del mundo y siguen un camino que no es derecho. Tengamos el firme deseo de andar en rectitud. El libro de Proverbios nos exhorta: “Examina la senda de tus pies, y todos tus caminos sean rectos. No te desvíes a la derecha ni a la izquierda; aparta tu pie del mal” (Proverbios 4:26-27).
Lo que es cojo puede dislocarse. Una pequeña desviación suele dar lugar a una más grave. Cuidémonos y guardémonos, primero de nosotros mismos, pero también seamos de ayuda a quienes nos rodean.
Buscar la paz y la santidad
“Seguid la paz con todos, y la santidad, sin la cual nadie verá al Señor” (Hebreos 12:14).
Hay en la naturaleza humana caída una inclinación innata por la disputa y la contención. Por el contrario, tratemos de seguir la paz con todos, “en cuanto dependa de vosotros” (Romanos 12:18). “Así que, sigamos lo que contribuye a la paz y a la mutua edificación” (Romanos 14:19). “Vuestra gentileza sea conocida de todos los hombres”, recomienda Pablo a los filipenses (Filipenses 4:5).
El espíritu de protesta y disputa caracteriza al mundo y su política. Tengamos cuidado de no mezclarnos con ello. Evitemos incluso dar opiniones sobre temas que no nos conciernen a nosotros como extranjeros que somos. Vivamos en paz con nuestros vecinos; así es como preparamos el camino al testimonio “del evangelio de la paz” (Efesios 6:15).
Este versículo 14 de la epístola a los Hebreos también nos invita a seguir el camino de la santidad práctica. Para que podamos realmente “ver… a Jesús, coronado de gloria y de honra” (Hebreos 2:9), es necesario que nuestros espíritus y nuestros corazones no sean contaminados por las impurezas que están expuestas en el mundo. Esta contemplación de Cristo va de la mano con un andar práctico en la santidad.
La paz y la santidad deben seguirse juntas, sin que la búsqueda de la una sea a costa de la otra. No siempre es fácil.
Mirar bien, no sea que
“Mirad bien, no sea que alguno deje de alcanzar la gracia de Dios” (Hebreos 12:15).
La gracia de Dios nos ha hecho sus hijos; estando a su lado, nada nos faltará jamás. ¿Pero vivimos de esta gracia? ¿Es ella nuestra comida? ¿Nos damos cuenta de que la necesitamos en cada momento? ¿Impregna la gracia todas nuestras relaciones entre hermanos y hermanas?
“Mirad bien, no sea… que brotando alguna raíz de amargura, os estorbe, y por ella muchos sean contaminados” (v. 15).
En un jardín, una raíz mala, que primero pasa desapercibida, puede desarrollarse y producir una planta que termina por invadir todo. De la misma manera, el mal no juzgado en nuestros corazones, tolerado en nuestras vidas, puede desarrollarse, propagarse y causar estragos entre nosotros.
“Mirad bien,... no sea que haya algún fornicario, o profano, como Esaú, que por una sola comida vendió su primogenitura” (Hebreos 12:15-16).
Esaú es un ejemplo a tomar en serio. Un día, cuando estaba cansado, menospreció la primogenitura y la vendió para obtener un guisado de lentejas (Génesis 25:29-34).
Una relación habitual con las cosas santas, si no ejerce influencia en nuestra conciencia y en nuestro corazón, tendrá efectos destructivos en nuestra alma. Al descuidar los inmensos privilegios que pertenecen a aquellos que están en Cristo, corremos el peligro de caer en verdaderas profanaciones.
¡Qué advertencias serias para todos los hebreos a quienes se dirigió la epístola, así como para todos aquellos que profesan pertenecer al cristianismo! El peligro de menospreciar o incluso abandonar finalmente las bendiciones cristianas es real.
[1] N. del R.: Aquí no se trata de la salvación personal, sino de la fe en el andar cristiano.